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Autor Tema: La maní­a de la medición y las estadí­sticas...  (Leído 125 veces)

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La maní­a de la medición y las estadí­sticas...
« en: Marzo 23, 2013, 08:40:01 pm »
Por...  Alberto Benegas Lynch (h)
 

 
Parecerí­a que si no se pueden medir resultados íéstos no existen o se los subestima sin percatarse de otra dimensión no cuantificable que es en definitiva la que marca el propósito de las acciones humanas. Es cierto que el cálculo económico en general y la evaluación de proyectos en particular son indispensables al efecto de conocer si se consume o si se incrementa el capital. De allí­ es que resulta indispensable la institución de la propiedad privada y los consiguientes precios de mercado, sin cuya existencia se opera a ciegas.

Pero no es menos cierto el abuso de las mediciones en teorí­a económica. Incluso en la pretendida ilustración de las transacciones comerciales, el signo igual es inapropiado puesto que los precios expresan pero no miden el valor. El precio es consecuencia de valorizaciones distintas y cruzadas entre compradores y vendedores de lo contrario no habrí­a operación alguna. El vendedor valora en más el dinero que recibe que la mercancí­a o el servicio que entrega y al comprador le ocurre lo contrario.

Además “medir” valores a travíés de precios en rigor significarí­a que si una mesa se cotiza en mil media mesa se debiera cotizar en quinientos cuando en verdad pude muy bien traducirse en un valor nulo y así­ sucesivamente. La medición requiere unidad de medida y constantes (por ese motivo —en “The Place of Mathematical Reasoning in Economics”—  Paul Painlavíé concluye que “medir el valor de algún objeto resulta imposible”). Asimismo, la expresión algebraica de “función” no es aplicable en el ámbito de la ciencia económica puesto que conociendo el valor de una variable no permite conocer el de otra. Tampoco es pertinente recurrir a las llamadas “curvas de indiferencia” al efecto de ilustrar elecciones puesto que toda acción implica preferencia ya que la indiferencia es la negación del actuar. Ni siguiera es aceptable recurrir a las “curvas” de oferta y demanda puesto que significa el tratamiento de variables continuas cuando la acción inexorablemente significa variables discretas.

En otros ensayos y artí­culos me he referido a los graves problemas referidos a la “renta nacional” y al “producto bruto”, al supuesto de considerar producción-distribución como fenómenos susceptibles de escindirse y a las falsedades inherentes al modelo de “competencia perfecta”, pero en esta oportunidad no tomaríé espacio para ese análisis ya efectuado con insistencia, para en cambio aludir a aquella otra dimensión no cuantificable a que me referí­ al comienzo.

En realidad, todas las acciones (y no digo humanas puesto que serí­a una redundancia ya que lo no humano no es acción sino reacción) apuntan a satisfacciones no monetarias. Incluso para quien el fin es la acumulación de dinero, puesto que la respectiva satisfacción siempre subjetiva, no puede manifestarse en números cardinales, solo ordinales pero personales ya que son imposibles las comparaciones intersubjetivas.

En nuestro líéxico convencional podrí­amos decir que esta dimensión no sujeta a medición alguna se refiere al rendimiento o la productividad psí­quica. Por ejemplo, se compra un terreno para disfrutar de las puestas de sol debido a que esa satisfacción posee para el comprador un valor mayor que el dinero que entregó a cambio, pero no resulta posible articular la medida de ese delta y lo mismo ocurre con todo lo adquirido. En otros tíérminos, lo más relevante no está sujeto a medición.

Esto es lo que confunde y altera a los megalómanos planificadores que se manejan a puro golpe de cifras que aunque fueran fidedignas no cubren lo medular del ser humano. No deja de ser curioso que esta inundación de estadí­sticas se pretenden refutar con otras, lo cual no va al meollo del asunto. Es en este sentido que Tocqueville escribe que “El hombre que le pide a la libertad más que ella misma, ha nacido para ser esclavo”. Por eso es que las cifras globales (llamadas macroeconómicas) son, en última instancia, intrascendentes puesto que en liberad simplemente serán las que deban resultar. Este es el significado de la sentencia de James Buchanan en cuanto a que “mientras el intercambio sea abierto y mientras se excluya la fuerza y el fraude, el acuerdo logrado, por definición, será calificado como eficiente”. Por esto mismo es que Jacques Rueff repetí­a en que no deben compilarse estadí­sticas del sector externo “puesto que constituyen una tentación para los gobiernos de intervenir, en lugar de permitir las ventajas que proporciona la libertad”.

