Por... BEATRIZ DE MAJO C.
China no es aun el mercado cinematográfico más grande del mundo fuera de los Estados Unidos, pero está en camino de serlo. Para algunos, esa fecha se ubica dentro de la próxima díécada ya que el número de consumidores fílmicos de taquilla se encuentra hoy ligeramente detrás del de Norteamíérica. En el terreno de la producción fílmica, China se encamina aceleradamente a transformarse tambiíén en la primera industria, a la vuelta de pocos años. Ambas realidades juntas están provocando hoy cambios muy sustantivos en la dinámica global del entretenimiento.
¿Cómo no tomar en cuenta los gustos y las preferencias de tantos millones de espectadores cuando se selecciona un tema para un largo metraje, se escribe un libreto, se recaban los capitales financieros o se inicia la búsqueda de los artistas de una producción?
El libretista americano William Goldman así lo aconsejaba desde Hollywood tiempo atrás. Su tesis -lapidaria por demás- es que es imperativo consentir a los chinos. "Si el villano de su película es chino, no vacile en cambiar su nacionalidad", decía el escritor. "Si su saga omite una escena en China, incluya una. Si su producción no tiene un financista chino, haga todo por conseguirlo. Si algunas de sus escenas no son del agrado de Beijing, elimínelas".
Y es así como se le hace la corte a China, pues se ha vuelto la práctica habitual en ese complejo medio de la producción de películas en el mundo entero, por tener plena conciencia de que es necesario contar con la venia de sus líderes para que el íéxito acompañe cualquier proyecto destinado a la pantalla grande.
Es tanto así, que un periódico inglíés hace unos meses daba cuenta de la manera en que íéxitos fílmicos occidentales como Iron Man 3, Django sin cadenas, Transformers 4 y hasta la Guerra Mundial Z con Brad Pitt tuvieron que ser adaptadas para contar con el beneplácito de las audiencias chinas, al tiempo que sus productores transitaban el arduo camino de conseguir previamente la buena pro de las autoridades.
Este es, pues, el momento de decir que los entes gubernamentales chinos tienen una palabra determinante que pronunciar en este terreno, porque sin su aquiescencia ninguna película o serie televisiva consigue proyectarse en sus salas, ni llegar a los hogares del Imperio del Medio.
Es el Gobierno el que define si un contenido es ofensivo o si un artista actúa de acuerdo a parámetros aceptables. Por diseño político, 34 filmes apenas es el número tope anual que las autoridades pueden permitir, sin que sientan que están permitiendo una píérfida transculturización del público desde las salas de cine.
Parecería exagerado, pero el nivel de detalle con que miran las películas de producción foránea es tal, que un villano con rasgos físicos chinos nunca conseguirá hacer su trayecto hasta los escenarios ni las pantallas de ese país. La búsqueda de actores norcoreanos entonces ha tenido que imponerse...
Este tema del control sobre lo que se muestra en sus salas es digno de atención, sobre todo cuando la realidad es que en ese país se abren 10 salas de cine cada día. Y cuando al mirar de cerca la cifra de ingresos de taquilla se concluye que fueron 2.700 millones de dólares en el 2013.
No es cuestión de capitular, dicen algunos, pero ciertamente, de no hacerse algo en este terreno, el dragón de Asia terminará arrodillando a la industria peliculera del planeta.