Por... Guillermo Cabieses
A un emperador romano le pidieron que actúe como juez en una contienda de canto entre dos participantes. Luego de escuchar al primer concursante el emperador decidió darle el premio al segundo asumiendo que íéste no podía cantar peor que su predecesor. Sin embargo, como es evidente, podría ser un error ya que el segundo participante pudo ser inferior al primero. Esta leyenda la cuenta y comenta Peter Boettke, en su libro, Living Economics, haciendo notar sus semejanzas con la teoría de las fallas de mercado. Esta teoría comete el mismo error que el emperador asumiendo que el sólo hecho de que se demuestre que el mercado ha fallado (concepto de por sí discutible), es suficiente para optar por una alternativa, la intervención estatal, sin que se hayan sopesado sus míéritos.
Esto responde a una visión romántica que se tiene de la política y su quehacer en la economía; es una creencia común que es función del Estado remediar todos los males y que los políticos son los llamados a hacerlo, dotados de una supuesta sabiduría que el voto popular les concede; sabiduría que además les permite alcanzar, a travíés de sus decisiones, el bienestar social.
Sin embargo, ni es función del Estado corregir al mercado, ni es labor de los políticos procurar el bienestar social. Como bien nos ha enseñado el economista James Buchanan —quien lamentablemente falleció en el mes de enero del 2013—, en la política, como en todo en la vida, no existe la perfección.
Buchanan reventó la burbuja de aquíéllos que creían que el Estado estaba en capacidad de lograr el bienestar social, criticando esa visión romántica que se tiene de la política. Su tesis se fundamenta en tres proposiciones: (i) no existe tal cosa como el bienestar social, existe el bienestar de los individuos y ese se logra permitiíéndoles perseguir sus propios fines; (ii) incluso si existiese tal cosa como el bienestar social este no sería alcanzable porque las sociedades no elijen, elijen los individuos; y, (iii) los individuos que se desenvuelven en el sector político, al igual que todos los demás, actúan racionalmente y basan sus decisiones en sus propios análisis de costos y beneficios.
En estos tres principios se basa la Teoría de la Elección Pública (“Public Choiceâ€), de la que Buchanan (junto con Gordon Tullock) es el principal exponente. Esta teoría nos permite entender que el proceso de elección democrática se rige por las reglas del mercado, explicando por quíé los políticos hacen tantas promesas cuando están en campaña que luego incumplen; tambiíén nos permite comprender porque los grupos de intereses logran que las leyes sean de costos difundidos, pero beneficios concentrados. Despuíés de todo, los grupos de intereses son los que financian las campañas de los políticos).
Buchanan nos habla de la política sin romance, la desnuda del ropaje sensiblero que lleva de disfraz, enseñándonos que los políticos, al igual que todos los demás, persiguen sus propios fines y por su sola elección no son divinamente iluminados, ni dotados de sabiduría o desinteríés. Tampoco son poseídos por un demonio o espíritu del mal. Son personas que, como cualquier individuo, actúan sobre la base de sus propios intereses.