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Autor Tema: Financiación para la miseria...  (Leído 178 veces)

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Financiación para la miseria...
« en: Enero 15, 2012, 01:49:29 pm »
Por...   Alberto Benegas Lynch
 


Una de las erogaciones compulsivas más suculentas de los contribuyentes y, al mismo tiempo, más inútiles y contraproducentes consiste en la muy mal llamada “ayuda externa”. Esta así­ denominada “ayuda” consiste en que bien remunerados burócratas internacionales haciendo uso prepotente del fruto del trabajo ajeno, entregan sumas millonarias a gobiernos que, precisamente, se hacen acreedores de los dineros ajenos debido a sus polí­ticas insensatas basadas en trasnochados estatismos que provocan reiteradas fugas de capitales y de personas. Estos funcionarios internacionales que viajan siempre en primera clase, se hospedan en hoteles del máximo estrellato (donde a veces incursionen en llamativas aventuras sexuales, muchas veces tambiíén compulsivas) y nunca son revisados en las aduanas, llegan con carradas de dólares a devolver en plazos e intereses muchos más atractivos que los que ofrece el mercado y pontifican sobre presupuestos equilibrados a costa de exorbitantes aumentos impositivos y otras sandeces que dejan exhaustos a los esquilmados ciudadanos, en un clima de gobernantes corruptos que, merced a la financiación de marras, se enquistan en el poder.
 
Si se cortara el críédito proveniente de la succión de los bolsillos del prójimo para financiar a gobernantes inauditos, íéstos se verán obligados a modificar sus polí­ticas o dimitir y dejar paso a medidas que reemplacen el estatismo para dar cauce a las energí­as creativas de una sociedad abierta, con lo que se instalan posibilidades de obtener críéditos privados sobre bases sólidas. Además, tal como lo vienen sugiriendo pensadores de fuste, habrí­a que liquidar instituciones aberrantes como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y equivalentes, al efecto de liberar recursos esterilizados en faenas que amplí­an la rapiña y la pobreza.

La editorial de FAES en Madrid acaba de traducir y publicar un magní­fico libro de Dambisa Moyo —nacida y criada en Zambia con un doctorado en economí­a en Oxford— titulado Cuando la ayuda es el problema. Con mucha razón la autora escribe en la primera lí­nea de su Introducción que “Vivimos en la cultura de la ayuda donde aquellos que viven mejor suscriben, mental y financieramente, la idea de que dar limosna a la gente pobre es lo correcto” y no con recursos propios consistente con aquíél dicho anglosajón de put your money where your mouth is sino coactivamente con los bienes detraí­dos a terceros. A fines del año pasado se coronó la contracara de esta filosofí­a con los saqueos a centros comerciales en distintas partes del mundo porque se ha trasmitido la atrabiliaria noción que el que necesita algo “tiene derecho a arrebatarlo de otro”.
 
Moyo sostiene que “La cultura pop de la ayuda ha reafirmado estas ideas equivocadas. La ayuda se ha convertido en parte de la industria del entretenimiento. Las personalidades de los medios de comunicación, las estrellas de cine, las leyendas del rock abrazan la ayuda con entusiasmo, hacen proselitismo de su necesidad […] regañan a los gobiernos por no hacer lo bastante; y los gobiernos responden cualitativamente, temerosos de perder popularidad, desesperados por ganar el favor del público […] ¿Pero acaso el billón de dólares o más en ayuda al desarrollo entregado en las últimas díécadas ha ayudado en algo a la gente en ífrica? No. De hecho, los receptores de esta ayuda están peor, mucho peor […] Millones de africanos hoy son más pobres por culpa de la ayuda; la miseria y la pobreza no solo no han sido erradicadas, sino que han aumentado. La ayuda ha sido, y continúa siendo, un desastre económico, polí­tico y humanitario sin precedentes para la mayor parte del mundo en desarrollo”.
 
