ESTAMOS PROGRAMADOS
El premio Nobel Francis H.C. Crick, bioqulmico inglés, que en 1953 descubrió la estructura del ácido desoxirribonucleico (ADN), adoptó a finales de 1981 una postura sorprendente: afirmó que en sus orígenes nuestra especie fue creada por una supercivilización galáctica.
«Cuando el sistema solar estaba empezando a configurarse» —dice— «en alguna parte de la galaxia existía una civilización que debía hallarse en el grado de progreso en que nosotros nos encontramos ahora, aproximadamente. Esos seres, bastante parecidos a nosotros, indudablemente, comenzaban a trabajar con la vida.
Un James Watson y un Crick extraterrestres habían descubierto la estructura del ADN. Otros, explotando sus trabajos, habían empezado a crear microorganismos, del mismo modo que nosotros, hoy, 'sintetizamos' las primeras bacterias en probetas.
Esos seres descubrieron nuestro mundo en formación. Entonces se embarcaron en una experiencia que hoy nos parece imposible, pero que, dentro de unas decenas de años, estaremos nosotros mismos en condiciones de emprender: crear la vida inteligente. No exactamente igual que el Dios de la Biblia, que bajó a la Tierra a fin de modelar un poco de barro para formar a Adán, pero casi. Ellos hicieron que, en ese barro original, se pudiera sembrar una bacteria (u otro microorganismo), programado de tal forma que, al cabo de varías decenas de miles de años, desembocara en nosotros.
Esos seres sembraron la Tierra igual que nosotros sembraremos quizá mañana un mundo lejano, todas cuyas probabilidades de llevar a la vida a su término más elevado, la inteligencia, estarán determinadas de antemano por nosotros.»
En su libro Life itself (La vida misma) Francis H.C. Crick expone todos los argumentos de su tesis.
¿UN SIMPLE EXPERIMENTO?
Pero también podríamos ser un simple experimento. Imaginemos que una supercivilización que todavía existe en algún punto de la galaxia , o incluso fuera de ella, decidiera, por ejemplo, hace algunos millones de años, crearnos a plazo. Para ella, el tiempo no cuenta. Cuando criamos un ganado que vive sólo unos cuantos años, o simples bacterias en un tubo de ensayo, ¿pensamos ni por un momento que, para esos microorganismos, nosotros somos prácticamente inmortales?
Crick confiesa que esta última idea es de los soviéticos. En efecto, la tesis de una siembra de la Tierra desde una galaxia cobró forma en el Congreso Internacional de Byurakan, en 1971. Especialistas como Vsevolod Troitsky, de la Academia de Ciencias de la Unión Soviética, emitieron allí la teoría de que la Tierra podría ser un campo de experimentación para seres superiores, con los cuales no hay ni que pensar en ponerse en contacto, porque van muy por delante de nosotros.
Entonces, ¡son como dioses!
VIDA POR DOQUIER
Casi simultáneamente con la publicación de la obra de Crick, el profesor de matemáticas aplicadas y astronomía en el University College de Cardiff, en el País de Gales, y director del Instituto de Estudios Fundamentales de Sri Lanka, Nalin Chandra Wickramasinghe, publicó sendos libros escritos en colaboración con el astrónomo Sir Fred Hoyle, y titulados Space Travellers: the Bringers of Life (Viajeros del espacio: los que trajeron la vida) y Evolution from Space (La evolución desde el espacio), respectivamente.
De la lectura de ambos libros, así como de las manifestaciones de otros científicos que investigan la existencia de formas de vida en el universo, se deduce claramente —no sólo como reflexión filosófica o lógica, sino decididamente como resultado de comprobaciones puntuales— que la vida no es una prerrogativa del planeta Tierra que habitamos, sino que sus bases se hallan repartidas por doquier en la vasta inmensidad del universo.
De forma que la afirmación del premio Nobel Francis H.C. Crick, descubridor como dije de la estructura del ADN, en el sentido de que una supercivilización galáctica nos creó en un pasado remoto, no caracen de base lógica. Nuestra creación fue, en su opinión —recuerdo—, una fabricación programada.
