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Autor Tema: Más sobre Trump: el sentido del comercio...  (Leído 47 veces)

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Más sobre Trump: el sentido del comercio...
« en: Febrero 03, 2017, 12:30:21 pm »
Por...  Alberto Benegas Lynch (h)


Alberto Benegas Lynch (h) señala cómo la visión proteccionista en el ámbito comercial de Donald Trump es similar a todos los populistas que lo antecedieron.
 
No es la primera vez que se constata que un empresario exitoso no  tiene la menor idea de los fundamentos y el significado del comercio. En todo caso revela que tiene gran intuición para sacar partida de un arbitraje, es decir, comprar barato y vender caro. Es muy común que un banquero desconozca por completo el significado del dinero y de los efectos de la reserva fraccional, el “free banking” o la reserva total y mucho menos el origen conceptual de la moneda en el contexto del teorema de la regresión monetaria. Tampoco es necesario que un director de marketing sepa en que consiste el proceso de mercado y todas sus implicaciones y así­ sucesivamente. Un empresario puede, además, tener esos conocimientos pero no es lo habitual. Más aun, es muy común que si se le da la posibilidad al empresario de obtener prebendas y acercarse al calor oficial a travíés de privilegios que implican eliminar la competencia y así­ perjudicar al consumidor, lo aceptará de mil amores.

Ahora estamos frente a un magnate que asumió la presidencia de Estados Unidos que se deja llevar por  impulsos primitivos que van contra el libre comercio con lo que revela un desconocimiento palmario de los principios clave de las transacciones voluntarias de mercado en los cuales las dos partes siempre ganan. Resulta que patrocina el  llamado “proteccionismo” decimonónico elaborado teóricamente por Friedrich List en Alemania. Su principal caballito de batalla es la denominada “industria incipiente” como razón para imponer aranceles a la importación. Esto ha sido adoptado por todos los populistas-nacionalistas de todos los rincones del globo. Consiste en la peregrina idea de que una industria naciente necesita ser protegida debido a la mayor experiencia de sus competidores en el exterior “hasta que la industria incipiente se ponga en marcha”.

Sin perjuicio que ese perí­odo inicial solicitado generalmente se prolonga ad infinitum bajo diversos pretextos siempre renovados, todo el argumento  cae por inconsistente. Las empresas cuando comienzan son incipientes y la mayorí­a arroja quebrantos en los perí­odos iniciales que se estima serán más que compensados por las ganancias de perí­odos posteriores. Pues bien, si las cosas son así­ es el empresario en cuestión  el  que debe financiar las píérdidas iniciales o vender su proyecto para que participen terceros y no endosar por la fuerza ese costo a los consumidores ví­a la imposición de aranceles.

Como hemos dicho antes, parece increí­ble que a estas alturas del siglo XXI seguimos debatiendo si hay que imponer trabas o no al comercio entre personas ubicadas en diferentes paí­ses. Todaví­a se siguen empleando los argumentos más retrógrados y cavernarios del mercantilismo que comenzaron a esgrimirse en el siglo XVII al efecto de bloquear transacciones de bienes y servicios a travíés de las fronteras, como si íéstas fueran delimitaciones mágicas que modifican todas las leyes de la economí­a y todos los principios de sensatez y cordura. Aun se parlotea de la necesidad de “defenderse” de bienes de mejor calidad de precio y se recurre a terminologí­a bíélica para aludir al comercio como cuando es exclama que “nos están invadiendo” productos mejores como si se tratara de ejíércitos de ocupación. Esta es la terminologí­a a que recurre Donald Trump y todos los populistas que lo antecedieron.

La base central para derribar las trabas al comercio exterior es que permite el ingreso de mercancí­as más baratas, de mejor calidad o las dos cosas al mismo tiempo. Es idíéntico al fenómeno de incrementos en la productividad: hace menos oneroso las erogaciones por unidad de producto con lo que se liberan recursos humanos y materiales para poder dedicarlos a otros menesteres, lo cual, a su turno, significa estirar la lista de bienes y servicios disponibles que quiere decir mejorar el nivel de vida de los habitantes del paí­s receptor.

