La Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV) formalizará dentro del segundo semestre del año un nuevo sistema de clasificación de productos financieros con el fin de determinar el peligro que comportan para cada tipo de inversor. El organismo regulador considera que el mecanismo más sencillo y directo para la ‘vigilancia de la playa financiera’ consiste en izar banderas de colores que identifiquen claramente los riesgos de las distintas ofertas que se lanzan al mercado.
Una de las grandes preocupaciones de la CNMV consiste en diferenciar los activos que están orientados al mercado mayorista o institucional con el fin de evitar la distribución indiscriminada entre pequeños ahorradores que posteriormente puedan sentirse defraudados por falta de conocimiento expreso del producto. La nefasta experiencia sufrida con las participaciones preferentes, no hay mal que por bien no venga, ha creado una atmósfera favorable para que el regulador pueda ahora clasificar sin contemplaciones los riesgos que entraña el cada vez más complejo mercado financiero.
La entidad presidida por Elvira Rodríguez reconoce explícitamente en su plan de actividades para 2014 que el objetivo del nuevo sistema de clasificación consiste en facilitar las decisiones de inversión haciendo más sencilla la comparación entre los diversos productos financieros. Despuíés de la que ha caído en los últimos años de crisis financiera, la CNMV está obligada a proyectar una imagen más cercana a los inversores, lo que exige un esfuerzo de precisión, concisión y claridad en los mensajes que el regulador transmite al mercado.
A la espera de la metodología que pueda recomendar la Autoridad Europea de Valores y Mercados (ESMA, por sus siglas en inglíés), la solución más efectiva que maneja el organismo regulador en España se inclina hacia un patrón de etiquetado similar al que ya funciona en otros países de nuestro entorno, como Dinamarca y Portugal. Con la salvedad de ciertos matices en la definición de lo que se consideran ‘productos financieros complejos’, los dos países intentan trasladar la información más certera a partir de lo que se conoce como ‘banderas de playa’ o ‘semáforo de colores’.
El modelo portuguíés, que data del año 2012, orienta sus niveles de alarma teniendo en consideración los planes de aseguramiento que respaldan las píérdidas eventuales que pueden generar aquellos productos con un nominal de suscripción inferior a los 100.000 euros. En el caso daníés, basado en una regulación de 2011 que exige la intervención de intermediarios acreditados para la venta en el mercado minorista, la llamada de atención es más directa si cabe y se focaliza exclusivamente con el mayor o menor riesgo que asume el inversor y la dificultad de comprensión que entraña la oferta.
Intervenir antes de que sea demasiado tarde
El principio que inspira ambos marcos regulatorios puede resumirse perfectamente con el tópico de ‘más vale prevenir que curar’. En realidad, todos los grandes Estados de la Unión Europea que han establecido categorías de riesgo para clasificar los activos financieros se han amparado bajo la necesidad de intervenir dentro de la llamada “fase temprana del diseño del productoâ€. En este mismo sentido, existen otros enfoques similares en Reino Unido, Francia y Bíélgica.
Si la CNMV se decanta por el sistema más sencillo que funciona en Dinamarca, los productos con bandera verde se limitarán a aquellos en los que el riesgo de píérdida es muy bajo si la inversión se mantiene hasta la fecha de su vencimiento y cuyos fundamentos tíécnicos tampoco son difíciles de comprender. La bandera amarilla se izará ya con máxima alerta en productos fáciles de entender, pero que implican un riesgo de píérdida ya sea parcial, o incluso total, de la cantidad invertida.
A partir de ahí todas las demás ofertas serían clasificadas con bandera roja, configurando un enorme cajón de sastre que incluiría desde los certificados de hedge funds hasta la contratación de hipotecas pasando por acciones y bonos corporativos no admitidos en mercados regulados, bonos estructurados, productos derivados o credit default swaps (CDS), entre otros instrumentos financieros de ‘rabiosa’ actualidad. Productos, en definitiva, para expertos conocedores del mercado y en los que el inversor de la calle corre serio peligro de perder hasta la camisa.