Por... Lucy Kellaway
Financial Times
Cuando se trata de robar empleados, hay dos tipos de trabajadores – futbolistas y periodistas del Financial Times. Si uno es futbolista, sí es una cuestión de dinero. Tienes ciertas habilidades que se pueden medir.
Lo más alentador del Financial Times la semana pasada fue una carta de Robert Pickering, el hombre que dirigía el banco de inversión Cazenove. En ella, criticó a Antony Jenkins, el jefe de Barclays, por sacar a relucir el viejo estereotipo del espiral de la muerte para justificar los dividendos de sus banqueros. No hay la menor necesidad, apuntó el Sr. Pickering, de pagar sumas aún mayores para prevenir que los banqueros de inversión se marchen –ningún banco se ha hundido porque su gente fue “robada.†Los banqueros vienen y van y el mundo sigue igual.
La carta era encantadora porque a) estaba en lo cierto; b) venía de alguien que sabe de lo que está hablando; y c) siempre es un estupendo deporte para espectadores cuando los banqueros comienzan a atacarse los unos a los otros.
El Sr. Pickering dice que no hay razón para salpicar con dinero a los individuos que amenazan irse, porque se puede sobrevivir sin ellos. Es cierto; pero desde mi perspectiva, fuera del torcido mundo de los bancos de inversión, hay otra verdad. No hay razón para salpicar con dinero a nadie porque, para citar al cantautor Jessie J, no es una cuestión de dinero.
Cuando se trata de robar empleados, hay dos tipos de empleados –futbolistas y periodistas del Financial Times. Si uno es futbolista, sí es una cuestión de dinero. Tienes ciertas habilidades que se pueden medir, y si alguien las valora más que tu jefe, es hora de marcharte. Los banqueros de inversión modernos se han convertido en algo como los futbolistas. Se venden al mejor postor.
Al otro extremo, están los periodistas del FT. Nos identificó no tanto porque somos especiales sino porque tengo una clara perspectiva de nuestras idas y venidas –parece que cada semana por 28 años, he presenciado una o dos fiestas de despedida, así que síé de lo que estoy hablando. Sin embargo, no se me ocurre casi ningún colega que en ese tiempo se haya marchado porque otra publicación estaba dispuesta a pagar más por sus habilidades (que son casi tan fáciles de medir como las de un futbolista).
Eso no quiere decir que nadie se haya ido para enriquecerse –muchos han dejado el periodismo porque anhelaban el más suntuoso estilo de vida de las relaciones públicas. Pero muy rara vez son atraídos a un trabajo similar por más dinero. Es cierto que la mayoría se van habiendo negociado un mejor salario, y algunos utilizan esta estrategia para obtener un aumento de salario del FT. Pero la verdadera razón siempre es otra. O el otro periódico está ofreciendo una columna o un puesto más grandioso, o el periodista se había sentido malquerido en el FT, habiendo llegado a la posición máxima que era posible –o habiendo tenido una disputa con alguien.
La mayoría de las organizaciones más o menos decentes están más cerca del modelo FT que del modelo del futbol. Una encuesta de Gallup en EU mostró que los trabajadores deciden abandonar sus puestos porque no les gusta su jefe, se sienten que no encajan, o que no hay posibilidades de promoción –sólo un 20 por ciento dijo que el dinero tenía algo que ver con su decisión.
¿Por quíé es así? ¿Por quíé se queda la gente cuando hay más dinero en otro lugar? En el caso del FT, se debe a cuatro cosas. Primero, uno puede sentirse orgulloso de trabajar para nuestro periódico. Segundo, el FT mueve a los periodistas de un lugar a otro para que no se aburran. Tercero, todos mis colegas son bastante amistosos y, finalmente, hay un dueño benigno que no le dice a uno lo que tiene que escribir.
Cuando trabajíé en la City a principios de los años ochenta, los bancos de inversión todavía no habían adoptado el modelo del futbol. Si uno era de Warburg, uno no se convertía en alguien de Schroders simplemente porque íéste estaba dispuesto a pagar un poco más. Ese viejo mundo sosegado ha desaparecido, pero la desalmada avaricia del nuevo mundo definitivamente crea un vacío en el mercado para algo un poco más agradable.
Se necesita un nuevo banco de inversión, hecho a la medida del FT. Pagaría relativamente mal (aunque generosamente, comparado con los trabajos que no son de bancos) y haría de esto un punto de atracción. En cambio, prometería tratar a los banqueros jóvenes como personas, dejarles irse a casa a una hora razonable y permitirles sentir (un poco de) orgullo de lo que han logrado.
Se derivaría una superioridad moral de trabajar allí. Sería el Waitrose (la cadena británica de supermercados de alto nivel) de los bancos de inversión. Los aspirantes a banqueros, todavía no corrompidos por el modelo actual, seguramente acudirían en tropel. Tambiíén acudirían los clientes, hambrientos de algo menos ostentoso y descarado de lo que ahora se ofrece.
El problema con mi nuevo banco es que se necesitaría un grupo relativamente grande de banqueros con experiencia para establecerlo, y todos tendrían que aceptar una reducción salarial. El Sr. Pickering, escribiendo desde su sillón, se siente pesimista ante la posibilidad de que haya un gran cambio. Presiento que tal vez tenga la razón.