Por...Manuel Suárez-Mier
Hoy, que está de moda de nuevo denunciar la desigualdad en la distribución de la riqueza que aflige a la economía globalizada con la aparición del popular texto del economista francíés Thomas Piketty, Capital en el siglo XXI, que propone acabar con la riqueza heredable con tasas impositivas confiscatorias, es crucial revisar cómo ocurrió el más exitoso proceso para eliminar la pobreza en el devenir humano.
La asombrosa historia de la transformación económica de China desde la muerte de Mao Zedong no tiene paralelo comparable por su magnitud. A la muerte de Mao en 1976, China era una de las naciones más pobres del mundo con un ingreso por habitante inferior a 200 dólares, más de diez veces menor al de Míéxico ese año.
Para 2010 China ya había superado a Japón como la segunda economía del mundo y había alcanzado un ingreso por habitante de 4.000 dólares, poco menos de la mitad del nuestro. El relato de esta notable metamórfosis de Ronald Coase y Ning Wang, ilustra el triunfo de la liberación de los agentes económicos de la tiranía estatal.
Se trata del relato de dos reformas que ocurrieron de maneras bien distintas. La primera, concebida por el gobierno de Pekín, tenía por propósito revitalizar al sector paraestatal para salvar el modelo socialista, y tuvo lugar en dos fases, antes y despuíés de la revuelta estudiantil de 1989 que terminó en la matanza de Tiananmen.
La segunda transformación, que aconteció de manera espontánea en los márgenes de la economía y de la geografía de China, es directamente atribuible a la iniciativa de ciudadanos y autoridades locales que promovieron el cambio en los ámbitos rural y urbano y crearon numerosas empresas locales y “zonas económicas especialesâ€.
La intervención del gobierno central en estos cuatro “experimentos marginales†fue no reprimirlos, y en algunos casos alentarlos con sigilo pero como iniciativas lejanas de Pekín que, en caso de fracasar, la autoridad central podría negar haber otorgado su aquiescencia y pasar a denunciarlos por violar el espíritu socialista.
La primera “revolución marginal†surgió en el ámbito más paupíérrimo del campo chino, donde la colectivización había fallado rotundamente. La autoridad en Pekín concluyó que no podían estar peor las cosas y permitió en 1980 que los campesinos cultivaran la tierra individualmente en confines lejanos al centro: el íéxito fue notable.
Para 1982 Pekín decidió decretar la descolectivización del campo como política nacional y barrió con las granjas colectivas, incluida la favorita de Mao, Dazhai, que impresionó tanto al Presidente Luis Echeverría que pretendió emularla en Míéxico. El gobierno asumió como suyo el íéxito, al que ayudó simplemente con no frenarlo.
Otro triunfo destacado de los gobiernos locales fue crear empresas al margen de la planeación central, para producir artículos que tenían demanda pero que el sector paraestatal no atendía. A pesar de operar en desventaja en los mercados negros para obtener insumos y vender productos, su desempeño fue mucho más dinámico que el paraestatal, y para 1996 ya aportaban el 26% del PIB y daban empleo a 135 millones.
En una economía centralmente planificada, por definición, no hay desempleo, pero la realidad es otra. Post-Mao las ciudades chinas se llenaron de jóvenes que regresaron de su forzado envío al campo y cuyo desasosiego planteaban problemas políticos. La consecuencia fue que el gobierno permitiera el autoempleo en pequeñas empresas al margen del sector estatal, que ofrecían bienes y servicios con gran demanda urbana.
La cuarta y más controvertida de las “revoluciones marginales†fue el surgimiento de “zonas económicas especialesâ€, de nuevo a iniciativa local, para atender el problema de la emigración ilegal a Hong Kong. Las autoridades provinciales se percataron que al otro margen del rio que separa a China de Hong Kong, se creó un villorrio libre con emigrados que ganaban hasta ¡cien veces más que sus paisanos del lado comunista!
Ello llevó al gobierno provincial a proponer crear una zona especial que replicara las condiciones prevalecientes del otro lado del río. Es decir, a importar la economía de mercado con todos sus elementos, capital, tecnología avanzada, administración innovadora, etc., para engendrar empresas ultramodernas de exportación y, de paso, empleo y rápido crecimiento económico.
Este experimento, alentado discretamente por Pekín pero controlado con rigor, tuvo un íéxito admirable, por lo que pronto el gobierno central lo adoptó como modelo a nivel nacional. El pueblo que se arriesgó a hacerlo —Shenzhen— pasó en tres díécadas de 30 mil habitantes a 14 millones.
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