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Autor Tema: Pensamientos sobre la suerte...  (Leído 66 veces)

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Pensamientos sobre la suerte...
« en: Agosto 06, 2016, 01:38:22 pm »
Por... Alberto Benegas Lynch (h)



Alberto Benegas Lynch (h)...  explica que los seres humanos somos más que materia, pues tenemos libre albedrí­o y responsabilidad individual, que hacen posible la libertad del individuo
.


De entrada consigno que no hay tal cosa como suerte propiamente dicha ya que los sucesos son consecuencia de nexos causales o razones que los provocaron. Incluso el resultado de tirar los dados no es debido a la suerte sino que deriva del peso de los mismos, la fuerza con que fueron arrojados, el roce del paño y demás elementos fí­sicos presentes.

Cuando alguien dice que tuvo suerte de encontrarse con fulano o mengano, en verdad es porque el sujeto en cuestión no previó los procesos anteriores al encuentro que inevitablemente lo produjeron.

En esta misma lí­nea argumental, en rigor no es pertinente aludir a la casualidad puesto que se trata de causalidad en el campo de la fí­sica o la biologí­a y las razones o motivos en el campo de las ciencias sociales.

Es en un sentido coloquial que se afirma que uno tuvo suerte de haber nacido en el seno de la familia que lo hizo, la salud que tiene, el trabajo que obtuvo, el cónyuge con quien convive, los hijos que tuvo y así­ sucesivamente, pero como queda dicho, no es suerte en el sentido estricto del vocablo que no tiene lugar nunca bajo ninguna circunstancia, tampoco se trata del azar o la fortuna como equivalentes de la suerte.

A continuación dedicaremos algún espacio a una obra especialmente pertinente para el tema que aquí­ abordamos, pero antes es conveniente siquiera mencionar el aspecto central de lo que se conoce como nuestro destino. Si hemos comprendido que los seres humanos no somos solo kilos de protoplasma, no somos loros determinados, sino que contamos con estados de conciencia, mente o psique y, por ende, de libre albedrí­o para que tenga sentido el razonamiento, las ideas autogeneradas, la responsabilidad individual, la moral y la propia libertad, si hemos comprendido esto decimos, concluimos que cada uno de nosotros forjamos nuestro propio destino en el ámbito de lo que hace a nuestras decisiones, lo cual, claro está, no quiere decir que seamos adivinos respecto a sucesos futuros que desconocemos por completo. La incertidumbre constituye un rasgo que nos envuelve.

Mucho se ha escrito sobre la suerte pero hay un libro que estimamos de gran interíés en la materia sobre el que aludimos en este breve escrito y es La suerte de Nicholas Rescher con quien “he tenido la suerte” (en verdad un privilegio) de comunicarme en su momento por la ví­a ciberníética en distintas oportunidades en relación a algunas de sus muchas obras. Rescher ha enseñado en Oxford y Salamanca, de nacionalidad alemana pero radicado en Estados Unidos donde presidió la American Philosophical Association y fue director del Centro de la Filosofí­a de la Ciencia en la Universidad de Pittsburg.

Rescher construye su libro en base al antedicho uso coloquial del concepto de suerte y abre su trabajo comentando “la suerte” que tuvo la población de Kokura en la Segunda Guerra puesto que las nubes que la cubrí­an hizo que se abandonara el proyecto de arrojar la bomba atómica y en su lugar se hizo sobre Nagasaki con el consiguiente espanto y horror.

Este autor ve el tema de modo distinto al que hemos comentado al comienzo de esta nota periodí­stica y afirma que como tenemos un conocimiento muy limitado y fragmentado “estamos inevitablemente a merced de la suerte”. Apunta que esta visión permite que cuando a uno le salen las cosas mal en lugar de asumir la responsabilidad endosamos el hecho a la “mala suerte” y solo atribuimos los íéxitos al míérito propio: “la suerte es un utilí­simo instrumento de autoexculpación”.

En este libro, Rescher sostiene que el asunto de la llamada suerte no procede de la suma cero, lo cual ilustra con quien se gana la loterí­a que puede afirmarse que tuvo suerte (siempre en el contexto de la definición del autor), de lo cual no se desprende que pueda sostenerse que los que no se llevan el premio tienen mala suerte porque no está presente el factor sorpresa o lo inusitado sino que es la resultado de las probabilidades. Del mismo modo ocurre con un accidente aíéreo: suele decirse que los pasajeros accidentados en un vuelo tuvieron mala suerte, pero no se habla de la buena suerte de quienes en otros vuelos llegaron bien a destino ya que “la suerte es la antí­tesis de la expectativa razonable” puesto que “supone un desví­o respecto a lo esperable”.

En este libro se destaca la maní­a de no pocas personas que desde muy antiguo consultan oráculos, astrólogos y equivalentes debido a “nuestra incapacidad predictiva” que es consecuencia de nuestra colosal ignorancia.

En estrecha conexión con lo dicho, antes he escrito y ahora reitero que hay autores que concluyen que los aparatos estatales deber re-distribuir los talentos naturales puesto que no son fruto del míérito de la persona que los posee sino del azar o la suerte en el sentido coloquial de esas expresiones. Este es el caso de Amartya Sen, John Elster, John Roemer, Ronald Dworkin y, sobre todo, John Rawls.

