Por... MARC BASSETS
¿Subir impuestos? Desde hace dos díécadas, la derecha de Estados Unidos lo ha considerado anatema.
Pero, como dijo Barack Obama tras ganar las presidenciales del 2008, "las elecciones tienen consecuencias".
Ahora, tras haber ganado de nuevo con una campaña en la que prometió aumentar la presión fiscal a los más ricos, el dogma antiimpuestos del Partido Republicano está en cuestión.
La legitimidad que la victoria en las urnas otorga al demócrata Obama ha llevado a algunos republicanos a aceptar que sí, que quizá, que en ciertas circunstancias podrían aceptar votar a favor de una subida de impuestos.
El Partido Republicano controla desde 2011 la Cámara de Representantes y sin su respaldo el Presidente no tiene forma de acordar un plan de recortes y subidas de impuestos para reducir el díéficit.
Si, como han indicado algunos políticos y líderes de opinión conservadores, el Partido Republicano acaba por aceptar una subida de impuestos para las rentas más altas, será la primera vez que esto ocurre desde los años noventa.
En 1992, el presidente republicano George W. Bush perdió las elecciones tras presentarse con un mandato difícil de igualar: concluyó con íéxito para EE.UU. la guerra fría y armó una vasta coalición internacional que derrotó al Irak de Sadam Husein en Kuwait.
A Grover Norquist, presidente de la organización Americans for tax reform (Americanos por la reforma fiscal) y principal activista antiimpuestos de Washington, le gusta recordar este episodio.
Porque, pese a sus logros evidentes, Bush padre perdió la reelección ante el demócrata Bill Clinton, y el motivo, según Norquist, es claro: el presidente subió impuestos pese a haber prometido lo contrario.
Este, señala Norquist en conferencias, entrevistas y artículos, es el coste de romper el Juramento para la Protección del Contribuyente.
El documento, elaborado por el lobby de Norquist en los años ochenta, obliga a quien lo firma a "oponerse a cualquier intento de aumentar los tipos marginales del impuesto sobre la renta para individuos o empresas".
Tambiíén prohíbe a los firmantes votar a favor de eliminar exenciones fiscales si estas suponen un aumento de la carga impositiva.
Como recordaba este fin de semana en el diario The Wall Street Journal, en los últimos veinte años, "todos los nominados republicanos a la presidencia, la mayoría de gobernadores republicanos y casi todos los candidatos republicanos al Senado y la Cámara han firmado el juramento".
En una entrevista con el citado diario, Norquist alardeaba de que, gracias al juramento, los republicanos han identificado su marca con la del partido que nunca sube los impuestos.
Hace unos meses, en una conversación con La Vanguardia, el activista subrayó que el juramento no es entre íél y los políticos republicanos sino entre los políticos y sus votantes.
Los políticos, dijo, no se oponen a subir impuestos porque hayan firmado el juramento, sino que lo firman porque se oponen a subir impuestos.
"Las personas -aclaró Norquist- se casan porque están enamoradas. No se enamoran porque se hayan casado".
Ahora el matrimonio está en crisis. Tras la reelección de Obama, el 6 de noviembre, la pasión se ha enfriado.
Varios republicanos -entre otros legisladores destacados como el senador Lindsey Graham o el representante Peter King - han dado a entender que podrían vulnerar el juramento y votar con los demócratas a favor de subir impuestos a los más ricos para reducir el díéficit.
El momento es excepcional. Si demócratas y republicanos no acuerdan un plan antidíéficit antes de fin de año, EE. UU. caerá en lo que se ha llamado un precipicio fiscal: recortes en el gasto social y militar y subidas de impuestos indiscriminadas y automáticas que frenarían la recuperación económica.
El lunes, en la CNN, Norquist acusó a los disidentes de albergar "pensamientos impuros".
No está claro si los pensamientos se convertirán en actos. Pero la frase del gurú antiimpuestos apunta a uno de los problemas que el Partido Republicano afronta tras la segunda derrota en unas presidenciales: el dogmatismo (no sólo fiscal), la rigidez ideológica, el purismo asociado en el pasado a la izquierda y convertido ahora en un lastre para una derecha que busca su lugar en unos EE. UU. cambiantes.