Por… Iván Carrino
Imaginíémonos una madre que, al despedir a su hijo cuando sale para ir al colegio le dice: “hasta luego, que te vaya más o menosâ€. No sucede a menudo, ¿verdad? En general, la madre dirá algo así como “¡cuídate!â€, “¡que te vaya bien!â€, “¡que tengas suerte!†o alguna forma que exprese el deseo de que el hijo tenga un día de lo mejor. Intuitivamente, podemos ver que tener íéxito y que nos vaya bien es el deseo de todos aquellos que nos quieren y que no hay nada de malo en ello.
Sin embargo, en uno de sus desesperados intentos por mostrarle a la gente que esta vez será diferente con el acuerdo de precios, el secretario de Comercio Augusto Costa esgrimió un argumento que, en el fondo, critica que la gente tenga íéxito. Afirmó que hay que controlar el íéxito (la rentabilidad) de los empresarios porque “la lógica empresarial maximizadora de beneficios†le “pone ciertos límites†a la “distribución de la rentaâ€. En resumen, que el beneficio de los empresarios es el perjuicio de los consumidores.
El problema con este planteo es que ignora los principios básicos de la economía de mercado. En una economía de mercado, los beneficios abultados/exorbitantes/astronómicos son algo totalmente deseable.
¿Por quíé?
En primer lugar, porque en la economía de mercado, las ganancias del empresario son la muestra de que su actividad está satisfaciendo una necesidad social. Si un empresario tiene ganancias, es porque está fabricando un producto o servicio que la gente valora. El primer productor de vestidos amasó una fortuna (seguramente en la forma de otros bienes y servicios que la sociedad intercambiaba con íél) pero, al crear un producto que su sociedad necesitaba, mejoró la vida de todos (y todas).
En segundo lugar, porque ese margen abultado de rentabilidad es lo que despierta el espíritu emprendedor de otros individuos que comienzan a competir contra el productor pionero. La consecuencia es un aumento de la producción y, curiosamente, una caída de los precios de venta ya que nuestro segundo productor querrá ganarle el mercado al primero. Finalmente, las grandes ganancias dan lugar a la competencia que -al aumentar la producción y reducir los precios de venta- mejora la calidad de vida de la población.
Tan importantes como las grandes ganancias son las grandes píérdidas. En una economía libre, el empresario es el responsable absoluto de su ganancia y de su píérdida. En ella, los “formadores de precios†no se quedan con algo que “no les tocaâ€, como dice Costa, sino que, si ganan, cosechan la retribución que la sociedad les dio por satisfacer sus necesidades, pero si pierden, deben asumir todo el costo de haber tomado una mala decisión.
Así, el sistema de ganancias y píérdidas guía la producción a sus mejores usos. Si nos pusiíéramos hoy a fabricar carretas tiradas por caballos para viajes de larga distancia, probablemente perderíamos toda nuestra inversión. Esta píérdida es información pura. Es el mensaje claro de la sociedad que nos dice: “si queríés tener ganancias, teníés que producir algo que satisfaga nuestras necesidades, si no te elegiremosâ€.
En la economía de mercado las ganancias astronómicas son la consecuencia de las mejoras astronómicas de la calidad de vida de la población. El sistema de ganancias y píérdidas sin intervención estatal fue, de hecho, el máximo creador de riqueza del siglo XIX y XX y lo seguirá siendo en el siglo XXI.
Pocos días atrás se conoció que Bill Gates retomó su puesto como el hombre más rico del mundo. Su megarriqueza se corresponde con una revolución tecnológica sin precedentes que ha cambiado para bien la manera de comunicarse del planeta entero.
En conclusión, que un secretario de Comercio afirme que se controlarán los márgenes de rentabilidad de los empresarios no solo va en contra del más básico sentido común sino que es una condena a la sociedad a vivir mediocremente.
Suerte en sus vidas…