En estos casos, la atención se centra en la desigualdad de talentos que la naturaleza ha puesto en cada persona lo cual no resulta de sus respectivos esfuerzos. Básicamente, aquellos autores sostienen que serí­a injusta una sociedad que no redistribuyera los frutos de esos talentos desiguales, descontados los que surgen como consecuencia del esfuerzo individual, es decir, se limitan a los talentos innatos.

Hay varios problemas con este modo de analizar la desigualdad:

En primer tíérmino, los talentos que resultan del esfuerzo individual están tambiíén conectados con lo innato en cuanto a las potencialidades o capacidades para realizar el esfuerzo en cuestión. El sujeto actuante puede decidir la utilización o no de esas potencialidades pero íéstas se encuentran distribuidas de distintos modos entre las diversas personas. Por tanto, para seguir con el hilo argumental de aquellos autores, habrí­a que redistribuir el fruto de todos los talentos.

En segundo lugar, la información que pretende tener el planificador social respecto de los talentos no se encuentra disponible ex ante de las respectivas acciones, ni siquiera para el propio sujeto. Los talentos se van revelando a medida que se presentan oportunidades e incentivos varios. Si los incentivos no existen, por ejemplo, porque los resultados de su aplicación serí­an expropiados, esos talentos no aparecerán. Por su parte,  en la sociedad libre se abre la posibilidad de que cada uno utilice sus conocimientos los cuales no son conocidos por otros, por tanto, no resulta tampoco posible conocer los míéritos de cada uno, es decir, tampoco podemos saber cómo utilizó y con quíé esfuerzo esos conocimientos, lo contrario conducirí­a a la arbitrariedad.

En tercer lugar, no hay posibilidad de comparación de talentos intersubjetivamente ni de establecer medidas (montos posibles) entre el talento de un ingeniero y un pianista. Si se respondiera que la valuación y la correspondiente diferenciación podrí­a realizarse a travíés de lo que se remunera en el mercado, quedarí­an en pie dos objeciones. En primer lugar, seguirí­a sin saberse en quíé proporción utilizaron sus talentos y cuales fueron los míéritos respectivos. Uno podrí­a haberse esforzado en el 5% de su capacidad y obtener más que otro que se esforzó al máximo. En segundo tíérmino, no parece congruente desconfiar del mercado y, sin embargo, finalmente recurrir a ese proceso para la evaluación.

Cuarto, si fuera posible la equiparación de los frutos de los talentos, es decir, la nivelación de ingresos y patrimonios, se derrumbarí­a la función social respecto de la asignación de recursos según sean las respectivas eficiencias, con lo que la capitalización tampoco tendrá lugar con el resultado de una mayor pobreza generalizada, especialmente para los de menores talentos y los más indefensos frente a la vida. Por eso es que Simon Green (en Market Socialism: A Scrutiny) afirma que esos “míétodos fracasan y que la ambición subyacente es incoherente. [En última instancia, la distinción entre igualdad de ingresos e igualdad de talentos no puede sostenerse: la segunda se convierte en la primera. Más aún, apuntar a la igualdad de talentos disminuirá necesariamente la cantidad y calidad de aquellos recursos disponibles para toda la comunidad y para beneficio de todos. El igualitarismo radical resulta ser, despuíés de todo, igualitarismo milenario [el tradicional redistribucionismo] y con los mismos resultados desastrosos”. Por su parte, independientemente de lo que hemos dicho, en la obra mencionada Rescher nos dice que “los esfuerzos en este sentido [la compensación por la suerte diversa] suelen estar destinados al fracaso. Si tratáramos de compensar a las personas por su mala suerte, simplemente crearí­amos mayor margen para la intervención de la suerte. Pues sea cual fuere la forma de compensación que se adopte —dinero, mayores privilegios, oportunidades especiales—, lo cierto es que algunas personas están en mejor posición de aprovecharlas que otras, de modo que la suerte que echamos por la puerta regresa por la ventana”. Habrí­a que compensar la compensación y así­ sucesivamente.

Por último, tambiíén vinculado al punto anterior, Friedrich Hayek señala (en Los fundamentos de la libertad) que la pretendida igualación por los míéritos inducirí­a al derroche y revertirí­a la máxima del mayor resultado con el menor esfuerzo y harí­a que se remunere de distinta manera por el mismo servicio (según lo que se estime subjetivamente es el míérito).

Antes de resumir lo dicho, debemos aclarar que en este escrito no nos desviamos al debate entre el mundo determinado (de Copíérnico a Newton) frente al mundo probabilí­sitico (a partir de la fí­sica cuántica y luego por Popper pero en sentidos distintos) porque estimamos que en este contexto complicarí­a innecesariamente nuestro breve análisis.

En resumen, aunque en rigor la suerte no existe puesto que los sucesos son consecuencia de nexos causales anteriores en ciencias naturales o de motivos en ciencias sociales, se suele recurrir a esa expresión de modo coloquial para aludir a ocurrencias no previstas. En este último contexto se hace referencia a la “ruleta de la vida” ya que la mayor parte de lo que tiene lugar está sujeto a la incertidumbre,  razón por la cual se requiere humildad que en el plano polí­tico es una condición de la que adolecen los planificadores de vidas y haciendas ajenas para enfrentar acontecimientos que surgen en libertad de la coordinación de conocimiento fraccionado y disperso que es “consecuencia de la acción humana más no del diseño humano” como ha sentenciado Adam Ferguson hace ya más de tres siglos.


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