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Autor Tema: La pobreza y la metáfora de la tortuga...  (Leído 135 veces)

OCIN

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La pobreza y la metáfora de la tortuga...
« en: Agosto 22, 2013, 08:11:30 pm »
Por...  Tobí­as Roberts 



En el campo donde pasíé mi niñez, una de las actividades más emocionantes que surgí­a de nuestra creatividad infantil fueron las competencias de voltear tortugas. Este deporte inusual involucraba una carrera hacia el rí­o más cercano, la búsqueda de un par de tortugas desprevenidas que caminaban lentos entre el rastrojal que dejó la última inundación, y eventualmente volteando las tortugas en sus espaldas para ver cual darí­a la vuelta más rápida. Por lo general, una moneda que sobraba era la apuesta en marcha. Casi siempre habrí­a una de las dos tortugas cuyas piernas aleteaban con tanta rapidez que encontraran la tierra y diera vuelta en menos que un minuto, mientras que la otra miserablemente retorcí­a y tambaleaba sin íéxito. Despuíés de unos minutos, nuestra capacidad de atención infantil se desviarí­a hacia otra criatura inocente para torturar y dejarí­amos el pobre en su espalda arañando al cielo.

 Al dí­a siguiente, sin embargo, y muy a nuestro pesar, la tortuga "perdedora" ya no estaba. Siempre estábamos impresionados por cómo incluso las tortugas con las patas más cortas, a pesar de la aparente imposibilidad de la hazaña, podrí­a volcarse y encontrar terreno firme sin ninguna ayuda externa. Pero nuestra malicia juvenil no se quedaba atrás. Una tarde, diseñamos nuestra propia trampa tortuguera colocando unas grandes rocas en un cí­rculo más o menos el tamaño del caparazón de la nueva ví­ctima y la dejamos estratíégicamente equilibrada entre las rocas. Suspendido en el aire sin ninguna manera de encontrar tierra firme, al final vencimos a la naturaleza porque esa pobre tortuga sin suerte pasó toda la noche mirando a las estrellas. Casi veinte años despuíés, me encuentro todaví­a reflexionando sobre el significado detrás de ese juego malicioso de mi infancia y cómo se relaciona con algo que he luchado por años: el problema de la pobreza.

 Despuíés de casi una díécada de vivir y moverme en el mundo de las organizaciones internacionales de desarrollo, la tengo incrustado en mi cerebro que la clave en torno al cual gira todo nuestro trabajo es la "sostenibilidad". Esa palabra, especialmente cuando se agrega como adjetivo al concepto de "desarrollo", ha sido usada, re-usada y abusada en tantas maneras que hoy parece perder todo significado o credibilidad. Sin embargo, como un buen trabajador de desarrollo internacional, he tomado a pecho que todo mi trabajo debe centrarse en la creación de la "sostenibilidad". Nuestro ambicioso objetivo es ayudar a los pobres a encontrar el camino hacia un estilo de vida sostenible que les permita salir de la pobreza y así­ alejarse de la dependencia de nosotros. Intentamos lograr este noble objetivo ayudando a los pobres a ser mejores agricultores, mejores empresarios, o mejores “lo-que-sea” dependiendo del enfoque de nuestro actual proyecto. A travíés de nuestros proyectos, queremos que los pobres tengan los recursos suficientes (preferiblemente con un ingreso suficiente) para cubrir sus necesidades básicas.

 Aunque hay una escala de credibilidad y míérito entre las organizaciones de desarrollo que van desde las más ridí­culas y paternalistas que estimulan la dependencia con el fin de nutrir su complejo como "salvador-de-la-pobres", a los que sinceramente buscan entender y enfrentar la complejidad de las múltiples causas de la pobreza, hay algo que me inquieta acerca de la naturaleza de nuestro trabajo. ¿Quíé pasarí­a si nuestra obsesión con la "sostenibilidad" en sí­ mismo carecí­a de fundamento? ¿O sí­, a pesar de todos nuestros indicadores de cambio y lí­neas de base e investigaciones contextuales, los pobres, sin nuestros proyectos e intervenciones, ya estaban viviendo una vida sostenible?

