Nadie pasa por esta vida sin preguntarse a quíé ha venido. Esta nota le propone darle una mano para comenzar a responder a ese gran interrogante, una cuestión que, como toda pregunta importante queda, por supuesto, sin una respuesta definitiva; pero que, al mismo tiempo, ha de surgir de nuestro interior, si es que somos seres sensibles e inteligentes, y todos lo somos.
Por lo general, una crisis existencial se desata por un acontecimiento externo de carácter doloroso lo suficientemente grave como para afectarnos profundamente.
En ese momento el humano que se enfrenta al derrumbe -total o parcial- de sus seguridades tiende a retraerse, a aislarse en sí mismo: necesita replantearse su lugar en el mundo. Una crisis de este tipo es la mejor oportunidad de la vida para conocerse, valorarse, aceptarse y expresarse. Siempre que se la encare de modo consciente y con voluntad de cambio.
Hay que estar dispuesto a reconsiderar los valores que regían nuestra vida, tener el coraje de desechar lo que nos daña o no nos sirve, bucear en nuestro interior para conocernos en profundidad, aceptarnos tal cual somos pero valorando nuestras posibilidades, y expresarnos sin temor: yo quiero tales y cuales cosas, y no quiero tales otras.
Como todo cambio profundo, no es algo que se haga rápidamente, sino que constituye un proceso; proceso que se divide en las cuatro etapas siguientes.