EL MUÑECO HUMANO
Exactamente de esta fabricación programada a la que aluden algunos científicos de avance, nos hablan también las tradiciones más antiguas del planeta, que quedan perfectamente reflejadas en el legado sagrado de los indios quichés, de la gran familia maya. Cuando el planeta Tierra aún no se había solidificado, y antes de poblarlo por tanto el ser humano, ya estaban ahí los constructores, los fabricadores, los poderosos del cielo. Con esta afirmación, el Popol-Vuh, el libro del Consejo de los quichés, está en línea con las afirmaciones de Francis H.C. Crick:
«Solamente el agua limitada, solamente la mar tranquila, sola, limitada. Nada existía. Solamente la inmovilidad, el silencio, en las tinieblas, en la noche. Sólo los Constructores, los Formadores, los Dominadores, los Poderosos del Cielo, los Procreadores, los Engendradores, estaban sobre el agua, la luz esparcída.»
Así reza el Popol-Vuh, que además nos cuenta cómo los Dominadores construyeron al ser humano, al hombre, para que éste les adorara y les invocara, ya que sin este detalle de vanidad su creación, su fabricación, no resultaba completa y, más aún, carecía de sentido. Esta necesaria adoración se repite en las tradiciones religiosas más antiguas de numerosas comunidades humanas. ¿Cabe pensar acaso que la energía que emitimos durante semejantes actos de adoración sirve de nutrición a quienes presumiblemente nos diseñaron? «Es tiempo de concentrarse de nuevo sobre los signos de nuestro hombre formado, como nuestro sostén, nuestro nutridor, nuestro invocador, nuestro conmemorador», afirma el Popol-Vuh. Narra este mismo «libro del Consejo» que el primer muñeco formado con tal finalidad no hablaba, por lo cual no los invocaba, motivo por el que fue destruido: «No tenían ni ingenio ni sabiduría, ningún recuerdo de sus Constructores, de sus Formadores; andaban, caminaban sin objeto. No se acordaban de los Espíritus del Cielo; por eso decayeron. Solamente un ensayo, solamente una tentativa de Humanidad.»
La imperfección de este primer intento de biorrobot provocó su destrucción por medio del agua, del diluvio: «Entonces fue hinchada la inundación por los Espíritus del Cielo, una gran ínundación fue hecha, llegó por encima de las cabezas de aquellos maníquíes.»
CON LA MENTE FRENADA
Al segundo intento, les salió un hombre tan inteligente y de tan perfecta comprensión, que temieron que supiera y viera demasiado, lo que no les convenía a Los de la Construcción, a los Poderosos del Cielo:
«No está bien lo que dicen nuestros construidos, nuestros formados. Lo conocen todo, lo grande, lo pequeño, dijeron. Por lo tanto., celebraron consejo. "¿Cómo obraremos ahora para con ellos? ¡Que sus miradas no lleguen sino a poca distancia! ¡Que no vean más que un poco la faz de la Tierra! ¡No está bien lo que dicen! ¿No se llaman solamente Construídos, Formados? Serán como dioses, sino engendran, si no se propagan, cuando se haga la germínacíón, cuando exista el alba; solos, no se multiplican. Que eso sea. Solamente deshagamos un poco lo que quisimos que fuesen; no está bien lo que decimos. ¿Se igualarían a aquellos que los han hecho, a aquellos cuya ciencia se extiende a lo lejos, a aquellos que todo lo ven?"", fue dicho por los Espíritus del Cielo, Dominadores, Poderosos del Cielo. Así hablaron cuando rehicieron al ser de su construcción, de su formación. Entonces fueron petrificados los ojos por los Espíritus del Cielo, lo que los veló como el aliento sobre la faz de un espejo; los ojos se turbaron; no vieron más que lo próximo, esto sólo fue claro. Así fue perdida la Sabiduría y toda la Ciencia de los cuatro hombres, su principio, su comienzo. Así primeramente fueron construidos, fueron formados, nuestros abuelos, nuestros padres."
De esta forma, para evitar que supiera y que viera demasiado, se corrigió a este segundo prototipo de hombre, para conformar definitivamente a la raza humana actual, previo ajuste de clavijas y recorte de su capacidad de comprensión. Así, no se nos concedió más que una mínima parte del saber. ¿No nos están confirmando las más avanzadas investigaciones de las potencialidades de nuestra mente que solamente estamos usando aproximadamente un 10 % del total de nuestras posibilidades? O sea, solamente una mínima parte del saber que nos corresponde de acuerdo con nuestro plan de fabricación original.
