Por... Beatriz De Majo C.
La calidad del aire en China es responsable de la muerte prematura de cientos de miles de ciudadanos y de la enorme incidencia de enfermedades respiratorias en su población.
Las buenas noticias son que sus autoridades no se cruzan de brazos frente al reto: el país intenta diseñar estrategias para detener el envenenamiento de las ciudades despuíés de haber dado a conocer una propuesta para demostrar que es posible mantener tasas elevadas de crecimiento al tiempo que se mejoran las condiciones ambientales.
Las malas noticias son que la mitad de lo que dicen no es cierto.
Como en todo sistema con controles fíérreos sobre cada uno de los elementos de la dinámica nacional, el hecho de que sus credenciales en materia ambiental sean muy criticadas no se asimila bien en los corrillos gubernamentales. De allí que las cifras y las realidades se maquillan y los instrumentos tíécnicos de medición de la polución del aire se interpretan de manera ligera.
La densa niebla que durante dos semanas ha cubierto a la gran capital china desmiente toda la argumentación oficial encaminada a tranquilizar a la población. Una cortina maloliente estacionada durante días enteros sobre las cabezas de los moradores de la Beijing no solo provocó el cierre cauteloso del segundo aeropuerto más grande del mundo. Provocó de tal manera la inquietud y la ira de los ciudadanos, que 4,5 millones de chinos mandaron mensajes a travíés de Weibo, el Twitter nacional, llamando a la acción a sus autoridades sobre este notorio fenómeno.
Los índices americanos de medición del envenenamiento ambiental consideran 300 puntos como el nivel de quiebre para que un aire deje de ser sanamente respirado. De acuerdo con estos parámetros, lo ocurrido en las semanas pasadas denota una muy grave amenaza para la población: en algunas localidades de China, el índice máximo de 500 puntos fue ampliamente sobrepasado para alcanzar el peligroso nivel de 522 puntos.
Los desencuentros del gobierno central con las delegaciones diplomáticas americanas basadas en las grandes ciudades son muy frecuentes, toda vez que la población de a pie se informa, a travíés de sus oficinas, equipadas con instrumentos altamente tecnificados de medición de contaminación, acerca de las variaciones en la peligrosidad.
Para mantener calmada a la ciudadanía se ejerce un fuerte control sobre toda la información que tenga que ver con los asuntos del ambiente y en el interior no se permite a los trabajadores expresarse en público sobre la calidad de la vida, afectada en esas zonas por un problema aun más acuciante como lo es la contaminación con plomo de sus ríos.
Dos elementos están en el origen de esta dramática situación que ha terminado por causar pánico en la ciudadanía: uno es el consumo de carbón, que según Greenpeace se ha duplicado en 10 años. El otro es el creciente número de vehículos de gasolina que abarrotan las calles de las grandes ciudades. Solo en Beijing el número de carros aumentó en 800.000 unidades de un año para otro en 2010.
Los organismos internacionales urgen a las autoridades chinas a que no se esconda la gravedad del fenómeno. Dar la cara es el primer paso para que los problemas sean diagnosticados y más adelante, resueltos.