 Entiendo que muchos me acusarán de idealizar a los pobres y admito que la espiritualidad franciscana y su reverencia por la “hermana pobreza" ha tenido su influencia en mi vida. Sin embargo, sostengo que muchos de las personas que las estadí­sticas oficiales se declaran estar viviendo "bajo la lí­nea de pobreza", de hecho viven vidas que son, o al menos tienen la capacidad de ser, muy sostenibles. Dado que la sostenibilidad dice mucho sin decir nada en absoluto, en este ensayo me lo llevaríé en el sentido de la capacidad básica de las familias de crear un estilo de vida que satisfaga sus necesidades más esenciales. En pocas palabras, creo que la concepción del mundo "desarrollado" de la pobreza está fuertemente influenciada por nuestra riqueza, que difumina la lí­nea entre la austeridad y la miseria y no distingue entre la frugalidad y la escasez.

 Dicho esto, reconozco que serí­a absurdo negar la pobreza generalizada y abrumadora que afecta a tantas familias y personas en el mundo "en desarrollo". De hecho, existen muchos casos de pobreza en que fuerzas externas se combinan con una mentalidad derrotista que caracteriza a tantos pobres. Esa mentalidad, junto con la abundancia de las organizaciones de asistencia y desarrollo tan dispuestas a ser el benefactor con sus infinitos regalos, ha creado una dependencia enfermiza que afecta a innumerables personas en todo el mundo. Esa mentalidad obviamente no es sostenible.

 Pero lo que deseo objetar no se relaciona con los casos individuales de desaliento o particularizada actitudes de dependencia, sino más bien la afirmación infundada y generalizada de que los estilos de vida culturalmente definidas de tantas personas supuestamente "pobres" son de por sí­ insostenibles e incapaces de proporcionar un estilo de vida digno y decente. Esta afirmación de la naturaleza insostenible de la forma de vida de los pobres se hace eco de mayor intensidad cuando se dirige hacia el estilo de vida de las poblaciones rurales y campesinas de todo el mundo.

Al igual que la tortuga, las poblaciones pobres o rurales por lo general se mueven lentamente. Esa lentitud es a menudo interpretado por los grandes como una debilidad inherente y una condición que imposibilita el "salir" o "ir más allá" de la situación de pobreza que enfrentan. Vivimos en una sociedad que tiene miedo y castiga a la lentitud. Premiamos a la rapidez y siempre andamos en búsqueda de la siguiente horizonte; algo supuestamente mejor, superior, y más prometedor. Rara vez somos felices en el lugar donde estamos.

 Eso es precisamente por eso que tantas poblaciones campesinas e indí­genas que son enraizadas en su lugar se mueven tan lentamente—porque no están necesariamente en camino a ningún lugar diferente. Mas bien, son contentos donde están y con lo que están haciendo. Eso no quiere decir que ellos no tienen ninguna visión, sino que son la visión se fundamenta bajo sus propios pies. Y cuando la visión se fundamenta bajo los pies, entonces no hay necesidad de apresurarse hacia las promesas del próximo horizonte.

 Las caracterí­sticas de una vida vivida lentamente y cerca de la tierra y de la comunidad, pueden parecer a muchos como atrasada y arcaica. Sin embargo, es hora de que empecemos a dudar y a cuestionar la suposición de que este estilo de vida es en sí­ insostenible e inherentemente pobre.


•... “Todo el mundo quiere lo máximo, yo quiero lo mínimo, poder correr todos los días”...
 Pero nunca te saltes tus reglas. Nunca pierdas la disciplina. Nunca dejes ni tus operaciones, ni tu destino, ni las decisiones importantes de tu vida al azar, a la mera casualidad...