Cómo nos duele comprobar sobre el terreno el daño que la cultura de la ilegalidad le ha hecho al país y, sobre todo, a Putumayo. Recorrer sus tierras y ver cómo muchas familias volvieron a sembrar coca para poder subsistir, según ellas, porque se quedaron sin nada con la quiebra de las llamadas pirámides, es síntoma de que no aprendemos de los errores y que no hemos sido capaces de cambiar la historia.
El afán del dinero fácil, en algunos casos; y la presión armada, en muchos otros, tienen hoy al sur del país en un punto de no retorno que amenaza, incluso, la estabilidad de la región.
Los esfuerzos que hace el Gobierno por vincular a cientos de familias a los programas de Familias en Acción y de Guardabosques en Putumayo debieran reforzarse allí, pues la respuesta lacónica de la gente a la razón para sembrar coca es: ¿Y quíé más hago, señor, si el plátano y la yuca que cultivamos se nos pudre porque no hay quiíén nos los compre?