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Autor Tema: ¿Por quíé China no apoya la agenda de EE.UU. en Siria e Irán?...  (Leído 190 veces)

OCIN

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Por...  Ted Galen Carpenter
 

Beijing y Washington no están en la misma página sobre cómo enfrentar los conflictos internacionales.  Ese problema se hizo evidente en febrero cuando China y Rusia vetaron una resolución del Comitíé de Seguridad de las Naciones Unidas que condenaba al ríégimen sirio de Bashar al-Assad y hací­a un llamado a acabar inmediatamente con la violencia que convulsionaba a ese paí­s. La embajadora de EE.UU. en las Naciones Unidas Susan Rice,reaccionó eníérgicamente afirmando que su paí­s estaba "asqueado" por el veto. Las acciones de China y Rusia, añadió, eran algo "vergonzoso" e "imperdonable".
 
Pero la disputa con respecto a Siria no ha sido la única vez durante los últimos años que EE.UU. y China han tenido opiniones muy diferentes sobre cómo manejar los regí­menes problemáticos. Los responsables de las polí­ticas en las administraciones de Bush y de Obama expresaron su frustración con la renuencia de Beijing para apoyar fuertes sanciones económicas contra Corea del Norte e Irán en respuesta a sus programas nucleares. China (y Rusia) han retrasado en varias ocasiones la aprobación de nuevas rondas de sanciones y han obligado a EE.UU. y los demás miembros del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas a aceptar versiones diluidas de las propuestas a cambio de no ejercer su derecho al veto.
 
Hay varias razones, algunas obvias y otras no, del por quíé Beijing ha sido tan renuente a apoyar las polí­ticas de Washington para los llamados regí­menes paria. En algunos casos, los objetivos de EE.UU. chocan con importantes intereses económicos y de seguridad de China y la resistencia de Beijing es comprensible.
 
Esto es realmente cierto con respecto a los programas nucleares de Irán y Corea del Norte. Tanto Washington como Beijing preferirí­an a Teherán y Pyongyang fuera del club mundial de armas nucleares, pero la superposición de intereses termina, en gran medida, en este punto. EE.UU. está mucho más interesado que China en lograr este objetivo y a Washington le gustarí­a ver a los dos regí­menes problemáticos y represivos expulsados del poder.
 
China, al contrario, tiene importantes relaciones con Irán y Corea del Norte. Irán es un importante proveedor de energí­a para la voraz economí­a china, un factor que ya es importante y lo será todaví­a más a medida de que la economí­a china continúe creciendo. Un Irán anti estadounidense tambiíén funciona como freno a la hegemoní­a de EE.UU. en el Golfo Píérsico, rico en petróleo. Los otros grandes productores de la región, como Arabia Saudita, Irak y los pequeños estados del Golfo, son todos aliados de EE.UU. o por lo menos se encuentran bajo una influencia significativa de EE.UU.
 
Corea del Norte es visto como un estado estratíégico de mediación entre China y el resto de Asia oriental que EE.UU. y sus aliados controlan. Beijing teme que las fuertes sanciones internacionales podrí­an desestabilizar al Estado de Corea del Norte. Esa era una preocupación incluso cuando Kim Jong-il controlaba firmemente el paí­s y es una preocupación aún mayor ahora que el hijo menor de Kim está nominalmente en el poder y la situación de liderazgo actual es incierta.
 
Si Corea del Norte explotase, las consecuencias para China serí­an bastante negativas. Un flujo masivo de refugiados serí­a casi seguro, ya que serí­a más fácil para los desesperados norcoreanos ir al norte a la frontera con China, que intentar atravesar la fuertemente fortificada, e irónicamente llamada zona desmilitarizada, para ingresar a Corea del Sur. Las consecuencias a largo plazo no serí­an beneficiosas para los intereses polí­ticos ni de seguridad de China tampoco. El resultado probable serí­a una Corea unificada, democrática y estrechamente aliada a EE.UU. No solo desaparecerí­a el estado mediador, sino que Beijing podrí­a enfrentarse a la posibilidad de nuevas bases militares estadounidenses en su vecino del Sur.
 
Tales intereses tangibles de polí­tica y seguridad son importantes, pero no explican totalmente por quíé Beijing se ha resistido a la oferta de Washington de fuertes medidas internacionales dirigidas a un paí­s como Siria. Algo más sutil está en juego. Hasta cierto punto, Washington está pagando el precio por su duplicidad anterior con respecto a las medidas del Consejo de Seguridad de la ONU.
 
Los lí­deres de China y Rusia tienen todas las razones para recordar como EE.UU. y sus aliados de la OTAN explotaron y pervirtieron anteriores resoluciones del Consejo en persecución de ambiciosos objetivos de polí­ticas occidentales. Eso creó temores de que incluso una resolución aparentemente leve sobre la violencia en Siria podrí­a ser manipulada de forma similar. El embajador de Rusia ante la ONU, Vitaly Churkin, manifestó las preocupaciones de China como tambiíén las de su propio gobierno cuando expresó sospechas de intenciones de un "cambio de ríégimen" por parte de "miembros influyentes de la comunidad internacional".
 
Dado el historial de EE.UU. y sus aliados de la OTAN, no es un sentimiento de paranoia. Una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU de 1999, aceptada a regañadientes por Beijing y Moscú tras la guerra aíérea no autorizada de la OTAN contra Serbia, allanó el camino para que Washington y las potencias europeas separaran a Kosovo de Serbia y crearan un Estado independiente. EE.UU. y sus aliados hicieron caso omiso de la disposición en la resolución que explí­citamente establecí­a que Kosovo era todaví­a territorio de Serbia, aún bajo la ocupación internacional. En lo que fue una flagrante violación de esta disposición, Washington y los principales gobiernos de la OTAN ignoraron al Consejo de Seguridad y reconocieron la declaración unilateral de independencia de Kosovo en febrero de 2008.
 
Los representantes de China y de Rusia se opusieron con vehemencia. Creí­an que no solo se trataba de una acción ilegal de las potencias occidentales, sino que tambiíén fijaba un terrible precedente que podrí­a causar dolores de cabeza a muchos paí­ses, incluyendo a China. Beijing fue especialmente sensible a las consecuencias, tomando en cuenta los asuntos de  Taiwán, del Tí­bet y del movimiento secesionista  a punto de estallar en Xinjiang.
 
Más recientemente, Beijing y Moscú aceptaron una resolución del Consejo de Seguridad que autorizaba ataques aíéreos limitados en Libia, supuestamente con el propósito de proteger a las poblaciones civiles. Sin embargo, la tinta de la resolución seguí­a fresca cuando EE.UU., Gran Bretaña y Francia lanzaron extensos ataques aíéreos para ayudar a las fuerzas rebeldes a derrocar a Muammar Gadhafi. En otras palabras, una misión supuestamente humanitaria era solo el disfraz de una estrategia llevada a cabo por la OTAN para cambiar de ríégimen.
 
Washington debe superar su legado de engaños si espera que China coopere más en el futuro con las iniciativas multilaterales contra los regí­menes problemáticos. Eso podrí­a ser especialmente difí­cil en el caso de Siria, ya que Assad es el principal aliado regional de Irán y, como se ha señalado, Beijing no está dispuesto a dañar sus relaciones con un importante proveedor de energí­a. Pero, el alcance de la desconfianza sobre los motivos de Washington va más allá de ese problema puntual. La resistencia de China a las aparentemente nobles prescripciones polí­ticas de EE.UU. probablemente continuará sin cesar.


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