La semana pasada, la caída del precio del oro y el estaño provocó un fuerte susto en el país. La confianza en que el desarrollo asiático no aminoraría su impulso hizo que se goce de los buenos ingresos sin adoptar previsiones para la llegada inevitable del tiempo de las vacas flacas.
Con el sólo anuncio de este decremento, se conoció que la empresa Huanuni, la principal mina estatal, produce estaño a un costo mayor que el del precio, aunque hay interesantes maquillajes contables, y los cooperativistas comenzaron a mandar mensajes al Gobierno para que íéste adopte algunas medidas, entre ellas, la de recrear el Banco Minero con la obligación de comprarles el estaño que producen al precio más alto registrado antes de la caída porque, de lo contrario, la quiebra sería una realidad y cientos de miles de mineros deambularían por las ciudades sin empleo.
Felizmente, la tendencia a la baja cambió. Pero, la alarma está dada y ojalá se puedan adoptar algunas previsiones de manera que si a futuro nuevamente caen los precios haya un colchón que permita enfrentar esa realidad sin tener que cargar los costos sobre toda la población, que, por lo demás, no ha sentido el efecto de los buenos tiempos.
Desde otra perspectiva, esta experiencia muestra que no se registra el pasado y, por ello, se ha tropezado una vez más con la misma piedra. Pese a anteriores fracasos se reorganizó la mina Huanuni en forma similar a lo que fue la minería nacionalizada anterior a 1985 (exceso de personal, sobre todo, sin importar los costos de producción) y los cooperativistas gastaron dinero a borbotones sin pensar en la posibilidad de que retornen tiempos difíciles.
¿Se podrá cambiar alguna vez esta lógica perversa?