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Autor Tema: El engaño del salario mí­nimo y la muerte del sentido comíºn...  (Leído 149 veces)

OCIN

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Por...   James A. Dorn
 


El senador Edward Kennedy una vez llamó al salario mí­nimo “uno de los mejores programas anti-pobreza que tenemos”. Jared Bernstein, ex asesor económico principal para el vicepresidente Joe Biden, piensa que “eleva el salario de los trabajadores con ingresos bajos sin perjudicar sus prospectos de obtener un empleo”. Ralph Nader cree que los trabajadores con ingresos bajos se merecen un aumento de salario —y que el Estado lo deberí­a proveer.

¿Por quíé esas creencias persisten en vista del sentido común económico? Ningún legislador alguna vez ha derogado la ley de la demanda, que dice que cuando los precios de cada trabajador aumenta, la cantidad demanda caerá (asumiendo que las demás cosas se mantienen constantes). Esa misma ley nos dice que la cantidad demandada (es decir, la cantidad de empleos para trabajadores con poca preparación) disminuirá más a largo plazo que en el corto plazo, conforme los empleadores se desplazan hacia míétodos de producción que ahorren mano de obra —y el desempleo aumentará.

La creencia de que aumentar el salario mí­nimo es socialmente beneficioso es un engaño. Es cortoplacista e ignora la realidad evidente. Los trabajadores que retienen sus empleos pasan a una mejor situación solamente a costa de los trabajadores con poca calificación y, en gran medida, jóvenes que o pierden sus empleos o no logran encontrar uno con el salario mí­nimo legal.

Un salario mí­nimo más alto atrae nuevos candidatos el mercado laboral pero no les garantiza un empleo. Lo que ocurre en el lado de la demanda del mercado no es sorprendente: si el salario mí­nimo excede el salario predominante en el mercado (determinado por la oferta y la demanda), algunos trabajadores perderán sus empleos o verán sus horas reducidas. Hay abundante evidencia de que un aumento de un 10 por ciento en el salario mí­nimo conduce a una disminución de entre 1 y 3 por ciento a corto plazo en el empleo de trabajadores con poca calificación (utilizando a los adolescentes como un grupo representativo), y a una disminución mayor a largo plazo, junto con un creciente desempleo.

Los empleadores tienen más flexibilidad a largo plazo y encontrarán formas de economizar en trabajadores disponibles a un precio mayor. Nuevas tecnologí­as se introducirán junto con inversiones de capital que ahorren trabajadores, y los trabajadores de alta calificación tenderán a reemplazar a los de poca calificación. Esas sustituciones ocurrirán incluso antes de que se de un aumento del salario mí­nimo, si los empleadores creen que tal aumento es inminente. Habrán menos empleos para los trabajadores de baja calificación y tasas de desempleo más altas —especialmente para las minorí­as— y las tasas de participación caerán conforme los trabajadores afectados por el salario mí­nimo se salgan del mercado laboral formal.

El salario mí­nimo viola el principio de la libertad al limitar el rango de opciones a disposición de los trabajadores, prohibiendo que acepten empleos por debajo del mí­nimo legal. Tambiíén prohí­be que los empleadores contraten a esos trabajadores, incluso si ambas partes se beneficiarí­an. De manera que, contrario a lo que dicen los partidarios del salario mí­nimo, el gobierno no aumenta las oportunidades para los trabajadores con poca calificación aumentando el salario mí­nimo. Si un trabajador pierde su empleo o no puede encontrar uno, su ingreso es cero. Los trabajadores no le pagarán a un trabajador $9 por hora si ese trabajador no puede producir por lo menos esa cantidad.

Los polí­ticos le prometen a los trabajadores de baja calificación un salario más alto, pero esa promesa no puede ser honrada si los empleadores no pueden lucrar de retener a esos trabajadores o de contratar a trabajadores similares. Los empleos se perderán, en lugar de ser creados; y el desempleo aumentará conforme más trabajadores busquen trabajo pero no lo encuentren a un salario que está por encima de aquel que determina el mercado.

La mayorí­a de los empleadores no pueden simplemente aumentar los precios para cubrir el salario mí­nimo más alto, particularmente en el competitivo sector de servicios. Y si de hecho aumentan los precios, los consumidores comprarán menos o tendrán menos dinero para gastar en otras cosas, lo que implica menos trabajos al final del dí­a. Además, si el salario mí­nimo reduce las ganancias, habrá menos inversión de capital y el crecimiento del empleo será lento.

Un estudio reciente de Jonathan Meer y Jeremy West, economistas de la Universidad de Texas A&M, concluyó que “el efecto más destacado de las leyes de salario mí­nimo es una disminución en la contratación de nuevos empleados”. Ese efecto se da a lo largo del tiempo conforme los empleadores se desplazan hacia míétodos de producción que ahorran la mano de obra. Como el salario mí­nimo tiene el mayor impacto sobre los trabajadores con poca calificación que tienen pocas alternativas, sus ganancias a lo largo de su vida serán afectadas de manera negativa al retardar su ingreso a la fuerza laboral y hacerles perder una valiosa experiencia en el trabajo.

