Por... Jeffrey A. Miron
La próxima elección presidencial muy probablemente se decidirá sobre si los votantes confían en el presidente Obama o en Mitt Romney para volver a una economía sólida. Los presidentes tienen menos poder sobre la economía que el que ellos y la gente cree que tienen —el congreso, la Fed y las dinámicas inherentes en la economía todos juegan papeles importantes— pero el presidente puede liderar en asuntos claves y fijar la tendencia de la política económica.
Para comprender cómo las perspectivas Romney y Obama difieren, considere dos cuestiones.
La primera es cómo evitar el tal llamado “precipicio fiscalâ€. Debido a la política actual, el 1 de enero de 2013 entrarán en efecto importantes alzas de impuestos. Los recortes de impuestos de Bush, en particular, están programados para expirar y tanto el gasto domíéstico y militar están programados para caer, en virtud del acuerdo de agosto de 2011 sobre el límite de la deuda.
Ambos candidatos ven esta restricción de la política fiscal como una amenaza para la recuperación económica, pero difieren en quíé aspectos modificar.
Obama quiere continuar con los recortes de impuestos de Bush para los hogares de clase media pero permitir que estos expiren para los hogares de ingresos altos. Obama se opone a los recortes automáticos de gasto en general, aunque muchos observadores sospechan que consideraría algunos recortes en el gasto militar.
Romney tambiíén quiere extender los recortes de impuestos de Bush, pero para todos los hogares en lugar de solamente para los de clase media. De hecho, Romney ha hecho un llamado a reducir todavía más las tasas tributarias, incluyendo aquellas aplicadas al ingreso corporativo. Romney probablemente aceptaría reducir el gasto domíéstico mientras que se opondría a recortes en el presupuesto de defensa.
Obama, por lo tanto, utilizará las negociaciones sobre el precipicio fiscal para presionar por una mayor redistribución del ingreso y por sustituir el gasto en defensa con gasto en programas domíésticos; Romney haría lo contrario.
Ningún candidato, por supuesto, describe su posición de esta manera. Obama pintará el debate sobre política fiscal como uno que trata acerca de justicia, mientras que Romney dirá que se trata de promover el crecimiento económico. Obama defenderá el gasto domíéstico como una “inversión†en nuestro futuro, mientras que Romney caracterizará gran parte de este como un desperdicio. A pesar de esto, los dos tienen distintas prioridades para cobrar impuestos y para gastar.
Por el lado de los impuestos, la posición de Romney es más convincente. Elevar las tasas de impuestos cobradas a los hogares de ingresos altos generará solamente una recaudación modesta y las tasas más altas sobre los dividendos y las ganancias de capitales son malas para el crecimiento. De igual forma, las tasas tributarias más bajas sobre el ingreso corporativo fomentarán el crecimiento. De manera más amplia, el enfoque de Obama sobre la redistribución envía un mensaje escalofriante a los emprendedores e innovadores y cualquier impacto negativo sobre el crecimiento hace que la situación de la deuda empeore.
En cuanto al presupuesto, ningún candidato es lo suficientemente escíéptico acerca del gasto federal.
Obama se equivoca al creer que el gasto federal es principalmente una “inversiónâ€. En realidad, grandes porciones —tales como la prohibición de las drogas, la Fundación Nacional para las Artes y las Humanidades, la Corporación para la Radiodifusión Pública (PBS, por sus siglas en inglíés), NASA, los fondos pre-asignados en el presupuesto, el servicio postal, Amtrak, la ayuda externa, los subsidios agrícolas, la Administración de la Pequeña Empresa, junto con puentes a ningún lado, el Big Dig, y los rieles de alta velocidad— son un desperdicio.
Romney comete un error similar en cuanto al gasto militar. Muchas actividades de defensa y seguridad nacional, como la continua guerra en Afganistán, la provisión de seguridad nacional para naciones en Europa Occidental y otras partes del mundo, ni hablar de los sistemas innecesarios de armas, las bases militares redundantes, entre otras, son difíciles de justificar.
La segunda cuestión importante a la que se enfrentan Obama y Romney será controlar el crecimiento de Medicare. Ambos candidatos coinciden en que, de acuerdo a las proyecciones actuales, Medicare siempre crece más rápido que la producción económica nacional, lo que implica que Medicare esencialmente está quebrado.
Romney y Obama difieren, no obstante, sobre cómo arreglar a Medicare. La estrategia de Obama consiste en la Junta Independiente Asesora de Pagos (IPAB, por sus siglas en inglíés), una creación de la Ley de Cuidado de Salud Asequible. La IPAB tendrá el poder de restringir el gasto de Medicare, principalmente controlando los precios de los cuidados míédicos y limitando los reembolsos por cuidados considerados innecesarios o que no sean eficientes en relación a su costo.
Romney quiere transferir a la gran mayoría o a todos los beneficiarios futuros de Medicare (aquellos que tienen actualmente 55 años o menos) a un programa de vales o “vouchersâ€. Limitando la tasa por la cual la cantidad del voucher aumenta a travíés del tiempo, esta estrategia tambiíén puede desacelerar el gasto de Medicare. Si la competencia entre las aseguradoras hace que el mercado de seguros de salud sea más eficiente, los vouchers pueden reducir todavía más el gasto.
Las dos estrategias, por lo tanto, buscan “salvar a Medicareâ€, pero de maneras fundamentalmente distintas: El IPAB depende del Estado para decidir quíé cuidado míédico es valioso, mientras que la propuesta del voucher permite que los individuos tomen esas decisiones.
Entre las dos, la de Obama tiene poca probabilidad de íéxito, considerando el fracaso de esfuerzos similares en el pasado. Los controles de precio alientan a los proveedores de cuidados míédicos a que traten de hacer trampas, como cobrar por exámenes, procedimientos y medicaciones extra. Esto tambiíén implica que los controles de precio introducirán un sinnúmero de ineficiencias en el sistema de cuidados míédicos.
La propuesta de vouchers de Romney tiene más potencial, pero el problema está en los detalles. Cualquier sistema de vouchers debe incluir suficientes aseguradoras para generar una verdadera competencia. Y la definición de “seguro míédico†debe ser lo suficientemente amplia para que distintas aseguradoras puedan ofrecer políticas que verdaderamente limiten los costos.
Además, la manera más obvia mediante la cual las aseguradoras pueden reducir las primas es elevando los co-pagos y los deducibles. Esto sería un buen resultado, dado que tambiíén alentaría a los ancianos a balancear los beneficios y los costos de los cuidados míédicos. Aunque esto tambiíén implica que los ancianos pagarían más, un hecho que no muchas veces es enfatizado por los partidarios de los vouchers.
La visión económica de Obama y Romney difiere, por lo tanto, en tres cuestiones fundamentales: Hasta quíé punto debería el Estado redistribuir el ingreso; quíé tipo de gasto federal justifica sus costos; y si el Estado o los mercados asignan los recursos de manera más eficiente. La decisión no es inequívoca, pero a grandes rasgos, Romney tiene las mejores propuestas.