Por… BEATRIZ DE MAJO C.
Los ambientalistas tuvieron buenas razones para regocijarse en este año 2013. En junio Beijing dio a conocer formalmente el gigantesco esfuerzo que será acometido por empresas, particulares y el Estado de manera de limpiar el aire de la potencia asiática. Cifras nunca vistas fueron anunciadas. Aun para los estándares chinos tales números eran gigantescos: 275.000 millones de dólares serán invertidos en los próximos 5 años de parte de todos los actores para alcanzar la meta de un aire respirable.
Tal cifra es equivalente al valor de un año del Producto Interno Bruto de Hong Kong, pero el gozo experimentado por el anuncio de las medidas nuevas no duró demasiado. Al analizar en detalle las tareas por desarrollar, ha resultado obvio que las medidas son pocas además de tardías. Los hallazgos encontrados en la segunda mitad de este año por la Academia Nacional de la Ciencia en los Estados Unidos revelan que es mucho el daño causado ya, y difícilmente reversible: la expectativa de vida en el norte del país se ha reducido 5 años como consecuencia de envenenamiento ambiental, los ríos están seriamente contaminados al igual que las tierras arables. Eso en cuanto a China en su interior.
En lo que atañe al mundo, a esta fecha ese país aún aporta un tercio de los gases de efecto invernadero del planeta y dos tercios del dióxido de carbono que envenena el aire global se origina dentro de su geografía.
Oficialmente China se escuda tras el mismo argumento que ha inspirado la política ambiental de países líderes como Estados Unidos, Inglaterra y Japón. El patrón adecuado para estos ha sido "crecer primero y limpiar despuíés" los desechos ocasionales por la expansión. Solo que la gigantesca dimensión de China, geográfica y humana, la velocidad y lo abultado de su expansión, les han jugado a propios y extraños una mala pasada.
La moneda, pues, tiene dos caras. Por mucho que China haya hecho de la conservación del ambiente un muy serio compromiso de Estado, el haber llegado tarde a la fiesta mundial de los verdes -al menos una díécada- le está causando una subvaluación de su esfuerzo. Tambiíén el secretismo y la arrogancia propia de los regímenes comunistas no les ayuda a crear un buen ambiente ni a concitar ayuda e inteligencias externa. Los íéxitos -que sin duda existen- se cacarean en demasía. China constantemente busca aplausos por sus enormes inversiones en energía solar y en energía eólica, en donde es cierto que aventajan al resto del planeta. Pero barren hacia debajo de la alfombra el exabrupto monumental que consiste en que la vía fluvial madre de China, el río Amarillo, no sea utilizable en un tercio de su extensión para la agricultura por el altísimo nivel de contaminación de sus aguas. Tambiíén el gobierno guarda silencio sobre el drama que constituye que solo la mitad de las fuentes de agua de las grandes ciudades sea potable, pero vociferan a los cuatro vientos que China será la primera en eliminar al carbón como fuente de energía.
Un poco más de transparencia y de información del lado oficial contribuirían al montaje de un plan global que sirva a colaborar desde afuera con el legítimo propósito de hacerse más ecológicos. Mientras ello no ocurra y el dragón asiático país continúe en solitario su ciclópea tarea en pro de un mejor ambiente, el mundo continuará sufriendo las consecuencias indetenibles del avance de este gigante. Hoy por hoy, China continúa siendo el país que más aporta a la degradación del clima del resto de las naciones.
Suerte en sus vidas…