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Autor Tema: 5 Famosos libros que nunca existieron  (Leído 563 veces)

Scientia

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5 Famosos libros que nunca existieron
« en: Noviembre 24, 2013, 05:43:20 pm »
http://www.culturizando.com/2012/09/5-famosos-libros-que-nunca-existieron.html




El ser humano siempre se ha sentido atraí­do por el misterio. Muchas veces ha tenido que inventarse sus propios secretos e historias ocultas, y en este trayecto han sido varios los libros que se han instalado en la cultura popular como reales y verí­dicos, cuando casi siempre, no eran más que leyendas, invenciones o simples bromas que llegaron muy lejos. A continuación te presentamos 5 de estos famosos libros que en realidad, nunca existieron:


El catálogo del conde Fortsas

En 1840 comenzó a circular por las librerí­as de Bíélgica y Francia un catálogo formado por cincuenta y dos incunables literarios, que incluí­a obras atribuidas a Cicerón. Aquel tesoro (el sueño de todo coleccionista) provení­a de la biblioteca del conde J. N. A Fortsas, e iba a subastarse el 10 de agosto en el despacho del notario de Binche, una pequeña y apacible localidad belga.

Llegó el dí­a, y un buen número de libreros y coleccionistas de toda í­ndole se dieron cita en Binche. Pero cuál no serí­a su sorpresa al descubrir que en el pueblo no viví­a notario alguno, y que nadie habí­a oí­do hablar de una subasta.

Todo habí­a sido una broma pesada organizada por el comandante Renier-Hubert Ghislai Chalon, un militar retirado, aficionado a tomarle el pelo a todo el mundo, y cuya imaginación habí­a alumbrado todos los tí­tulos, y el contenido de los libros, del ficticio catálogo.


El Necronomicón

De haber existido, el Necronomicón serí­a el best-seller de los libros jamás escritos. Encuadernado en piel humana y escrito con sangre, el Necronomicón era un supuesto códice ocultista para invocar a los primordiales, entidades demoní­acas del ser humano.

El ficticio autor de tan macabra obra era Abdul Alhazred, un árabe del siglo XII, que enloqueció tras pasar cuatro años vagando por unas cuevas subterráneas, donde se supone que habí­a descubierto la existencia de los primordiales. La primera persona que mencionó el Necronomicón fue el escritor Howard Philip Lovecraft en su relato "El sabueso", publicado en 1922.

Las referencias a este libro blasfemo y maldito (con la facultad de enloquecer a todo desdichado que osara leerlo) fueron constantes en la obra del escritor de Providence.

Constantes y minuciosas, ya que Lovecraft llegó incluso a escribir la cronologí­a del Necronomicón, en la que detalló cómo, a travíés de los siglos, fue pasando por las manos de diversos personajes (monjes, traductores, coleccionistas...) hasta acabar desapareciendo misteriosamente.

Como era de esperar, los rastreadores de rarezas se pusieron tras la pista del libro. Una pista que no conducí­a a ninguna parte, ya que, como el propio Lovecraft confesó en 1943 en una carta a su editor, el libro blasfemo no existí­a; era una invención suya, para darle credibilidad a sus relatos terrorí­ficos. Pero la confesión del propio Lovecraft no sirvió para poner fin a la leyenda, ya que muchos aficionados a la literatura de terror siguieron creyendo en la existencia del libro.

Jorge Luis Borges confesó cómo, con diecisíéis años, fascinado por la obra de Lovecraft, recorrió las bibliotecas de Buenos Aires buscando el libro maldito. Lógicamente, no lo encontró; pero, ya que no pudo volver a su casa con un libro de recetas mágicas, lo hizo con otro de recetas de cocina, para que la salida no hubiera sido en vano.

La aníécdota de Borges ejemplifica la fascinación que el "Necronomicón" ha ejercido y ejerce sobre miles de lectores. Fascinación que compartió Reníé Chalbaud, catedrático de Literatura de La Sorbona de Parí­s, a quien en 1971 casi le dio un sí­ncope cuando en la biblioteca de la Universidad encontró una amarillenta ficha que indicaba que existí­a un ejemplar del libro entre los fondos sin clasificar.

La noticia corrió como la pólvora, y a la Universidad acudieron decenas de investigadores atraí­dos por el hallazgo, como moscas a la miel. Debió ser divertido ver la expresión de sus rostros cuando descubrieron que todo habí­a sido una broma de un alumno con ganas de burlarse de sus mayores.


