Por... HUMBERTO MONTERO
"A Europa sólo le queda el ego", me revelaba mi musa desde el otro lado del mundo. Lo hizo con otras palabras y aunque no competimos, pues entre nuestros mercados dista un ocíéano inmenso, he optado por modificar su máxima con trazas de axioma lapidario y ampliarla al cubo para rebatirla aquí, pues hasta a las diosas hay que cuestionar de vez en cuando.
Hará una semana, pedía en este mismo espacio un Papa hispano para Roma. Los datos avalan esta tesis. El 42 % de los católicos del mundo vive en Amíérica Latina, casi el doble que en Europa, segunda con un 27 % de fieles. El resto de seguidores de San Pedro se reparte entre ífrica (12 %), Asia (10 %) y Norteamíérica (con el 7 % y Míéxico en el bloque "latino").
Sin embargo, la curia europea conserva artificialmente el poder al detentar el 53 % de los cardenales, por el 16 % de electores latinoamericanos, el 12 % de africanos y norteamericanos y el 9,4 % de asiáticos. Es evidente que el eurocentrismo reina en el Vaticano. De forma injustificada y nociva para los propios intereses de la Santa Sede, pero de ahí a pontificar sobre la decadencia de Occidente -permítanme aplicar el tíérmino al Viejo Continente- dista un abismo.
De forma generalizada se ha creado una corriente de opinión interesada según la cual Europa va camino de la autodestrucción. Nada más lejos de la realidad y no porque lo diga quien esto suscribe sino porque, de nuevo, las cifras son tozudas.
Un pormenorizado análisis de la lista elaborada por la revista "Fortune" de las 500 mayores empresas del mundo desvela los drásticos cambios ocurridos en el último decenio en la distribución geográfica del poder económico.
De 2001 a 2011, el número de compañías estadounidenses se ha reducido desde las 215 de principios de siglo a las 146 que figuraban en 2011. Mientras, la expansión asiática (incluido Japón) ganaba enteros al pasar de 116 a 172 empresas en el top 500 global de los negocios. Sin embargo, y pese a la fuerte crisis que azota a la eurozona, en esa misma díécada las empresas europeas han ganado poder. De forma marginal, es cierto, pero al menos no han perdido presencia ni influencia. De 158 firmas europeas en el Olimpo empresarial se ha pasado a 161.
Así pues, parece que la decadencia de Occidente responde más bien a la píérdida de peso de la otrora potencia hegemónica. Ningún otro país -entendido como bloque económico- ha perdido más poder que EE. UU., China ha ganado 62 empresas en la lista en el arranque del que será su siglo -al fin cumplirán su histórico designio- y Japón se ha dejado 12 compañías fuera en el mismo lapso de tiempo. La lista de 2012 reveló pocas novedades: EE. UU. sufrió un nuevo quebranto a su poderío al extraviar otras 14 empresas y China siguió escalando posiciones. Veamos quíé ocurrió con Europa. Francia y Alemania se quedaron con 32 empresas en la lista cada una y Gran Bretaña colocó 26.
Países Bajos situó a 12 firmas, con la petrolera anglo-holandesa Royal Dutch Shell como líder, e Italia aupó a 9, las mismas que Australia, a pesar del acoso de los mercados. En parecidos tíérminos se movió España. Pese a la grave crisis, logró mantener ocho de sus multinacionales en el ránquin (tres empresas menos que en 2001 tras vivir un "lustro perdido"). Las mismas que Brasil, una más que Rusia y nada menos que cinco más que Míéxico.
Europa lleva siglo y medio sin ser el ombligo del mundo. La Guerra Fría situó el continente como tablero de juego de dos potencias ajenas (EE. UU. y la URSS) por vez primera en su larga historia. En el nuevo escenario multipolar, con los países emergentes escalando posiciones, Europa es un aliado tecnológico y empresarial fiable, por delante de la arrogancia gringa y la insaciable China. Y con otra ventaja añadida: no es el dinero lo único que nos mueve.