A los partidarios del salario mí­nimo como John Schmitt, un acadíémico titular del Center for Economic and Policy Research en Washington, les gusta argumentar que el efecto promedio del salario mí­nimo sobre los empleos para los trabajadores con poca calificación es cercano a cero. Pero una abundante evidencia ha mostrado que no hay efectos positivos sobre el empleo de los trabajadores con poca calificación que compensen los efectos negativos de un aumento en el salario mí­nimo. El truco es hacer ajustes considerando otros factores (“variables de confusión”) que afectan la demanda de trabajadores y asegurarse de que los datos y el diseño de la investigación son válidos. El enfoque deberí­a estar en esos trabajadores afectados de manera negativa por el salario mí­nimo —principalmente, los individuos más jóvenes con poca educación y pocas habilidades.

En un estudio de caso reciente que realiza ajustes considerando factores de confusión que dificultan aislar el impacto de un incremento en el salario mí­nimo sobre el empleo de trabajadores con poca calificación, Joseph Sabia, Richard Burkhauser y Benjamin Hansen concluyen (en inglíés) que cuando el estado de Nueva York aumentó el salario mí­nimo de $5,15 a $6,75 por hora en 2004-06 hubo una “reducción de entre 20,2 y 21,8 por ciento en el empleo de individuos más jóvenes con menos educación”.

A los partidarios del salario mí­nimo les gusta señalar el “experimento natural” que David Card y Alan Krueger realizaron para ver si el alza del salario mí­nimo en Nueva Jersey afectó de manera adversa el empleo en la industria de comida rápida en comparación con Pennsylvania, que no aumentó su salario mí­nimo. Basándose en encuestas telefónicas, los autores concluyeron (en inglíés) que el alza del salario mí­nimo aumentó considerablemente los empleos para trabajadores de baja calificación en la industria de comida rápida en Nueva Jersey. No sorprende que sus resultados fuesen reversados con investigaciones más cuidadosas que encontraron un efecto adverso sobre el empleo (ver David Neumark y William Wascher, American Economic Review, 2000).

Deberí­a ser obvio que limitar el estudio a los restaurantes franquiciados como McDonald’s ignora a los independientes más pequeños que son perjudicados por los aumentos en el salario mí­nimo y quienes no pueden competir con sus rivales más grandes. Nadie entrevistó a aquellos trabajadores que perdieron sus empleos o no pudieron encontrar uno con el salario mí­nimo más alto. Los partidarios del salario mí­nimo se enfocan en trabajadores que retuvieron sus empleos y obtuvieron un salario más alto, pero ignoran a aquellos que pierden sus empleos y obtienen un salario más bajo o ningún salario. Utilizando la econometrí­a para pretender que la ley de la demanda está muerta es un engaño peligroso.

Si uno obtiene resultados empí­ricos que van en contra de la esencia de leyes económicas sostenidas desde hace mucho tiempo, uno deberí­a ser muy cuidadoso acerca de defender polí­ticas basadas en esos resultados. Uno tampoco deberí­a detenerse con los efectos a corto plazo del salario mí­nimo sino rastrear los efectos a largo plazo sobre el número de empleos y sobre las tasas de desempleo para los trabajadores afectados.

Hoy el desempleo entre los jóvenes afroamericanos es más de 40 por ciento; casi el doble de lo que es para los adolescentes blancos. En 2007, antes de la Gran Recesión, el desempleo entre los jóvenes afroamericanos era de alrededor de 29 por ciento. No hay duda de que el aumento en el salario mí­nimo federal de $5,15 a $7,25 por hora contribuyó a la mayor tasa de desempleo. Si el congreso aprueba una nueva ley de salario mí­nimo que ilegalice que los empleadores paguen menos de $9 por hora, y que los trabajadores acepten algo por debajo de esa cantidad, podemos esperar una erosión todaví­a mayor del mercado para los trabajadores con poca calificación, especialmente para los adolescentes afroamericanos.

Con tantos trabajadores jóvenes y con pocas calificaciones buscando un empleo, los empleadores pueden elegir y descartar. Pueden reducir los beneficios y las horas; y pueden sustituir trabajadores menos calificados con los que tienen mayor preparación. Los estudios recientes basados en datos de condados contiguos más allá de las fronteras de un estado han ignorado la sustitución de trabajadores con otros trabajadores y equivocadamente han concluí­do que los salarios mí­nimos más altos no afectan de manera adversa el empleo.

Arindrajit Dube, T. William Lester y Michael Reich, por ejemplo, utilizan datos a nivel de condados para un periodo de más de 16,5 años para examinar el impacto de diferencias locales en los salarios mí­nimos sobre el empleo en restaurantes, los cuales contratan principalmente trabajadores de baja calificación. Basándose en su análisis y presunciones, no encuentran “efectos adversos sobre el empleo” (en inglíés).

