Por… BEATRIZ DE MAJO C.
La prensa internacional le puso fanfarria a la reunión de alto nivel que la semana pasada celebraron funcionarios de Beijing y Taipei. Es necesario celebrar que altos representantes de los dos países se hayan animado a poner a un lado la separación que ha sido la regla desde 1949 porque ello configura un preludio de mayor calma en la región. Pero no nos apresuremos…
El que Beijing y Taipei hayan abierto un canal de comunicación regular despuíés de 65 años de distanciamiento no es garantía de que las dos chinas se encaminen hacia una reunificación. Las heridas de ambos lados no son sencillas de restañar, dado el bagaje cultural de ambos pueblos milenarios en los que el honor es una consigna inclaudicable.
El gobierno de la República Popular China sigue sin reconocer la autonomía de la isla taiwanesa porque ello va en contra del inquebrantable principio de que "China es una sola". Por su lado, los taiwaneses tienen muy frescas aun en su memoria las persecuciones orquestadas por el ejíército rojo en la otra orilla del estrecho del Formosa contra los nacionalistas partidarios de Chiang Kai-shek, lo que obligó a dos millones de ciudadanos a atrincherarse en la isla.
Mucha agua ha corrido por ese río desde entonces y recientemente las dos naciones han encontrado que tienen más que ganar dándose el frente que la espalda.
Este encuentro es uno más en una serie de reuniones binacionales que habían sido encabezadas por funcionarios de menor rango. Escalar a la jerarquía de ministros los encuentros tiene un significado particular, porque consolida el consenso alcanzado en reuniones previas. Pero los avances políticos aun son flacos.
El punto focal de la agenda fue un acuerdo de servicios que permitiría a cada país abrir numerosos negocios en el territorio del otro, una incipiente fórmula de integración pero con ribetes peligrosos. Mientras Beijing ya hizo pasar el Convenio por su Congreso, Taiwán deshoja la margarita. Aun subsiste en el alma de los políticos el temor reverencial hacia el tamaño de la economía vecina y su capacidad de inundar el mercado del diminuto país de menos de 24 millones de almas,
Lo que hay, en el fondo, es algo de falta de voluntad política de subsumirse ante el gigante. Un arraigado sentimiento de pertenencia y de defensa de lo alcanzado en lo económico -que no es poco- forma parte de los credos taiwaneses aunque se hayan diluido, para esta hora, las diferencias ideológicas con la República Popular.
Hoy el comercio bilateral alcanza 197.200 millones de dólares, cuya balanza se inclina ampliamente a favor de Taiwán, algo que ningún otro país en la zona puede exhibir. El superávit es de 116.000 millones. Tambiíén inversionistas de la isla han invertido 180.000 millones de dólares con íéxito en empresas del continente donde le han dado empleo a millones de trabajadores habiendo alcanzado altísimos niveles de producción con estándares globales de calidad.
Este encuentro de Nanjing, no es banal y configura un hito aprovechable. Hay hambre en los dos lados de la ecuación por relaciones económicas más estructuradas aunque para los líderes taiwaneses la reunificación aun no sea una opción. Habiendo alcanzado por esfuerzo propio la talla de decimoctava economía del mundo, Taipei aun puede imponer sus condiciones.
Suerte en sus inversiones…