Por... Emilio Sardi
Los tratados de comercio no son buenos o malos en abstracto. Sus beneficios o daños dependen de lo que se pacte en ellos y de los objetivos y fortalezas relativas de las partes. Desde este punto de vista, es muy grave que Colombia se haya dedicado a firmar TLC a la carrera, sin estudios serios que identifiquen las implicaciones de lo que está pactando ni, mucho menos, los beneficios específicos que busca o los daños que puede sufrir con ellos. Todos han sido firmados sin objetivos concretos, sobre la base de especulaciones teóricas de índole general sin sustento en la realidad, y por eso, contienen infinidad de cláusulas lesivas para el país.
Pero si la firma irreflexiva de los TLC es mala, la corona de la irresponsabilidad se la lleva ahora nuestra solicitud de admisión al TPP (Trans Pacific Partnership). Este acuerdo busca fijarle reglas a todo, desde la calidad de la comida o el manejo de los mercados financieros hasta los precios de los medicamentos o la libertad en la Internet, y solo 5 de sus 29 capítulos cubren aspectos relacionados con el comercio. Liderado por EE.UU., cobija a 12 países ubicados en la cuenca del Pacífico, todos ellos ubicados por encima de Colombia en el escalafón mundial de la competitividad. Lleva 19 rondas de negociación, adelantadas en secreto, sin ninguna participación ni de los parlamentos nacionales ni de la sociedad civil ni de los sectores directamente afectados, aislando totalmente a la opinión pública, lo que le ha valido el calificativo de “la negociación comercial más secreta y menos transparente de la historiaâ€.
A pesar del secreto que ha cubierto las negociaciones, hay filtraciones suficientes para generar preocupación en temas tan diversos como el acceso al conocimiento o el acceso a los medicamentos. Sobre este último, Míédicos sin Fronteras ha afirmado que “El TPP está en camino de convertirse en el tratado más dañino de todos los tiempos para el acceso a medicamentos en los países en desarrolloâ€, pues busca evitar la competencia y mantener sus precios en niveles prohibitivos. El acuerdo busca además limitar desde la posibilidad de los gobiernos de fijarles precios a los medicamentos hasta la de negociar mejores condiciones en las compras estatales.
Son tan graves las amenazas del TPP que recientemente el senado chileno aprobó por unanimidad solicitarle al Presidente un “debate público, tíécnico y político, oportuno y veraz, sobre las implicaciones que dicho acuerdo podría tener para Chile en materia económica y de relaciones internacionalesâ€. Con esto estaba acogiendo la preocupación nacional nacida de los reparos de personas como el exdirector de la Direcon (oficina que maneja los TLC chilenos), sobre las implicaciones que el TPP podría tener en las limitaciones de políticas públicas, y el ex jefe negociador de Chile en el TPP, sobre cómo afectaría los derechos digitales y el acceso de los ciudadanos a la cultura y a la salud.
¡Y mientras esto pasa en Chile, un país que se ha distinguido por su apertura al comercio, Colombia solicita a ciegas su ingreso, sin haber sido parte de las discusiones y sin conocer con exactitud las obligaciones que íéste conllevaría! Vale la pena que quienes hoy empiezan a reconocer los peligros para el futuro del país de la firma irreflexiva de un TLC tras otro le pongan atención a lo que puede suceder con el TPP. Por malos que sean los TLC, el TPP es peor.