Los partidarios de un salario mí­nimo más alto han basado su caso en este estudio y otros relacionados a este —como el de Sylvia Allegretto, Dube y Reich, quienes concluyeron que “los aumentos de salario mí­nimo —dentro del rango de lo que ha sido implementado en EE.UU.— no reducen el empleo entre los adolescentes”. Neumark, Salas y Wascher, en un estudio de enero de 2013 (en inglíés), argumentan que “ni las conclusiones de estos estudios ni los míétodos que utilizan están respaldados por los datos”. De hecho, el estudio de Dube, Lester y Reich admite que sus datos previenen que ellos puedan evaluar “si los restaurantes responden a los aumentos en el salario mí­nimo contratando a más trabajadores mejor calificados y a menos trabajadores con menor preparación”.

La evidencia existente respalda la sustitución de un tipo de trabajadores con otro tipo de estos como respuesta a un salario mí­nimo más alto —especialmente a largo plazo. Los empleadores tienen un incentivo fuerte de retener adolescentes mejor educados y entrenarlos, y de contratar a trabajadores altamente calificados para operar equipos que ahorran mano de obra. Contrario a las aseveraciones de Bernstein y otros que respaldan el salario mí­nimo, un mí­nimo más alto (otras cosas constantes) disminuirá las oportunidades de empleo para los trabajadores menos preparados. Los trabajadores que retienen sus empleos serán trabajadores con productividad más alta —no los trabajadores con ingresos bajos en familias con ingresos bajos. Las leyes de salario mí­nimo perjudican a los mismos trabajadores que pretenden ayudar.

Las pequeñas empresas ya están despidiendo a trabajadores de poca calificación e invirtiendo en tablets, robótica, y otros equipos de auto-servicio que ahorren mano de obra, anticipándose al salario mí­nimo más alto; y las horas están siendo recortadas. Esas tendencias continuarán, especialmente si el salario mí­nimo es ajustado a la inflación.

Los partidarios de los salarios mí­nimos más altos confunden la causa y el efecto. Piensan que un salario mí­nimo más alto causa que los ingresos de los trabajadores con poca calificación aumenten y no destruye empleos. Se asume que los trabajadores tienen salarios más altos y que retienen sus empleos como resultado de la polí­tica estatal —aún cuando estos no han hecho nada para mejorar sus habilidades. Pero si un trabajador está produciendo $5,15 por hora y ahora el empleador debe pagar $9 por hora, habrá pocos incentivos para retenerlo. Tambiíén habrá pocos incentivos para contratar nuevos trabajadores. Sin un aumento en la demanda de trabajadores —esto es, un aumento en la productividad laboral debido a mejores tecnologí­as, más capital por cada trabajador o educación adicional— un salario mí­nimo más alto simplemente expulsará del mercado a algunos trabajadores (los menos productivos) y estos tendrán un ingreso de cero.

El salario mí­nimo no es una panacea para la pobreza. De hecho, Neumark, Schweitzer y Wascher examinan la evidencia y concluyen que “el efecto neto del salario mí­nimo más alto es…incrementar la proporción de familias que son pobres y que están próximas a ser pobres” (Journal of Human Resources, 2005”). Por lo tanto, el salario mí­nimo tiende a aumentar, no a disminuir, la tasa de pobreza.

El mejor programa anti-pobreza no es el salario mí­nimo sino la libertad económica que expande las opciones disponibles a los trabajadores y que permite a los empresarios contratar libremente a trabajadores sin que el gobierno decrete los tíérminos del intercambio, excepto para prevenir el fraude y la violencia. Cuando los empresarios adoptan tecnologí­as nuevas y hacen inversiones de capital de manera autónoma —esto es, sin ser inducidos a hacerlo debido a aumentos decretados por el gobierno en el salario mí­nimo— hay un empujón hacia arriba en la productividad laboral, en el nivel de empleo y en los ingresos. Pero cuando el gobierno aumenta el salario mí­nimo por encima del salario predominante en el mercado para los trabajadores de baja calificación, las empresas tendrán un incentivo para utilizar más las tíécnicas de producción que ahorran mano de obra y destruyen empleos y menos trabajadores con baja productividad —especialmente aquellos que son parte de las minorí­as— y previene que los trabajadores prosperen en la escala de ingresos. 

Los sindicatos son partidarios esenciales de los salarios mí­nimos más altos porque la demanda de trabajadores sindicalizados tiende a aumentar junto con las tasas de salarios luego de un incremento del salario mí­nimo. De igual forma, los grandes cadenas de tiendas al por menor y restaurantes franquiciados que ya están pagando por encima del salario mí­nimo podrí­an respaldar un aumento en el mí­nimo legal porque esto ayuda a proteger a sus empresas de competidores más pequeños. Algunos de los que abogan por reducir la pobreza tambiíén favorecen al salario mí­nimo porque es una polí­tica que hace que uno se sienta bien y porque creen que conducirá a ingresos más altos para los trabajadores de ingresos bajos, sin ver las consecuencias a un plazo más largo sobre los empleos y el desempleo.

Ignorar la ley de demanda para adoptar un salario mí­nimo más alto con la esperanza de ayudar a los trabajadores con ingresos bajos es un gran engaño. La persistencia de esta falsa creencia ignora la realidad económica. Esto es algo que distrae nuestra atención de polí­ticas alternativas que aumentarí­an la libertad económica y la prosperidad de todos los trabajadores.


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