Esta autora apunta tambiíén que “Se compararán los paí­ses que han rechazado el camino de la ayuda y han prosperado, con otros que se han convertido en dependientes de la ayuda y se han visto atrapados en un cí­rculo viciosos de corrupción, distorsión del mercado y aumento de la pobreza; de ahí­ la `necesidad` de más ayuda” que, concluye, es nociva tanto si es directamente otorgada de gobierno a gobierno (bilateral) como si es indirectamente realizada por parte de organismos internacionales (multilateral) pero como habitualmente “se conceden en tíérminos muy favorables y a menudo se condonan, los responsables de las polí­ticas de las economí­as pobres podrí­an llegar a considerarlos como más o menos equivalentes a donaciones” que reciben “incluso los díéspotas más corruptos y venales” y, por el contrario, muestra ejemplos, sobre todo asiáticos, de “una reducción de la pobreza sin precedentes gracias a las polí­ticas de libre mercado”.

Asimismo, Dambisa Moyo afirma que tambiíén “la dependencia de los recursos naturales ha demostrado ser una maldición para el desarrollo, más que una bendición” (tengamos presente que el continente africano es el que posee la mayor dotación de recursos naturales del planeta y, sin embargo, salvo Sudáfrica, se debate en la miseria más espantosa debido a la incapacidad de sus paí­ses de adoptar marcos institucionales civilizados).
 
Según esta pensadora, la continuidad de los organismos internacionales que otorgan las antedichas entregas a manos llenas es debido a los intereses creados de mantener (y acrecentar) los jugosos sueldos de sus miles de funcionarios: “Viven de la ayuda, de la misma forma que los funcionarios que la reciben. Para la mayorí­a de las organizaciones para el desarrollo, el íéxito de los príéstamos se mide casi en su totalidad por el tamaño de la cartera de príéstamos del donante y no por cuánta ayuda acaba empleándose en el objetivo al que supuestamente estaba dirigida. Como consecuencia de ello, los incentivos de las organizaciones para el desarrollo perpetúan la espiral de conceder príéstamos incluso a los paí­ses más corruptos […] Cualquier cantidad no desembolsada aumenta la posibilidad de que sus siguientes programas de ayuda se recorten drásticamente. Con el colorarlo añadido, claro está, de que la propia posición de la organización se pone en peligro”.
 
En esta obra, la distinguida intelectual comentada agrega sus quejas a las de otros acadíémicos sobresalientes que vienen insistiendo en idíéntica tesis, tales como Peter Bauer (a quien, dicho sea de paso, está dedicado el libro de Moyo), Anna Schwartz, Melvin Karauss, Karl Brunner, James Bovard y tantos otros. No coincido con todos los puntos planteados por la autora que hemos considerado en esta nota, del mismo modo que no se coincide plenamente con ningún escrito, ni siquiera con algunas de las cosas que uno mismo ha consignado que, vistas luego de transcurrido cierto tiempo, pensamos que podrí­amos haber escrito mejor. Todos los humanos tenemos grises, el asunto consiste en juzgar por el balance neto y, en el caso del libro de Dambisa Moyo, consideramos que el lado positivo excede con creces el lado oscuro de su presentación.
 
A esta altura de los acontecimientos es menester hacer un alto en el camino y abandonar lo que en última instancia significa la financiación de la miseria y retomar la cordura al efecto de establecer marcos institucionales respetuosos de los derechos de propiedad como camino al progreso de todos, muy especialmente de los más necesitados. Para revertir la actual situación, es necesario que cada uno (todos los partidarios de la libertad) contribuya a esclarecer el sentido de la sociedad abierta. Tomemos como ejemplo desde el lado del totalitarismo las reflexiones de Antonio Gramsci en su proclama de 1917: “La indiferencia es apatí­a, es parasitismo, es cobardí­a, no es vida. Por eso odio a los indiferentes […] Algunos lloriquean compasivamente, otros maldicen obsesivamente, pero nadie o muy pocos se preguntan si yo hubieran cumplido con mi deber, si hubiera tratado de hacer valer mi  voluntad, mis ideas, ¿habrí­a ocurrido lo que pasó? […] Odio a los indiferentes tambiíén porque me molesta su lloriqueo de eternos inocentes. Pido cuentas a cada uno de ellos por como ha desempeñado el papel que la vida le ha dado y le da todos los dí­as, por lo que ha hecho y, sobre todo, por lo que no ha hecho”.


•... “Todo el mundo quiere lo máximo, yo quiero lo mínimo, poder correr todos los días”...
 Pero nunca te saltes tus reglas. Nunca pierdas la disciplina. Nunca dejes ni tus operaciones, ni tu destino, ni las decisiones importantes de tu vida al azar, a la mera casualidad...