Por…   Guillermo Cabieses

La falacia del Nirvana es un término acuñado por el economista de la Escuela de Chicago Harold Demsetz, para referirse al error lógico consistente en comparar situaciones reales contra situaciones utópicas, irrealizables e idealizadas. El peligro de este error es que cuando se presenta en el campo argumentativo, viene disfrazado como un enfoque comparativo. En materia económica la falacia del Nirvana se presenta constantemente y es quizás la principal herramienta para justificar la intervención del Estado. Sin embargo, como veremos, ésta, como las demás falacias, no es más que un razonamiento incorrecto que dada su apariencia de corrección pretende persuadir.

Demsetz introdujo el concepto en un famoso artículo que escribió en 1969, titulado “Information and Efficiency: Another Viewpoint” (en español: “Información y Eficiencia: Otro punto de vista”) para referirse a la discusión mencionada: “La visión que ahora invade gran parta de la política pública presenta implícitamente las opciones relevantes como si fuesen entre una norma ideal y un arreglo institucional existente ‘imperfecto’”. Este enfoque nirvana difiere considerablemente del enfoque comparativo en el que la elección relevante es entre alternativas institucionales reales”.

Los defensores de la libertad, nos enfrentamos con esta falacia constantemente. En materia económica por ejemplo se dice que el mercado no es perfecto, que hay situaciones en las que se requiere de la intervención del Estado, que no todo puede ser dejado a las fuerzas del orden espontáneo. Este razonamiento aparenta corrección. En efecto, los mercados no son perfectos y no siempre alcanzan la solución ideal (cosa real). Ergo, debemos permitir que el Estado intervenga y lo corrija para poder obtener esa solución perfecta que queremos (cosa irreal). Este razonamiento parte de una premisa errónea; considera al Estado como una entidad infalible que puede corregir los resultados que espontáneamente el mercado arroja. Esta concepción, empero, es utópica, idealizada, irreal.

El Estado está lejos de ser tal entidad infalible, por el contrario, su intervención suele generar más perjuicios que beneficios. Ejemplos hay miles, el sueldo mínimo genera desempleo, las protecciones a los consumidores generan alzas de precios, los impuestos desincentivan la generación de riqueza, las empresas estatales son altamente ineficientes, los programas de asistencia social suelen terminar siendo fuentes de corrupción, etc.

Así, los argumentos en favor de la intervención del Estado, que se presentan como axiomas (premisas evidentes que no requieren una demostración alguna), están lejos de serlo. Estos argumentos parten de comparar la realidad con lo que quisiéramos fuese ésta, con un mundo ideal. No obstante, la intervención del Estado habitualmente —por no decir siempre— empeora las cosas, en lugar de mejorarlas.

Si se hiciese el enfoque comparativo correcto, lo que se discutiría es si en realidad la intervención del Estado puede o no mejorar el estado actual de las cosas, en lugar de partir del Nirvana. He aquí el detalle. Cuando nos preguntamos si la actuación estatal mejora los resultados sociales, nos encontramos con que la realidad, supera a la ficción y es que, como decía Voltaire, “lo perfecto es enemigo de lo bueno”.

Una política pública debe enfocarse justamente en ese análisis. Como bien señala Gary Becker, concluir que el mercado no funciona perfectamente, no es base suficiente para justificar la intervención del Estado, por el contrario, es una falacia engañosa, que mediante un argumento incorrecto, pretende justificar un involucramiento activo del Estado en la economía.

En conclusión, la pregunta no es si los mercados funcionan perfectamente, sino si el Estado como planificador de la economía, es mejor que el mercado.

Suerte en sus vidas…