New York Times News Service
OBERHAUSEN, Alemania.- ¿Quíé se siente ser la “Detroit de Alemaniaâ€, como los medios noticiosos aquí han coronado a Oberhausen, que por segundo año consecutivo ha recibido la dudosa distinción de ser la ciudad alemana con la más alta deuda per cápita?
Por encima, al menos, no es tan malo, pese a los recortes presupuestarios que redujeron 600 millones de euros (unos 820 millones de dólares) al gasto de la ciudad.
Esta ciudad de 211 mil habitantes parecería tener poco en común con su contraparte estadounidense en bancarrota. Hay esculturas que adornan parques bien cuidados, edificios Art Decó de ladrillo oscuro que siguen en uso y, aunque muchos escaparates a lo largo de la zona comercial principal del centro de la ciudad están vacíos, ninguno está en ruinas.
Los residentes aún pueden visitar un teatro municipal, un museo de arte moderno financiado por el estado y proyectos de arte independientes, como el que ha transformado a la anteriormente vacante estación de trenes.
Esta es la austeridad alemana, tacañería combinada con una amplia red de seguridad, iniciativa independiente y la protección de leyes que evitan que los municipios caigan en bancarrota, requiriendo que los gobiernos estatales ofrezcan asistencia financiera en casos extremos, de los cuales Oberhausen desde luego es uno.
No es que la ciudad estíé prosperando. Sus días de gloria, entre las dos guerras mundiales, luego de nuevo en los años 50, cuando las industrias minera y siderúrgica ofrecían empleo a decenas de miles de personas, pasaron hace tiempo. Cuando cerró la última mina de carbón en 1992, seguida por la planta siderúrgica cinco años despuíés, se perdieron más de 50 mil empleos.
Donde antes estaba la planta siderúrgica ahora hay un centro comercial flanqueado por una arena moderna y un acuario, que atrae a turistas de toda la región (el acuario alcanzó notoriedad por ser el hogar del Pulpo Paul, que se hizo famoso en el Mundial de 2010).
Pero los aproximadamente 10 mil empleos creados por el sector de servicios – y los impuestos pagados por las nuevas empresas – representan solo una fracción de los generados anteriormente por la industria pesada, dejando un díéficit cada vez más grande en el presupuesto de Oberhausen.
“Es un problema para toda la región, pero especialmente para Oberhausenâ€, dijo Apostolos Tsalastras, el tesorero de la ciudad.
El año pasado, la ciudad oriental de Dresde, una de solo unas cuantas ciudades libres de deuda en el país, ofreció conceder a Oberhausen un príéstamo.
La ciudad rechazó la oferta, en vez de aprobar un presupuesto estricto que se traduciría en cerrar dos piscinas públicas, tres bibliotecas y varias escuelas. Ya no se plantan flores en los parques de la ciudad, donde los retirados reemplazaron a los jardineros profesionales, cuyos empleos fueron eliminados como parte de una reducción del 10 por ciento de los empleados municipales.
Pero hay límites a hasta donde está dispuesto a llegar Tsalastras, quien tambiíén es responsable de las instituciones culturales de la ciudad. El galardonado teatro municipal de Oberhauses cuesta a la ciudad unos 8 millones de euros anualmente, o casi 11 millones de dólares, pero su futuro no está en duda.
“Aproximadamente la mitad de los asistentes al teatro son niñosâ€, dijo Tsalastras, con una nota de orgullo. "Para cuando se gradúen, casi todos los niños de Oberhausen habrían estado en el teatro al menos una vez.
El teatro se verá forzado a reducir el número de producciones que presenta cada año, a partir de 2015, y algunas serán puestas en escena en conjunción con compañías de teatro de comunidades vecinas.
Tsalastras cree que mantener las instituciones culturales como el teatro, los museos, una escuela municipal de música y el Festival Internacional de Cortometrajes – fundado por ricos industriales hace casi 60 años – desempeña un papel integral en ayudar a la ciudad a atraer a los urbanitas jóvenes y creativos que son la clave para el futuro de Oberhausen.
Señala a un grupo de arquitectos y artistas que se hizo cargo de la torre del reloj de la estación de trenes como ejemplo. Durante años, el reloj estuvo a oscuras, con sus manecillas congeladas en el tiempo.
Hoy, las preguntas destellan desde una hilera de ventanas en la cima de la torre: ¿Para quíé es buena la luna? ¿Quíé longitud tiene el Nilo? ¿Fui un buen niño?
Christopher Stark, de 40 años, y otros miembros de Kitev, la cooperativa cultural que ayuda a dirigir, renovaron la instalación elíéctrica y actualizaron los mecanismos del reloj despuíés de que se les concedió un arrendamiento a largo plazo en la torre en 2007.
“Cuando llegamos a la ciudad para un proyecto diferente, no podía creer que algo tan integral como los relojes en la principal estación de trenes no estuvieran funcionandoâ€, dijo Stark. “Pensíé que no puede ser, es como si toda la ciudad estuviera paralizadaâ€.
El grupo, que se financia independientemente a travíés de donaciones, ha transformado los pisos inferiores en ventilados espacios abiertos para propósitos múltiples que pueden ser usados para conferencias o actuaciones, o para albergar a artistas residentes.
“Pienso que es grandioso que hayan hecho estoâ€, dijo María Jans-Wenstrup, de 50 años de edad, mirando hacia la torre desde una parada de autobuses enfrente de la estación, donde espera cada día, contemplando los mensajes.