Desde luego, lo dicho no es para eliminar las estadí­sticas, sino, por un lado, para diferenciar las relevantes de las irrelevantes y, por otro, mostrar que aunque se recurra a veces a números como circunstancial apoyo logí­stico (todos los economistas lo hacemos pero lo dramático es cuando se revela que eso es lo único que hay en la alforja), lo transcendente no radica allí­ puesto que hay un asunto de orden previo o de prelación que apunta a lo no cuantificable en lo que se refiere a la esfera del aparato estatal  y dejar que en el sector privado se compilen las series que se conjetura requiere la gente.

A tí­tulo de aníécdota, señalo que cuando Alfredo Canavese de la Universidad Di Tella, por entonces colega en la Academia Nacional de Ciencias Económicas en Buenos Aires, solicitó mi nombre para una declaración contra las manipuladas cifras oficiales del INDEC en la Argentina, le manifestíé que las tergiversaciones oficiales producirí­an como resultado positivo la preparación de í­ndices por parte del sector privado lo cual esperaba termine con los números estatales que exceden su misión especí­fica con el correspondiente ahorro de recursos de los contribuyentes y que los gobiernos se circunscriban estrictamente a las cuentas de las finanzas públicas, liberando energí­a para controlar al siempre adiposo Leviatán.

Preciso un poco más la idea: en el supuesto de que el gobierno pudiera hacer multimillonarios a todos (irreal por cierto si tenemos en mente ejemplos de sociedades iguales pero con regí­menes distintos como era Alemania Occidental y Alemania Oriental o como es hoy Corea del Sur y Corea del Norte), nada se ganarí­a si simultáneamente la gente no puede elegir que productos comprar del exterior, si los padres no puede elegir las estructuras curriculares que prefieren para la educación de sus hijos, si no se puede elegir el contenido de los periódicos, las radios y las televisiones, si no se puede afiliarse o desafiliarse a un sindicato sin descuentos coactivos de ninguna naturaleza, si no se puede profesar el culto que cada uno prefiera sin vinculación alguna con el poder, si no se cuenta con una Justicia independiente, si no se puede pactar cualquier cosa que se estima pertinente sin lesionar derechos de terceros, etc. etc. Como en el cuento de Andersen, de nada vale que ingresen al bolsillo de cada uno miles y miles de kilos de oro si se ha vendido la libertad, es decir, la condición humana.

Es clave comprender y compartir el esqueleto conceptual de la sociedad abierta, las estadí­sticas favorables se dan por añadidura. Por el contrario, si se tratara de demostrar las ventajas de la libertad a puro rigor de estadí­sticas ya hace mucho tiempo que se hubiera probado su superioridad, el asunto es que, en definitiva, con cifras no se prueba nada, las pruebas anteceden a las series estadí­sticas, el razonamiento adecuado es precisamente la base para interpretar correctamente las estadí­sticas. Es por eso que resulta tan esencial la educación en cuanto a los fundamentos íéticos, jurí­dicos y económicos de la sociedad libre y no perder el tiempo y consumir glándulas salivares y tinta con números que desprovistos del esquema conceptual adecuado son meras cifras arrojadas al vací­o.

En resumen, el oxí­geno vital es la libertad, si los debates se centran exclusivamente en las cifras se está desviando la atención del verdadero eje y del aspecto medular de las relaciones sociales. Como bien ha escrito Wilhelm Rí¶pke en Más allá de la oferta y la demanda: “La diferencia entre una sociedad abierta y una sociedad autoritaria no estriba en que en la primera haya más hamburguesas y heladeras. Se trata de sistemas íético-institucionales opuestos. Si se pierde la brújula en el campo de la íética, además, entre otras muchas cosas, nos quedaremos sin hamburguesas y sin heladeras”.


•... “Todo el mundo quiere lo máximo, yo quiero lo mínimo, poder correr todos los días”...
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