Por... Manuel Hinds
Hace un par de semanas funcionarios del gobierno anunciaron que, preocupados por las cantidades de dinero que el gobierno está gastando en intereses, han decidido explorar "la venta de la deuda" para ya no tener que pagar esos intereses.
Lo que el gobierno está pensando hacer supone dos cosas. Una, que uno puede vender una carencia —algo que a usted le falta, como el hambre, la sed o el dinero que usted debe. La otra es que al hacer esta venta usted se quita los costos de su carencia. Si vende el hambre, ya no tiene que comprar comida. Si vende su deuda, ya no tiene que pagar intereses.
El anuncio del gobierno despertó mucho interíés. La gente comenzó a preguntar cómo se hacía esto, porque, por supuesto, si esa es la solución para un país, tambiíén puede serlo para una persona. Si usted está sobre-endeudado, y está pasando penurias para siquiera pagar los intereses de sus obligaciones, ¿cómo no se le ha ocurrido? Venda sus deudas y libíérese de penas. Pero esto sería una maravilla no sólo para los endeudados sino tambiíén para los que no lo están. Si usted quiere comprarse una casa enorme, millonaria, endíéudese para comprarla y luego venda la deuda para ya no deber nada. Esta sería el camino al enriquecimiento personal de todos los habitantes del mundo y al desarrollo económico pleno de los países.
Obviamente, esto no funciona así. El gobierno y la gente que se han entusiasmado con el concepto tienen que entender que las carencias no se pueden vender. Así, si usted tiene apetito, no puede vender su hambre. Lo que se vende es la comida, y lo hacen los que tienen lo que usted no tiene. Si usted tiene sueño y está cansado, no puede vender el sueño y el cansancio. Lo que se vende son cuartos de hotel para dormir y descansar. Decir que uno va a vender su propia deuda y con eso se va a ahorrar los pagos de intereses es equivalente a decir que uno va a vender su sed y por eso ya no va a tener que tomar agua. Igual, la deuda que uno debe no puede venderse, lo que puede venderse es lo que le deben a uno. Es decir, son aquellos a los que les debemos dinero los que, por su propia decisión, pueden vender la deuda de El Salvador a otras personas. Así, por ejemplo, si usted tiene un bono de El Salvador, el país le debe a usted. Usted puede decidir vender ese bono (que es una deuda no suya sino de El Salvador) a su vecino. Pero el gobierno no puede vender esa deuda a nadie, porque es suya de usted, no de íél. La primera suposición del gobierno es falsa.
La segunda suposición tambiíén es falsa, no sólo porque el gobierno no puede vender la deuda sino porque las transacciones de deudas entre acreedores no afecta los pagos que El Salvador tiene que hacer. En el caso de usted y su vecino, los intereses y el capital que antes le pagaba a usted ahora se los pagará al vecino. Para que el gobierno ya no tenga que pagar intereses y capital lo que se necesita es que todos sus acreedores decidan perdonarle las deudas. Eso es otra cosa. No es venta. Es perdón.
Por supuesto, si usted encuentra un tío rico deseoso de ayudar al país para que no tenga que pagar deudas, usted puede pedirle que le regale catorce mil millones de dólares para que las pague y quede sin obligaciones.
Quizás es a esto a lo que el gobierno se ha estado refiriendo al hablar de la venta de la deuda, a encontrar a alguien que le regale esta plata. Esta, por supuesto, es una idea inocente surgida de una concepción egocíéntrica del mundo que cree que todo el globo está interesado en lo que pasa en El Salvador y dispuesto a regalarle sumas enormes porque sí. Quizás uno puede tratar de interpretar así lo que el gobierno ha dicho y voltear a ver hacia otro lado.
Pero hay tres cosas de las que uno no puede alejar la mirada. Primero, que la credibilidad financiera del país depende en gran medida de que los interlocutores del país crean que nuestros funcionarios saben de lo que están hablando. El gobierno tiene la obligación de hablar con propiedad sobre los temas de estado y no proyectar la imagen a propios y extraños de que no tiene la más mínima idea de las finanzas y el funcionamiento de los mercados.
Segundo, esta y otras ideas insatisfactorias son indicativas de que el gobierno se ha enredado en un círculo vicioso en la búsqueda de soluciones para los problemas fiscales. En ese círculo, cada idea que se les ocurre para resolver los problemas fiscales resulta descabellada, por lo que buscan otra, hasta que se les acaban todas las nuevas ideas y regresan a la inicial que ya habían descartado. Así, han pasado de tratar de extraerle recursos a una Venezuela en quiebra, a tratar de expropiarle las pensiones a los ahorrantes, a tratar de poner unos impuestos terriblemente dañinos para el país, a pensar que quizás Putin o algún país europeo les regale catorce mil millones de dólares, a pensar que van a vender la deuda, a volver a hablar de expropiar las pensiones… y así. Es alarmante que tienen un problema fiscal que no es tan grave y que no hallan cómo solucionarlo.
Tercero, el gobierno tiene que mejorar rápidamente la calidad tíécnica de sus políticas. Si no lo hace, el problema fiscal, que todavía no es grave, se volverá realmente difícil. En ese momento, el gobierno tendrá que pagar enormes costos políticos para resolver la situación, y costos todavía más grandes si no la resuelve. Todavía tiene tiempo de actuar con sentido común.