Sorprendentemente, exactamente lo mismo le confirma Gabriel al contactado Mahoma, amén de darle un símil minúsculo que acaso pueda hacer alusión al microorganismo que menciona Francis H.C. Crick, al hacer referencia al origen del ser humano: «¡Predica en el nombre de tu Señor, el que te ha creado! Ha creado al hombre de un coágulo. ¡Predica! Tu Señor es el Dadivoso que ha enseñado a escribir con el cálamo: ha enseñado al hombre lo que no sabía.»
Pero, aparte de enseñarnos lo que no sabíamos, el Dadivoso también recalca en el mismo Corán algo bastante más grave y que enlaza con el Popol-Vuh mesoamericano: «No se os ha concedido más que una mínima parte del saber.»
LA MAQUINA HUMANA
De acuerdo con todo lo expuesto, puede concluirse —al menos como hipótesis— que una supercivilización cósmica recurrió a la ingeniería genética para dar origen al ser humano: a nosotros. Pero, ¿es posible concebir el organismo humano —aquí no entraremos en la discusión de la parte espiritual, anímica o energética de nuestras personalidades, que ocupa este organismo durante el lapso de tiempo de cada una de nuestras vidas individualizadas— como una fabricación, entendiendo esta fabricación en el sentido más amplio de la palabra, y no como una auténtica «creación», sino como manipulación de los elementos disponibles?
Si echamos una vez más una ojeada a la ciencia de avance, veremos que efectivamente, es posible. Solamente hay que tener presentes los progresos que se están realizando en los campos por ejemplo de la biónica —pronto no habrá prácticamente ningún órgano o parte del cuerpo humano que no pueda reemplazarse por un sofisticado dispositivo de recambio (actualmente se producen en Utah, en los Estados Unidos, más de dos millones de unidades de más de mil recambios para el cuerpo del ser humano)— y de los biochips, que permiten construir ordenadores con la misma materia de la que está hecho el cerebro humano.
No debe perderse de vista que nuestro cerebro es una compleja computadora biológica que recibe informaciones a través de los órganos sensoriales de nuestro cuerpo físico, como también los recibe por vía paranormal, sin intervención de estos órganos sensoriales. A base de estas informaciones recibidas y debidamente codificadas, el cerebro elabora planes de actuación y envía las órdenes de reacción precisas para cada situación a los respectivos «departamentos» de nuestro cuerpo. Nuestro cerebro es, así, la computadora que actúa a modo de centro de control de nuestro cuerpo. Y éste se atiene a unas leyes y normas constantes en cuanto a composición, estructuración, reacciones, posibilidades de acción y vulnerabilidad.
MANIPULACIONES GENETICAS
No es por otra parte ningún secreto el hecho de que —sirviéndose de los ácidos nucleicos y de su función como portadores de información— los genetistas están desde hace años investigando la forma de manipular las cadenas de ADN con el objeto de influir en los caracteres hereditarios y así moldear a los seres vivos a su voluntad. Todo ello —que no es posible detallar en este breve espacio, pero que sí lo hago en mi libro El muñeco humano (Ediciones Kaydeda, Madrid)— conduce indefectiblemente a que en un futuro más o menos lejano se pueda diseñar y fabricar un ordenador capaz de copiarse, de reproducirse a sí mismo a su imagen y semejanza. Puesto que no hará otra cosa que atenerse a la constante vital basada en la doble espiral del ADN.
Las posibilidades que se abren en el campo de la biónica y del ordenador biológico, nos llevan a la ineludible reflexión de que, si todo esto lo estamos intuyendo y ensayando nosotros ahora, y lo llevaremos a la práctica en un futuro más o menos lejano, pero no inexistente, es fácil suponer que una civilización cósmica muchísimo más desarrollada tecnológicamente que nosotros, haya logrado en el pasado el modelo más avanzado: el biorobot superautomático e independizado, construido o criado a imagen y semejanza de los propios fabricadores. Este modelo somos nosotros mismos. Las afirmaciones de Francis H.C. Crick y el conocimiento del Popol-Vuh, o sea la ciencia de avance y las más antiguas tradiciones del planeta estarían así en lo cierto: alguien programó nuestra fabricación en algún lejano momento del pasado.
Lo más grave de esta situación es que este alguien, precisamente por ser nuestro fabricador, puede seguirnos controlando a voluntad. A la suya, que no es necesariamente la nuestra.