Por... ENORIS RESTREPO DE MARTíNEZ
Aunque no se le reconozca, el pequeño accionista ha sido un pilar de la democracia e indirectamente puede ayudar a salir de la actual desindustrialización del país y hasta contribuir a recuperar a la Bolsa de Valores en estos momentos de crisis.
Ante el reciente desplome de la BVC, por Interbolsa, además del importante rol que tienen las autoridades del sector financiero, este puede ser el momento de volver la mirada al pequeño accionista, el cual además de disminuir la dependencia de los monopolios, regresa un poco, aunque es difícil, a la redemocratización de la Sociedad Anónima.
La S.A. reconoce y aprueba la participación de los grandes capitalistas a la par que la de los pequeños inversionistas, donde los unos confían en los otros. Antes, los últimos (los pequeños accionistas) no eran grandes financistas, pero se sentían dueños de las empresas y, por ende, aplaudían los logros de las mismas, y sufrían con las dificultades de las compañías y los mayoritarios aplaudían esa participación, ya indudablemente contribuía positivamente en el conglomerado social. El progreso estaba al alcance de muchas personas y ese ambiente de simpatía hacia la S.A. aportaba a la armonía ciudadana y alejaba las luchas sociales.
El pequeño accionista era muy valorado en estas empresas y íél a su vez tenía orgullo de su inversión. En casi todos los estratos era el regalo preferido para el reciíén nacido, para la Primera Comunión, el grado, el matrimonio, etc. Ahora el pequeño accionista parece ser una carga para las grandes empresas. Si antes era un negocio o un bien al que todos aspiraban, hoy se ha vuelto complicada la compra y el manejo de esas inversiones.
Hoy las empresas se han vuelto bastante elitistas, en las cuales sólo parece haber espacio para los emporios financieros.
De un lado, la S.A. por necesidad o interíés de simplificar el trabajo y por evitar el complejo pago de los dividendos, la mayoría de las veces los pagan por trimestres, son pocas las que reparten utilidades mensualmente.
Son escasas las compañías que le pagan directamente al tenedor de las acciones. Bastante usual es que los ríéditos o dividendos sean consignados en una cuenta que debe tener el accionista en un banco y preferiblemente en una firma comisionista de la BVC, la cual a su vez se lo consigna al cliente o le invierte en sus diversos Fondos de Inversiones o Carteras Colectivas. Todo este cambio es complicado para quien no es versado en finanzas.
El hecho de desmaterializar los títulos contribuye a la sensación de que no se tiene propiedad alguna en la S.A. Y aun cuando Deceval (organización que guarda los títulos, pues se supone que es más idónea que el mismo dueño) es una entidad seria, la gente pierde el sentido de pertenencia a la empresa de la cual es accionista.
Para colmo de males, parece que vuelve la doble tributación en la S.A., medida fiscal que fue abolida hace varios años, ya que las compañías pagan impuestos directos. Pueda ser que tal reforma no la apruebe el Congreso, pues esa norma puede dar al traste con las acciones. Además de las posibles propuestas de cambios que pretenden en Oslo, Venezuela y Cuba.
Y finalmente, en medio de la preocupante desindustrialización de los últimos tiempos que sufre el país (y Latinoamíérica), que señalan los expertos, la Sociedad Anónima podría mirarse como una amplia fuente de recursos económicos. Humildemente repito: sería como redemocratizar la economía.