Por… Beatriz De Majo C.
Los ciudadanos chinos se acostumbraron, despuíés de tres largas díécadas de alto crecimiento de su economía, a que esa sostenida condición expansiva era una suerte de normalidad, una característica inherente a su inserción acelerada en los mercados globales unida a su enorme tamaño. Ya no más. Ya es anuncio oficial que este año la economía del gigante alcanzará un 7,5 % de crecimiento y, en lo que resta por venir de esta díécada, según anticipa el Banco Mundial, puede que la veamos incrementarse a razón de 8 % o 9 % interanual.
Aceptar que la nueva normalidad de crecimiento económico del coloso asiático no sobrepasará en los próximos años los dos dígitos no nos enfrenta a una variable de crecimiento deleznable. Pero la significación de esta novedosa condición se percibe muy distinta según se observe desde fuera de las fronteras chinas o desde dentro del propio escenario de los acontecimientos.
Veamos el lado asiático. Los súbditos del Partido Comunista han estado siendo deliberadamente influenciados por sus gobernantes, quienes han asegurado, de manera sistemática, que una expansión inferior al 8 % podía significar graves penurias para el colectivo. Con ello justificaban los cambios por venir en la administración de Hu. De esa manera les hacían digerir la especie de que la demanda externa debía dejar de ser el pivote del dinamismo chino para que el consumo interno de los chinos ocupara ese lugar. “La economía no es más sostenibleâ€, fue la lapidaria frase de Xi Jinping apenas tomó posesión de sus funciones de líder a inicios de este año.
Pues bien, todo hace pensar que inocular en la población la paranoia del fracaso es algo que en esas particulares latitudes provoca buenos resultados. Las ventas de la empresa francesa de productos lácteos Danone se catapultaron en China, en lo que va de año, en la nada despreciable proporción de 17 %, el doble del crecimiento de las ventas del mismo periodo de 2012.
Ese único ejemplo es indicador de cómo las empresas que trabajan en China, propias y ajenas están siendo forzadas, de cara a un ambiente de díébil potencial de crecimiento, a trabajar en condiciones tales que exijan la revisión de sus modelos de negocios, sus niveles de deuda y el tamaño de sus inversiones. Nada de esta adecuación luce como un escollo infranqueable para Beijing que se siente cómoda frente a este cambio de norte. No solo el desempleo está siendo controlado gracias a las nuevas políticas de estímulo. En el primer trimestre de 2013, tres millones de puestos de trabajo se crearon en las áreas urbanas.
Pero afuera canta otro gallo. El anuncio formal de una tasa de crecimiento esperada de 7,5 % para este año dejó a más de uno sin dormir en el lado occidental del planeta. Los valores de las acciones de las empresas exportadoras a Asia se descalabraron y las monedas acusaron severamente el golpe.
El corolario para quienes observan a China desde el exterior es que la nueva normalidad está allí para quedarse y que un nuevo gíénero de relación cuantitativa y cualitativa se impone con quien es ya la segunda potencia mundial.
Suerte en sus vidas…