Por... María Clara Ospina H.
Dos países de topografía variada, abundantes costas, bosques y ríos, y los más hermosos paisajes. Habitantes que se sienten afortunados y en las encuestas aparecen como los más felices de sus respectivos continentes. Dos naciones de gentes alegres y dicharacheras, de mujeres bellas y coquetas, de hombres conquistadores y piroperos. Teniendo en cuenta las diferencias obvias, los siglos de historia y cultura que nos diferencian, y mirando solamente el presente, se puede decir que hoy existen muchas similitudes entre Colombia e Italia.
Por desgracia, las similitudes no paran en las cosas bellas y alegres. Estos dos pueblos tambiíén se parecen en lo malo, comenzando por el alto nivel de corrupción que permea todos sus estamentos y amenaza con destruirlo todo.
Leer el periódico en Italia y en Colombia es muy semejante, los titulares son los mismos: tal político, alcalde o contratista se robó la plata de su pueblo, del puerto que se estaba construyendo, de la carretera, el puente, la escuela, o el hospital; en fin, del erario, el cual es, en los dos países, fuente de riqueza de los avispados ladrones públicos. Robar, robar y salirse con la suya es la constante.
El caos es dueño de las ciudades, el tráfico es como de locos, nadie obedece, ni les importan las señales. Las leyes son para violarlas y los policías y empleados públicos, para sobornarlos. Las canecas de basura son como un adorno inútil, pues la mugre está por todas partes. Los ladrones son dueños de las ciudades y la ciudadanía está arrinconada por ellos.
Hay desempleados y mendicantes en todas las esquinas, y la pobreza acecha sin que haya una solución aparente. Las clases altas, bellas y sofisticadas, miran hacia otro lado y los restaurantes y boutiques de lujo se mantienen repletos. La división entre pobres y ricos se ahonda más cada día.
En ambos países la izquierda ha perdido completamente su ruta. En Colombia, el Polo Democrático, tanto como en Italia el Partido Comunista, no han sido capaz de aglutinar las fuerzas de izquierda por falta de líderes carismáticos, programas bien estructurados y claros que cautiven al pueblo. ¿Por quíé esto es tan grave? Porque una democracia sólida debe contar con fuerzas opuestas que se vigilen constantemente.
Tanto la izquierda, como la derecha, deben ser sabuesos aguerridos que persigan el bien común y no permitan los excesos en el bando opuesto. En Italia, la debilidad de la izquierda, prácticamente anulada por las peleas personales entre sus líderes, algo muy parecido a lo que sucede en Colombia, ha permitido que un primer ministro como Berlusconi, teñido por toda clase de escándalos, se sostenga en el gobierno.
Italia ocupa hoy el lugar de la síéptima potencia económica del mundo, pero cuando camino por alguna callejuela de Milán o Nápoles, rodeada de mugre en el piso, mendigos hambrientos y carros que no respetan las señales, me acuerdo del desorden que reina en las ciudades colombianas y pienso: tantos años de historia y cultura que nos diferencian, pero estamos en las mismas.