Todo aprovechamiento de los siempre escasos recursos se traduce en aumento de salarios e ingresos en tíérminos reales puesto que ello es consecuencia de las tasas de capitalización. El progreso económico se concreta en la antedicha liberación de recursos humanos y materiales para asignarlos a nuevos emprendimientos al efecto de satisfacer nuevas necesidades que no podí­an atenderse puesto que aquellos recursos estaban esterilizados en otras áreas. Si se pregunta cuales cosas se podrí­an fabricar como si estuviíéramos en Jauja y todos estuvieran satisfechos, quiere decir que no hemos entendido nada de nada sobre economí­a. En verdad la cuestión arancelaria no es diferente a los efectos que tendrí­an lugar si se impusieran aduanas interiores en un paí­s o si un productor de cierto bien en el norte de un paí­s descubre un nuevo procedimiento para producirlo y consecuentemente lo puede vender más barato y mejor pero en el sur lo bloquean debido a que los de la zona lo fabrican más caro y de peor calidad. Este es el mensaje de los funcionarios de las aduanas de todas partes: “no vaya usted a traer algo mejor y de menor precio porque perjudicará gravemente a sus congíéneres”.

En un sentido contrario a la visión de cerrar aduanas, este es el motivo de los duty free que tanto fascinan a todo el mundo los cuales dejarí­an de existir si no se interpusieran los aranceles y tampoco viajarí­an pasajeros con medio mundo a cuestas en proporción a lo cerrado en que se encuentra el comercio en sus propios paí­ses puesto allí­ podrí­an adquirir lo que necesitan en lugar de acarrear pesadas maletas y esconder productos en los lugares más increí­bles del cuerpo para no ser detectados por los antedichos burócratas (por supuesto que los que imponen semejantes legislaciones ingresan mercaderí­as con pasaportes diplomáticos y otras prebendas).

Al exportar ingresan divisas que se deprecian en relación a la moneda local, lo cual estimula las importaciones que, a su vez, aprecian la divisa extranjera debido a la salida de las mismas, lo cual frena las importaciones y estimula las exportaciones y así­ sucesivamente. Todo arancel a las importaciones afecta las exportaciones puesto que disminuye las demandas de divisas que es precisamente lo que incentiva las exportaciones y viceversa.

Sin duda que si los gobiernos introducen alquimias monetarias, manipulaciones del tipo de cambio, endeudamientos estatales que hacen las veces de entrada de capitales y se impone dispersión arancelaria se crea un embrollo que perjudica a las partes en las transacciones comerciales y, especialmente, a los consumidores.

En el siglo XVI Montaigne escribió sobre el comercio de modo tal que luego lo dicho se conoció como “el dogma Montaigne” que consistí­a en la peregrina idea de que en toda transacción la parte que hace entrega de dinero pierde mientas que quien la recibe gana, situación que modernamente se denomina “suma cero” en el contexto de la teorí­a de los juegos. Pues bien, la miopí­a de Montaigne y sus seguidores no les permite ver que en toda transacción ambas partes ganan: el que entrega dinero es porque aprecia más el bien o servicio recibido que la suma que entrega a cambio, de lo contrario no hubiera realizado la operación. De aquella falacia deriva la noción la balanza comercial favorable si se exporta más de lo que se importa y la supuesta ventaja de acumular dinero.

En realidad lo ideal para un paí­s serí­a solamente importar sin exportar nada, es decir arrasar con los bienes y servicios del mundo sin tener que llevar a cabo exportación alguna. Es lo mismo que sucede con cada uno de nosotros: es difí­cil de imaginar una situación más grata que la de comprar y comprar de todo sin necesidad de vender nada. Lamentablemente nos vemos obligados a vender bienes o servicios para poder adquirir lo que necesitamos, lo mismo ocurre con un conjunto de personas que viven en un paí­s las cuales deben vender al extranjero para poder comprarles o, de lo contrario, deben ingresar capitales al paí­s para poder financiar dichas adquisiciones.

