Por... Gene Healy
La “Guía para la Presidencia†de la revista Congressional Quarterly amablemente explica que “la única parte de la ceremonia inaugural que es requerida por la Constitución es prestar juramento para posesionarse en el cargoâ€. Si solo alguien se hubiese molestado en revisar esto, podríamos haber acabado con todo ese domingo cuando el Juez John Roberts tomó el juramento de Barack Obama para su segunda administración, y nos hubiíéramos ahorrado un día extra de pompa, circunstancia y espantosa poesía.
Luego de su juramento, “Calvin Coolidge simplemente se fue a dormir en 1925â€. El segundo y admirablemente breve discurso inaugural de George Washington fue de solamente 135 palabras. Pero los presidentes modernos no aprecian que para las inauguraciones presidenciales, así como tambiíén para el activismo presidencial, menos es más. En su primer discurso inaugural, en 1993, Bill Clinton sugirió que el rito de la unción presidencial lleve esperanza y vida al mundo: “Esta ceremonia es llevada a cabo en el medio del invierno. Pero, por las palabras que decimos y las caras que le mostramos al mundo, forzamos una primaveraâ€.
En su inquietante segundo discurso inaugural, en medio de dos guerras sangrientas que parecían no tener fin, un impávido George W. Bush prometió a EE.UU. “el objetivo final de acabar con la tiranía en nuestro mundoâ€.
Hace cuatro años en su primer discurso inaugural, el recientemente consagrado Presidente Obama prometió una presidencia transformacional que “blandiría las maravillas de la tecnología†y “emplearía el sol y los vientosâ€. í‰l acusó a “los cínicos†que se atrevían a “cuestionar la escala de nuestras ambiciones, quienes sugieren que nuestro sistema no puede tolerar muchos planes grandesâ€.
Esta vez, el presidente parece no haber reducido la escala de sus ambiciones. El columnista Steve Chapman lo resumió en Twitter: “Discurso inaugural más breve de Obama: Soy un social-demócrata. Acíéptenloâ€.
Aunque gran parte del discurso consistió de un suflíé de palabras que conformaban pensamientos nobles, con pocos detalles acerca de prescripciones de políticas públicas específicas, varios puntos sobresalieron. Por ejemplo: “Rechazamos la creencia de que EE.UU. debe elegir entre cuidar de una generación que construyó este país e invertir en la generación que construirá su futuroâ€.
Esa es una respuesta extraña a una realidad fiscal viniendo del presidente que acuñó aquellos de la “comunidad basada en la realidadâ€. Como mi colega Mike Tanner indicó recientemente, “si uno incluye todas las obligaciones no financiadas del Seguro Social y Medicare, nuestro verdadero endeudamiento podría llegar hasta $129 billones en dólares corrientesâ€.
“El camino hacia las fuentes de energía sostenible … [es] lo que dará significado al credo que nuestros padres una vez declararonâ€. Yo pensaba que fue una muestra de descaro cuando el Secretario de Energía Steven Chu minimizó la píérdida de alrededor de $500 millones de dólares en el escándalo de Solyndra diciendo que “Uno tiene que tomar riesgos para promover la producción innovadoraâ€. Pero al menos Chu no invocó a Jefferson para respaldar los proyectos de energía verde, favoritos de la administración.
La seguridad y la paz duraderas no requieren de una guerra perpetua. Todavía más descarado es escuchar una denuncia de la “guerra perpetua†del presidente que la ha institucionalizado. En el reporte investigativo del Washington Post del año pasado que nos introdujo al tíérmino “matriz de disposición†(neolengua de Obama para referirse a la “lista de eliminablesâ€), aprendimos que “entre funcionarios altos de la administración de Obama, hay un amplio consenso de que las operaciones [de guerra con aeronaves no tripuladas] es probable que sean extendidas por lo menos una díécada más … no hay un fin claro a la vistaâ€.
Puedo recomendar como una cura para la resaca post-inaugural mi nuevo libro electrónico False Idol (en inglíés). En el, sugiero que “El fracaso de Obama podría, para usar una de las frases favoritas del presidente, servir como un ‘momento aleccionador’, alentándonos a los estadounidenses a alinear mejor nuestras expectativas con la realidadâ€.
Las palabras mágicas de un presidente no pueden hacer que la primavera llegue antes, “acabar con la tiranía en el mundoâ€, suspender la matemática presupuestaria o hacer que el actual Estado de Bienestar y de guerra sea asequible. Hace ratos que deberíamos haber aprendido esa lección.