Juegos borgianos

Ya sea como ejercicio creativo, o para tomarle el pelo a sus contemporáneos, el inventarse libros que nunca han existido es un juego culto que practican muchos escritores, y que crece gracias a la rumorologí­a. Así­, se lleva años hablando del manuscrito de la novela que el mexicano Juan Rulfo supuestamente escribió despuíés de "Pedro Páramo", y autores como Umberto Eco han usado con frecuencia en sus obras los libros imaginarios, como las inexistentes obras del ficticio Adeonato Lampustri en "El píéndulo de Foucault". Pero en el arte de inventarse libros inexistentes nadie le gana la partida a Jorge Luis Borges.

Como ya se dijo, en su juventud el autor argentino creyó en la existencia del Necronomicón; pues bien, con los años se tomó cumplida revancha al crear un gíénero que algunos expertos han bautizado como literatura virtual, con libros como "Examen de la obra de Herbert Quain", y "Pierre Menard, autor del Quijote", en las que el escritor analiza las obras inexistentes de unos autores a su vez inexistentes. ¿Se puede rizar el rizo? Sí­, y lo hizo el propio Borges, recurriendo al testimonio cómplice de otro autor que se prestó al juego, Bioy Casares.

Entre ambos se inventaron a un escritor, H. Bustos Domecq, y se tomaron la libertad de escribirle varios libros. ¿El resultado? Los lectores creyeron en la existencia de dicho autor y se acercaron a las librerí­as en busca de más obras de Bustos Domecq. Borges habí­a llevado el arte de crear libros imaginarios a su máxima expresión.


Las estancias de dzyan

¿A alguien le gustarí­a leer un libro escrito en Venus? Que no lo busque en ninguna librerí­a ni biblioteca, porque no lo encontrar·, ya que se trata de otra de las grandes imposturas de la historia de la Literatura.

"Las estancias de Dzyan" es, supuestamente, un texto escrito y encriptado por seres interestelares, un compendio de conocimientos cuya revelación, se dice, destruirí­a los pilares de nuestra civilización.

Semejante libro fue una invención de Emile Boit Bailley un poeta francíés de finales del XVII aficionado al ocultismo. Al igual que siglos despuíés hizo Lovecraft, Bailley se inventó este libro para dar veracidad a sus ficciones; más aún: introdujo la posibilidad de que bajo la cordillera del Himalaya existiera una cripta subterránea donde un grupo de maestros de la sabidurí­a custodiaban una biblioteca repleta de libros prohibidos.

Un relato de ciencia ficción en cuya veracidad creyó mucha gente. Pero la persona que más hizo por la causa de dar veracidad a este libro imaginario es Helena Petrovna Blavatsky (1831-1891), personaje muy popular en la Europa de finales del XIX gracias a sus presuntos poderes mentales.

Madame Blavatsky actuaba en circos y teatros, y conseguí­a llenos absolutos merced a números tan espectaculares como incendiar objetos con la mirada y hacer levitar a una persona con sólo levantar la mano. Según ella, sus poderes eran autíénticos, y los habí­a adquirido en la India estudiando "Las estancias de Dzyan". Madame Blavatsky explotó aquella historia hasta la náusea, asegurando que su vida estaba amenazada por personajes poderosos que pretendí­an arrebatarle su libro.

El destino le echó una mano en su impostura, ya que, en 1870, naufragó en Suez el barco en que ella viajaba, y la vidente aseguró que el accidente habí­a sido provocado. Y en 1871, mientras actuaba en Londres, sufrió un atentado: un hombre le disparó con una pistola. Ella salió ilesa, pero el agresor aseguró que habí­a actuado como un autómata, impelido por una fuerza telepática.

Meses despuíés, un amigo de la vidente, el coronel Henry Coll, declaró que habí­a sido un montaje de Madame Blavatsky para darse publicidad. La psí­quica falleció en Parí­s, en 1891. Sus seguidores buscaron entre sus pertenencias algún rastro del mí­tico libro, pero no lo encontraron. ¿Tal vez porque nunca existió?


La biblioteca de Sherlock Holmes

Una de las bibliotecas imaginarias más famosas está en Londres, en el 221 B de Baker Street, donde residí­a Sherlock Holmes, el detective de ficción creado por Arthur Conan Doyle.

Holmes (según los relatos de Doyle) empleaba su tiempo libre en tocar el violí­n, en dormitar bajo los efectos de la morfina, y en escribir tratados en los que compilaba su sabidurí­a.


Entre las obras supuestamente escritas por el detective figuran tí­tulos como El arte de las pesquisas, Sobre las diferencias entre las cenizas de diversos tabacos, La utilidad de los perros en el trabajo del detective y Acerca de la escritura crí­ptica. Ninguno de estos libros existe, pero, de haber sido reales, hoy serí­an clásicos de la criminologí­a.