MIS ANTEPASADAS LAS BRUJAS
http://www.proyecto-kahlo.com/2013/12/mis-antepasadas-las-brujas/ Me he vuelto fan de las brujas sin sombrero ni gato negro, de esas que no son de cuento de hadas y he decidido declararlas oficialmente mis antepasadas.
Ilustración: Marta A.
Por mucho que me emocionen las historias de fantasía, los cuentos y los relatos mágicos, tengo que desechar ese producto que siempre nos han vendido de mujeres con poderes sobrenaturales y perversas. Hay veces que cuando pienso en alguna mujer que ha hecho alguna cosa malvada me sale decir: Quíé bruja. Así, sin darme cuenta, sigo fielmente uno de los significados de esta palabra que nos enseña la RAE, el de la mujer maligna. De esta forma y a lo tonto, continúo perpetuando esta palabra estigmatizada y llena de connotaciones negativas.
La idea de bruja mala adoradora del Diablo que se ha ido transmitiendo hasta nuestros días, fue creada en el siglo XV. Se difundió por toda Europa mediante una serie de tratados de demonología y manuales para inquisidores que se publicaron desde finales del siglo XV hasta avanzado el siglo XVII. En estos tratados se definió el rol y las características de la bruja. El libro más importante de todos y que fue el pilar de la caza de brujas se llama Malleus Maleficarum y afirma joyitas como estas:
- Toda la brujería proviene del apetito carnal que en las mujeres es insaciable.
- La mayor cantidad de los brujos son del sexo frágil porque las mujeres son más críédulas, más propensas a la malignidad y embusteras por naturaleza.
Me niego a perpetuar este estigma así que he decidido cambiar la RAE por el Sánscrito, donde la palabra bruja significa mujer sabia. He buscado información sobre ellas que me ha llevado a hacer una limpieza mental y a crearme un nuevo modelo de bruja, mucho más autíéntica y cercana.
Las brujas eran mujeres que no estaban adaptadas a su tiempo, eran extrañas, no eran comprendidas por su sociedad y no compartían los valores integristas obligatorios de su íépoca. Muchas se rebelaron de la mejor forma que sabían, simplemente siendo independientes y haciendo las cosas a su manera. Por tal osadía se decidió silenciarlas a base de fuego.
En aquella íépoca solo los hombres podían hacer ciencia, a las mujeres no les estaba permitido. Las brujas eran aquellas que probaban a curar y realizar medicinas a base de productos naturales. La gente no podía explicar científicamente los resultados de sus pócimas, así que lo llamaban magia. Hoy esa magia es ciencia. Muchas de las medicinas que compramos están compuestas por ingredientes que ellas cogían en el campo y en los bosques. Eran mujeres que aunque crearan miedo o desconfianza eran respetadas, y tuvieron un rol social muy importante en la Edad Media; ya que además de curanderas, eran consejeras y guías de otras personas con inquietudes vitales, con creencias y fes diversas o que querían estar en contacto con la naturaleza. La gente acudía a ellas para encontrar soluciones a los problemas humanos, así que eran una respuesta al sufrimiento y a las crisis de aquellos tiempos. El problema es que las brujas se encontraban entre las personas más humildes y de bajo estatus socio-económico, lo que las hizo más vulnerables a las persecuciones.
En nombre de un Dios y en nombre de la moral, se llevó a cabo un genocidio sin que hubiera guerras declaradas. Fue una búsqueda de un diablo inexistente, un diablo que en todo caso y, desde mi punto de vista, estuvo camuflado en forma de acusaciones, de torturas y de sentencias de muerte.
Historiadores e investigadores estiman que el número de víctimas se situó entre 50.000 y 100.000, una proporción bastante grande teniendo en cuenta la población europea de la íépoca. Y entre estos condenados a muerte, se estima que alrededor del 80 % de las víctimas fueron mujeres. El 20 % restante eran hombres, la mayoría catalogados como errantes; es decir, pobres y vagabundos, nómadas, judíos y homosexuales.
Lo que hicieron aquellas personas dando caza a las brujas fue negar los pilares de su propia religión. Fue un insulto hacia su Dios, a los fieles y a sí mismos como creyentes que partió del mero hecho de tener miedo a las alternativas y de no querer perder el control de la sociedad. Nada tuvo que ver con la energía que mueve el universo; simplemente fueron bajezas humanas, esas imperfecciones agudas de un tipo de animal sediento de motivación de poder.
Pues bien, si la sociedad no hubiese cambiado desde entonces, me parece que gran parte de las mujeres que conozco, incluyíéndome a mí misma, seríamos carne de las cenizas.
Las que no son religiosas, las que salen a manifestarse y a declarar sus principios a viva voz, las que se dedican al sector sanitario, las abuelas sabias, las que van a abrazar a los arboles y a declarar su amor al río y a los animales, las naturistas y homeópatas, las obsesionadas con los tíés, las que tienen relaciones sexuales sin estar casadas, las que tienen relaciones extra-matrimoniales, las que aman a más de un hombre, las que aman a más de una mujer, las que hacen yoga, taichi, reiki o pilates, las que son religiosas pero tienen además una de las características anteriores, etcíétera. Todas estaríamos muertas re muertas.
Seríamos recordadas con una escoba entre las piernas, con sapos y culebras en los tarros de cocina, con el diablo que nos arropaba por la noche… Y un sin fin de dedos acusadores que nos señalarían por la espalda.
Me despido, nos vemos en el aquelarre de la vuelta de la esquina.
La bruja
Cansada de caminar
bajo una blasfemia secular
-el hambre, los embarazos, los
golpes-
un día decidí volar.
Fue tan fácil:
un suave salto, un empujón
y -pez metafísico-
subvertí las leyes de la gravedad
universal.
No el vuelo
-desesperación alada-
perturbó a curas y carceleros
sino mi libertad
a la que se le gritaba:
¡Es el escándalo! ¡El escándalo!
¡Mátenla!
M.T. D’Antea