Por... JUAN DAVID ESCOBAR VALENCIA
Las crisis amorosas, políticas y económicas son difíciles y normalmente implican sufrimientos y la necesidad de hacer cambios, abandonar actitudes y reiniciar el camino. Pero ninguna de ellas es tan aterradora como la crisis ideológica, o tambiíén llamada "crisis de sujeción", pues muchas veces es la ideología lo único a que están sujeto los sujetos.
Un ejemplo reciente de esta dolorosa experiencia fue la caída de la Unión Soviíética a finales de los años 80, que evidenció que el comunismo es inviable y que tal vez sea un sistema útil para hormigas, pero no para personas. Las generaciones de tirapiedras y quemabuses de los años 60 y 70, que por cierto son todavía gran parte de la dirigencia política, económica, religiosa y acadíémica de este país, y que rogamos porque pronto salgan a vacaciones indefinidas, se tragaron sin masticar una parte de la obra de Marx y se aferraron a esa ideología convencidos que iban a cambiar el mundo.
Cuarenta años intentaron creer que eso era cierto, y mientras eso nada que sucedía, algunos "creyentes" decidieron volverse ricos con el sistema capitalista, aunque en sus declaraciones públicas y en las fiestas con sus antiguos camaradas de bohemia y lupanares, con su lengua enardecida por costosísimos whiskys de 18 años, siguen repitiendo las consignas de: "el pueblo unido", "la lucha de clases", la maldita "plusvalía", las "causas objetivas de la violencia", y gritan: "¡Que vivan los pobres…", pero eso sí, bien lejos de sus casas.
Estos comunistas de caviar y carro blindado, y los de mochila arahuaca y gafa redonda en el otro extremo del espectro mamerto, casi sufren un derrame cuando se enteraron que la ideología con la que habían sido amamantados en su juventud, de la que habían estado "sujetos", era inviable y estuvo viva artificialmente durante díécadas.
Unos de ellos, avergonzados de sí mismos, quemaron al escondido sus libros revolucionarios y, con alguna lágrima, sus afiches de Marx. Otros solo lo olvidaron, y otros se convirtieron en profesores universitarios y políticos, y siguieron sosteniendo de forma enfermiza la existencia de algo que no existía. Para parecer comprometidos con los pobres, siguieron y siguen insistiendo que la clave del asunto es "la desigualdad" y no la "movilidad social", error que algún día esperamos pueda superarse, y otros intentan superar su frustración envenenando estudiantes con las ideas que ellos saben inútiles.
Uno de estos que pretende volver a la vida con ropa nueva lo que muerto está, es el economista y asesor del Partido Socialista Francíés, Thomas Pikkety, que gracias a su libro y al sistema capitalista, el mismo que Stiglitz tanto critica luego de haberlo hecho rico, se ha convertido en millonario y va poder heredar a sus hijos un capital enorme y siempre creciente, porque, según íél, la tasa de retorno de este es mayor que la de la economía. í‰l será el culpable de la desigualdad que tanto critica.
Pikkety como Marx, realiza un trabajo muy interesante y voluminoso en tíérminos del manejo de datos, pero al igual que Marx, con algunos supuestos equivocados se plantea todas las preguntas correctas, pero nuevamente propone las soluciones erradas