Debido a las grotescas falacias que rodean al comercio es que Jacques Rueff en The Balance of Payments aconseja que los gobiernos no lleven las estadí­sticas del comercio exterior ya que constituyen una tentación para intervenir en el mercado que es cuando se suceden los desajustes mencionados.

Entre otros despropósitos se argumenta que el control arancelario debe establecerse para evitar el dumping, lo cual significa venta bajo el costo que se dice exterminarí­a la industria local sin percatarse que el empresario, si el bien en cuestión es apreciado y la situación no se deba a quebrantos impuestos por el mercado, saca partida de semejante arbitraje comprando a quien vende bajo el costo y revende al precio de mercado. Pero generalmente nadie se toma siquiera la contabilidad del proveedor en cuestión, lo único que preocupa a comerciantes ineficientes es que se colocan productos y servicios a precios menores que lo que con capaces de hacer ellos. Lo peligroso es el dumping gubernamental puesto que se realiza forzosamente con los recursos del contribuyente, de todos modos, en este caso, los perjudicados son los residentes en el paí­s que impone esta medida pero son beneficiarios quienes reciben en el exterior regalos a travíés de bienes más baratos que los que se ofrecen en el mercado.

Es paradójico que se hayan destinado años de investigación para reducir costos de transporte y llegados los bienes a la adunada se anulan esos tremendos esfuerzos a travíés de la imposición de aranceles, tarifas y cuotas. Kenneth Boulding en su clásico Análisis Económico concluye que “para estudiar adecuadamente los aranceles debemos considerarlos como aumentos artificiales en el coste de transporte […] Lo mismo que los ferrocarriles son un dispositivo para disminuir el coste de transporte entre dos lugares, los aranceles son un dispositivo para aumentarlo. Así­ pues, un defensor razonable de los aranceles debe demostrar su lógica estando dispuesto a defender el retorno a los tiempos del caballo y la diligencia”.

En general los defensores de los aranceles son empresarios prebendarios con el apoyo logí­stico de intelectuales partidarios de esa contradicción en tíérminos denominada “economí­a cerrada” (“vivir con lo nuestro” es su triste grito de guerra), pero si se compara con los millones de consumidores perjudicados comprobamos lo que puede hacer una minorí­a decidida tal como apuntó Vilfredo Pareto.

Hay un dí¨já vu en todo esto. En la revolución rusa contra el terror blanco de los zares, en lugar de encaminarse al gobierno constitucional tal como se vení­a prometiendo, Lenin con un grupo reducido, en el escuálido Congreso del Partido Obrero Socialdemócrata de 1903, se apropió del tíérmino bolchevique (mayorí­a) para relegar a segundo tíérmino a los mencheviques (minorí­a). Este movimiento, en un paí­s que en aquel entonces contaba con ciento cincuenta millones de personas, en sus mejores momentos nunca superó las diez mil (todas intelectuales, salvo en una oportunidad que se confirmó en un cargo a un campesino que resultó ser espí­a de la policí­a de Kerenski, antes de desencadenarse el terror rojo).

En resumen, respecto al tema arancelario, tal como señala Milton Friedman “La libertad de comercio, tanto dentro como fuera de las fronteras, es la mejor manera de que los paí­ses pobres puedan promover el bienestar de sus ciudadanos […] Hoy, como siempre, hay mucho apoyo para establecer tarifas denominadas eufemí­sticamente proteccionistas, una buena etiqueta para una mala causa”. Si la reciente sugerencia de Trump al Senado para cubrir la vacante en la Corte Suprema —Neil Goruch— resultara buena, tendrá que declarar la inconstitucionalidad de las polí­ticas del Ejecutivo sobre el comercio frente a presentaciones varias que sin duda se suscitarán.


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