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Autor Tema: 'QUE COSA EXTRAí‘A ES EL HOMBRE, NACER NO PIDE, VIVIR NO SABE, y MORIR NO QUIERE'  (Leído 340 veces)

OCIN

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ARTíCULO DE...   PACO ROBLES / Madrid



Una comida diferente:
 
Pagó la última ronda de unas cervezas que le habí­an sentado divinamente despuíés de una intensa semana de trabajo, se lo habí­an pasado bomba despotricando del viaje del Papa, de la hipocresí­a de la Iglesia , de todo lo que les pedí­a el anticlericalismo que los uní­a como la amistad que se profesaban y que les serví­a para estar colocados en la misma empresa pública de la Junta.
 
Se fue a casa para comer algo antes de echarse una buena siesta, pero de camino se encontró con un olor que lo llevó directamente hasta el paraí­so efí­mero de su infancia. Un olor a cocido, a caldo humeante, el aroma que lo recibí­a cuando llegaba a su casa despuíés del colegio, con su madre atareada en la humilde cocina donde la olla herví­a sin cesar.
 
Entró en un local que le pareció un restaurante modesto, pero con encanto; iba distraí­do, pensando en el Informe Tíécnico sobre Prevención de Riesgos Psicosociales de las Personas Expuestas a Situaciones de Disrupción Económica Familiar que le habí­an encargado en la empresa pública donde trabaja. En realidad, no era un restaurante; sino un autoservicio frecuentado por gente de toda condición. Habí­a personas ataviadas a la antigua usanza, junto a individuos solitarios que vestí­an según las normas alternativas del arte povera.
 
De pronto abrió los ojos y se quedó pasmado al comprobar que, quien le serví­a la comida en la bandeja, era una monja. Aquello era un comedor social y se vio rodeado de eso que nunca se nombra en los informes ni en los dosieres que prepara: pobres.

Quiso retirarse; pero la monja no lo dejó. Le sonrió y le dijo que no se preocupara, que la primera vez es la más complicada, que no debí­a avergonzarse de nada, que el cocido estaba buení­simo y que, de segundo, habí­a filete empanado; que no se perdiera las vitaminas de la ensalada ni de la fruta, y que podí­a rematar la comida con un helado de los que habí­a regalado una fábrica cuyo nombre obvió. Se vio sentado a una mesa donde un matrimonio mayor, y bien vestido, comí­a en silencio, sin levantar los ojos de la bandeja. Enfrente, un tipo con barba descuidada sonreí­a mientras devoraba el filete empanado y le contaba su vida; habí­a perdido el trabajo, el banco se habí­a quedado con su casa, despuíés del divorcio no sabí­a a dónde ir; menos mal que las monjas le daban comida y ropa, y que dormí­a en el albergue bajo techo. «Al final, he tenido suerte en la vida, compañero; así­ que no te agobies, que de todo se sale…». No podí­a creer lo que estaba sucediendo. Nadie le habí­a pedido nada por darle de comer, ni le habí­an preguntado por sus creencias. Se limitaban a darle de comer al hambriento, sin adjetivos.
 
Al salir, no le dio las gracias a la monja que le habí­a dado de comer. Pero no fue por mala educación, sino porque no podí­a articular palabra. Una inclinación de cabeza. Ella le contestó con una sonrisa leve. «Vuelve cuando lo necesites y, si no estoy, di que vienes de parte mí­a. Me llamo Esperanza».
 

Pregunta:
 
¿Hay algún comedor social regido por ateos o por los sindicatos?


•... “Todo el mundo quiere lo máximo, yo quiero lo mínimo, poder correr todos los días”...
 Pero nunca te saltes tus reglas. Nunca pierdas la disciplina. Nunca dejes ni tus operaciones, ni tu destino, ni las decisiones importantes de tu vida al azar, a la mera casualidad...