INICIO FOROS ÍNDICES DIVISAS MATERIAS PRIMAS CALENDARIO ECONÓMICO

Autor Tema: Cómo Wall Street destruyó la economí­a mundial  (Leído 464 veces)

novato

  • Visitante
Cómo Wall Street destruyó la economí­a mundial
« en: Mayo 16, 2010, 11:33:42 am »
Lo ha dicho Jean-Claude Trichet “estamos en la crisis más dramática desde la Primera Guerra Mundial” . Lo dolorosamente advertido en artí­culos como La caí­da de un avión en llamas o La larga cabalgata por el desierto, al atardecer, está aquí­. Sólo que ahora comenzamos a ver esas tristes consecuencias: desempleo, deflación, caí­da de los salarios. Y estamos en el comienzo. Lo que se anunció como una simple crisis de liquidez (falta de efectivo para los pagos inmediatos), se ha develado como una crisis de solvencia (la economí­a no es capaz de mantener su funcionamiento). Hemos sido ví­ctimas de una estafa. La mayor estafa de la historia. ¿Cómo se destruyó la economí­a mundial?

Dí­a a dí­a desfilan ante los comitíés del Congreso de Estados Unidos los banqueros y ejecutivos de Wall Street que tuvieron un desempeño relevante en la crisis financiera. Con esta crisis que amenaza con volver al mundo a la edad de piedra. Cada uno de ellos ha afirmado que no tuvo ninguna responsabilidad por el desastre. Todos culpan a una situación única en la vida que nadie podrí­a haber previsto. Fue una tormenta perfecta, imposible de predecir. Sin embargo, con ella, muchos genios de Wall Street recibieron indemnizaciones de más de 100 millones de dólares antes que el desplome se hiciera evidente. La ignorancia y la estupidez de quienes pensaban que los mercados se autorregulaban a sí­ mismos, no es excusa ante lo que Trichet califica como “la mayor crisis de los últimos cien años”.

Los genios de Wall Street que alentaron la cultura del casino, alentaron tambiíén la de la codicia y el juego. Todo se prestó para las apuestas y los bancos centrales fueron cómplices al alentarlas con las tasas de interíés. Para quienes no iban al casino, las tasas de interíés se convirtieron en el único incentivo de conducción de cada empresa. Las finanzas cuánticas crearon luego los CDO, obligaciones de deuda colateralizada correspondiente a hipotecas de alto riesgo en paquetes de bonos de titulización. Para cerrar el cí­rculo, se inventaron los Credit Default Swaps, el instrumento que aseguraba cualquier error en los pasos anteriores. Cuando se acabaron esos seguros, pidieron ayudas a los gobiernos, argumentando que habí­a un grave problema de liquidez que podí­a paralizar a la economí­a global.

Como no existí­a ninguna regulación, nadie podí­a saber que todo era pura basura. Más aún cuando ellos mismos se habí­an encargado de certificar mediante sus propias agencias de calificación, que la deuda era de primera calidad. Todo aquello que llevara la triple A (AAA) era comprado de inmediato sin pensar que tal vez no tení­a ningún valor. Nadie podí­a saber que estaba frente a un frankenstein de derivados financieros. Un monstruo de mil cabezas que arrasarí­a con el mundo.

Afortunadamente contamos con Michael Lewis, un escritor que ha hecho un trabajo extraordinario para hacer que esta sórdida historia de codicia sea comprensible a la gente común:

    *Cuanto mayor era el número de personas involucradas, más fácil era para ellos engañarse a sí­ mismos de que lo que estaban haciendo era bueno para todos. Lo primero que aprendes en la casa de remates es que cuando un gran número de personas apuesta por el mismo producto, sea una acción, un bono, o un trabajo, ese producto de inmediato se sobrevalúa. *En cualquier mercado, como en cualquier juego de póquer, hay un tonto. A ese astuto inversor que es Warren Buffet le gusta decir que todo jugador que desconoce el tonto en el mercado, es, sin duda, el tonto en el mercado. *La dirección de la empresa creó un programa de formación que llenó hasta el borde y luego se fue. En la anarquí­a que siguió, los malos expulsaron a los buenos, los grandes expulsaron a los pequeños, y los musculosos expulsaron a los inteligentes.

Michael Lewis escribe un libro verdaderamente esclarecedor que revela la operatoria de los ladrones de cuello blanco que arrastraron al mundo a uno de sus momentos más oscuros. En la siguiente secuencia refleja parte de esta comedia macabra:

    A principios de 2005, la maquinaria de hipotecas de alto riesgo fue puesta en marcha de nuevo. Si el primer acto de príéstamos de alto riesgo habí­a sido extraño, este segundo acto fue aterrador. $ 30 mil millones fue un gran año para los príéstamos subprime a mediados de la díécada de 1990. En 2005 serí­a de $ 625 mil millones en los príéstamos hipotecarios de alto riesgo, $ 507 mil millones de los cuales encontraron su camino en bonos. Sin embargo, más sorprendente fue que los tíérminos de los príéstamos fueron cambiando hacia la manera de aumentar la probabilidad de fracaso. En 1996, el 65% de los príéstamos subprime se transaban a tasa fija. Para el año 2005, el 75% eran a tasa de interíés variable. Es decir que si la tasa de interíés subí­a quedaban todos en riesgo de impago.

Michael Lewis crea un memorable paralelo que refiere al personaje Tom Joad de la novela Las uvas de la ira, de John Steinbeck, que se sitúa en el perí­odo de la Gran Depresión 1:

    “Tenemos una tesis simple”, explicó Eisman. “Va a ser una calamidad, y cuando se produzca una calamidad, Merrill está allí­.”. Cuando llegó el momento de la quiebra del Condado de Orange por un mal consejo, Merrill estuvo allí­. Cuando las empresas de Internet fueron a la quiebra, Merrill estuvo allí­. Allá por la díécada de 1980, cuando el operador de bonos se quedó sin cobertura y perdió cientos de millones de dólares, Merrill estuvo allí­ para tener la respuesta positiva. Esa fue la lógica de Eisman, la lógica del orden jerárquico de Wall Street. Goldman Sachs fue el muchacho más grande que dirigí­a los juegos del barrio. Merrill Lynch era el chico gordito al que le asignaban las tareas menos agradables, pero que las hací­a feliz por ser parte de estas cosas. El juego, como Eisman lo veí­a, era blandir el látigo. Merrill Lynch tení­a asumido su lugar al final de la cadena.

A medida que el sistema financiero colapsó en septiembre de 2008 y los protagonistas del fraude se hicieron más ricos, no ha habido alegrí­a. Los jugadores de Wall Street debieron pagar las consecuencias y no lo han hecho. Y hasta el momento ningún gobierno pide cuentas. Para Michael Lewis, estos son los jugadores de pocker más corruptos, ambiciosos, arrogantes e incompetentes de la historia. Y hasta el momento nadie les dice nada. La catástrofe financiera ha arruinado la economí­a mundial y nadie dice nada. El desempleo se ha ido a las nubes y ahí­ permanecerá por largo tiempo por culpa de los ladrones de cuello blanco. Un puñado de ladrones nos apostaron al pócker, y lo perdimos todo sin saberlo. Ahora nos esperan años de ajustar el cinturon por culpa de quienes santificaron la desregulación financiera y el libre mercado. Como dice Trichet, estamos en la peor crisis desde la primera guerra mundial. Una vez más, nada hemos aprendido. Volvimos a caer en el mismo error pese a tener la receta para evitarlo. Esto es lo que hace aún más grave a la crisis. Más aún cuando pone en peligro a la propia democracia, tan largamente buscada.