Por... ANDRí‰S OPPENHEIMER
La reelección del presidente Obama fue una gran victoria para los votantes latinos, que transformará la política y la dinámica de las elecciones presidenciales en EE. UU.
El arrasador margen de la victoria de Obama, de 71 contra 27 por ciento entre los votantes latinos a nivel nacional, significa que en los años venideros ningún candidato presidencial les dará la espalda a los hispanos, ni adoptará agendas claramente impopulares entre los latinos, como lo hizo el candidato republicano Mitt Romney en esta campaña.
Tal como predijimos en esta columna muchas veces, la última de ellas en nuestro último escrito preelectoral del 4 de noviembre, Romney pasará a la historia como el candidato republicano que ganó el menor porcentaje de votos latinos desde hace casi dos díécadas.
Según las encuestas de boca de urna, Romney consiguió tan sólo el 27 por ciento del voto hispano, mucho menos del 35 por ciento que consiguió en 2000 el expresidente George W. Bush , o el 40 por ciento que logró Bush en 2004, o el 31 por ciento que el excandidato John McCain obtuvo en 2000.
El desastroso desempeño de Romney entre los hispanos, que fue una de las razones clave por la que perdió, no debería resultarle una sorpresa a nadie: ya sea inmigración, seguro de salud, impuestos, educación o control de armas, Romney se alineó con la derecha extrema de su partido, incluyendo a muchos xenófobos y fanáticos antiinmigración.
El tono condenatorio de Romney contra los indocumentados irritó a muchos latinos. Y el apoyo de Romney a la ley de Arizona, que autoriza a la policía local a pedir documentos de inmigración, hizo que muchos hispanos temieran que todos los latinos -independientemente de su estatus inmigratorio- pudieran ser hostigados por la policía. Romney pensó, equivocadamente, que podía ganar estas elecciones sin el voto latino.
El cálculo estratíégico de su campaña fue que la economía andaba tan mal que una combinación de apoyo entusiasta de los hombres blancos y un alto porcentaje de abstención entre los latinos le bastarían para ganar la elección.
Pero se equivocó en ambas cosas: la economía no se derrumbó tanto como había previsto, ni los latinos tampoco se quedaron en sus casas el día de la elección. Incluso entre los votantes cubano-americanos de Florida, tradicionalmente conservadores, Obama conquistó un asombroso 47 por cientos, casi tanto como Romney.
Sergio Bendixen , el principal encuestador del voto latino de la campaña de Obama, me dijo que la afluencia de votantes hispanos llegó a un ríécord del 10 por ciento del electorado total en esta elección, por encima del 9 por ciento en 2008, el 7 por ciento en 2004, y el 6 por ciento en 2000. Lo que es más importante, Bendixen pronosticó que en la próxima díécada el voto latino llegará al 25 por ciento del voto total.
Puede que el pronóstico de Bendixen no sea exagerado: es probable que en los próximos años se apruebe una reforma migratoria que legalice a millones de hispanos, mientras que la inmigración no se detendrá, y no se puede descartar que Puerto Rico se convierta en un estado.
Mi opinión: Obama ganó de manera avasallante entre los latinos en parte porque el partido republicano de Romney viró tan hacia la extrema derecha en casi todos los temas que muchos latinos salieron a votar no tanto a favor de Obama, sino en contra de Romney.
El gigante latino demostró que no estaba dormido. Eso es bueno para los latinos, para Latinoamíérica y para Estados Unidos.