Los gestores se blindan ante los tipos negativos invirtiendo en pagarés
La aversión al riesgo unido a las políticas monetarias de los bancos centrales han provocado la caída en picado de las rentabilidades de la deuda. A lo largo de 2019 este movimiento ha granjeado jugosos retornos, pero también plantea numerosos problemas a los inversores más conservadores.
La gestión en la renta fija se ha visto ensombrecida con la expansión de las rentabilidades negativas. Lo que en un principio se limitaba a plazos cortos y a deuda pública de países core como Alemania o Suiza, en la actualidad se ha extendido a los bonos de las empresas y a vencimientos que en el caso de la deuda de gobiernos llegan a superar los 15 años. El volumen global de bonos con rentabilidades negativas asciende a 11,6 billones de euros.
Son los fondos monetarios y los que invierten en deuda pública a corto plazo los más perjudicados pues ven cómo su universo de actuación se reduce considerablemente. Aunque las caídas de las rentabilidades se traducen en aumentos del precio y por tanto en ganancias, la tasa negativa que tienen que pagar por dejar el dinero en títulos con rentabilidades negativas acaba reduciendo y en muchos casos anulando los retornos.