Por... Daniel J. Mitchell
El debate actual entre los partidarios de la “austeridad†y el “crecimiento†es frustrante para cualquiera que respalde un gobierno limitado. Los que favorecen la austeridad afirman que los díéficits son veneno económico y que los presupuestos balanceados, balance logrado en gran medida mediante impuestos más altos, deberían ser el objetivo de la política fiscal. Los llamados partidarios del crecimiento creen que más gasto público deficitario impulsará el desempeño económico.
Ambos evaden el punto importante. Lo que importa, como nos enseñó Milton Friedman, es el tamaño del estado. Esa es la medida de cuánto del ingreso nacional está siendo redistribuido y reasignado por Washington. El gasto muchas veces es derrochador y contraproducente, ya sea que este sea financiado con impuestos o deuda.
En lugar de fijarse en los díéficits y en la deuda, sugiero otro objetivo: asegurarnos de que el gasto público, a travíés del tiempo, crezca más lento que la economía privada. La evidencia de economías alrededor del mundo muestra que este es el mejor camino para reducir los díéficits y fomentar la prosperidad.
Llamemos a esto la regla de oro de la política fiscal. Aquí explico cómo funcionaría en EE.UU. La Casa Blanca proyecta que el PIB nominal crecerá alrededor de 4,7% al año a lo largo de los próximos 10 años, mientras que la Oficina del Presupuesto del Congreso estimó un crecimiento promedio de 4,5% a lo largo de ese mismo periodo. La regla de oro simplemente requiere que la carga del gasto público aumente a un paso más lento. Incluso si el presupuesto federal creciera 2% al año, alrededor de la tasa proyectada para la inflación, eso reduciría el tamaño relativo del gobierno y permitiría un mejor desempeño económico al permitir que más recursos sean asignados mediante los mercados en lugar de ser asignados por funcionarios del estado.
Una regla de oro tiene algunas ventajas sobre las propuestas fiscales basadas en los presupuestos balanceados, los díéficits o el control de la deuda. Primero, se enfoca correctamente en el problema subyacente de un gobierno demasiado grande en lugar de enfocarse en el síntoma que son las cuentas en rojo. Segundo, los legisladores tienen el poder de controlar el crecimiento del gasto público. Los objetivos para el díéficit y los requisitos de un presupuesto balanceado dejan a los legisladores a merced de las fluctuaciones económicas que pueden causar variaciones considerables e impredecibles en la recaudación fiscal. Tercero, el gasto todavía puede crecer a 2% incluso durante una recesión, haciendo que la propuesta sea más políticamente sostenible.
Las naciones que siguieron esta versión de la regla de oro han gozado de mejoras considerables en sus variables fiscales agregadas. Las cifras que he calculado en torno a la base de datos World Economic Outlook del Fondo Monetario Internacional —que incluye el gasto en todos los niveles del estado— muestra varios ejemplos notables de países que impusieron un genuino límite al gasto durante periodos de varios años. Estos países han cosechado muchos beneficios, experimentando reducciones en el peso del estado (como un porcentaje de la producción económica) y una reducción veloz del díéficit (tanto nominalmente así como tambiíén como porcentaje del producto interno bruto).
Consideremos a Canadá, que permitió que el estado creciera en promedio un 0,8% al año entre 1992 y 1997. Durante ese periodo de cinco años, la cantidad de producción económica desplazada hacia el estado se redujo en 9,4 puntos de porcentaje del PIB. El díéficit se redujo en aproximadamente la misma proporción, convirtiendo un díéficit considerable en un superávit.
Los presupuestos del gobierno sueco crecieron en promedio un 1,9% al año entre 1992 y 2001, y el peso del gasto público cayó en un impresionante 15 puntos de porcentaje del PIB. Esto ayudó a restaurar el crecimiento y tambiíén generó un superávit en el presupuesto.
En Alemania, el gasto público creció en promedio menos de 0,2% al año entre 2003 y 2007. La porción del PIB consumida por el sector público cayó en 5,4 puntos de porcentaje y un díéficit significativo en el presupuesto se convirtió en un superávit. En Nueva Zelanda entre 1991 y 1997, el gasto público creció en un promedio de 0,5% al año. La economía revivió, el gasto público cayó en 11 puntos de porcentaje del PIB y el presupuesto registró un superávit.
Más recientemente, Letonia redujo el gasto desde 2008, con las erogaciones cayendo en un promedio de más de 4% al año. Esto ha reducido el peso del gasto público en más siete puntos de porcentaje del PIB y reducido un díéficit grande a menos de 1% de la producción económica.
Otras naciones han seguido de manera exitosa una regla de oro, incluyendo a Irlanda (1985-89), Eslovaquia (2000-04), Singapur (1998-08), Italia (1996-2000), Estonia (2008-11), Islandia (2008-presente), y Países Bajos (1995-2000).
Todas estas naciones obtuvieron un mejor desempeño económico. Los datos económicos del FMI muestran un crecimiento por encima del promedio en las naciones que limitaron el gasto, tanto durante y despuíés del periodo de disciplina fiscal. Letonia, Suiza y Alemania están mejor hoy que la gran mayoría de naciones europeas. Nueva Zelanda y Canadá han gozado de un crecimiento más rápido desde que redujeron el tamaño del estado.
Un caso aparte es EE.UU. bajo el gobierno de Bill Clinton. Según los datos de la Oficina de Administración y Presupuesto, el gasto total a todos los niveles del estado creció “solamente†en un 3,5% anualmente entre 1992-98. Eso no es muy impresionante si se lo compara con algunas naciones, pero el PIB nominal creció a un paso considerablemente mayor, así que la carga total del gasto público cayó como porcentaje de la producción económica. Esta fue la bonanza, cuando el gobierno federal pasó de tener un gran díéficit a tener un superávit en el presupuesto.
El gasto ha crecido incluso más lentamente durante los últimos años —aunque esto ha ocurrido luego de un inmenso repique en 2009 debido al llamado estímulo. El gasto total al nivel federal, de los estados y local ha subido a una tasa anual promedio de solo 0,1% durante los últimos cuatro años, reduciendo tanto la carga del gasto público y el nivel de tinta roja. Este límite al gasto está ayudando a compensar los efectos negativos de impuestos más altos, de más regulaciones y del ObamaCare.
¿Puede cualquier gobierno mantener los límites al gasto requeridos por la regla de oro fiscal? Tal vez el mejor modelo es Suiza, donde el gasto no ha subido a una tasa mayor al 2% al año desde que entró en efecto un límite al gasto impuesto por los electores a principios de la díécada anterior. Dado que la producción económica ha aumentado a un paso más rápido, los suizos han cumplido con la regla de oro y disfrutado de reducciones en el peso del estado y superávits consistentes en el presupuesto.
Nadie en Washington ha propuesto una copia del freno suizo a la deuda, pero la Ley para Maximizar la Prosperidad de EE.UU. del representante Kevin Brady es similar. Este Republicano de Texas limitaría el gasto libre de intereses de tal manera que este crezca más lentamente que el crecimiento potencial del PIB. Las erogaciones todavía podrían aumentar en un promedio de más de 3% a lo largo de los próximos 10 años, pero el PIB nominal se espera que crezca a una tasa más rápida, así que la carga total del estado caería. A largo plazo, esa es la mejor garantía de la prosperidad de EE.UU.