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Autor Tema: El miedo a otro frenazo económico mundial sacude a los mercados y atemoriza a  (Leído 63 veces)

Eguzki

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Se necesita recuperación económica fiable. Razón: el mundo. Siete años despuíés del estallido de la crisis financiera, el mundo ansí­a dejar atrás los problemas, pero la realidad se empeña en constatar lo mucho que va a costar -en tiempo y esfuerzo- superarlos. El terremoto sufrido ayer en los mercados financieros internacionales confirmó que todo sigue cogido con alfileres; que las históricas maniobras monetarias de los bancos centrales han inundado el planeta de dinero, pero que ese dinero, más allá de alimentar la subida de los precios en el universo financiero, no ha construido unos cimientos sólidos. Sí­ habí­a servido para nutrir una complacencia excesiva por parte de los inversores, de ahí­ los drásticos cambios de humor -como el visto este miíércoles- cuando se comprueba que el crecimiento se enfrí­a y que la amenaza de la deflación -caí­da general de los precios- cada vez proyecta una sombra más alargada.

Todo ello se conjugó ayer. El optimismo dejó paso al pesimismo; la complacencia, al miedo; la euforia, al pánico. Y todo de golpe. El terreno era el propicio para la detonación. Una vez más, tení­a que ser en octubre, el mes con peor fama bursátil y que este año ya se estaba atravesando. Las dudas de las últimas semanas se caldearon el martes, jornada en la que Alemania rebajó sus previsiones de crecimiento para 2014 -del 1,8 al 1,2%- y para 2015 -del 2 al 1,3%-. Y ayer la acumulación ya acabó con cualquier defensa. China anunció la inflación interanual -1,6%- más baja desde enero de 2010 y Estados Unidos comunicó unas ventas al por menor más díébiles de lo previsto y una desaceleración de la actividad empresarial en Nueva York. Hasta España puso algo de su parte en el drama: las exportaciones de mercancí­as cayeron en agosto un 5,1% con respecto al mismo mes de 2013, el mayor descenso en cinco años

Hasta hace nada, a los inversores no les importaba que las estadí­sticas económicas decepcionaran. Es más, hasta les gustaba, porque eso garantizaba que los bancos centrales seguirí­an bombeando más dinero con el que prolongar las compras de activos financieros. Pero se ve que lo poco gusta y lo mucho cansa. Y ayer se precipitó de nuevo un sálvese quien pueda, incrementado no solo por la incertidumbre económica, sino tambiíén porque se rompieron muchos soportes tíécnicos y saltaron en cadena los stop losses -las órdenes que ponen los inversores para que se activen las ventas en cuanto los precios de los activos caen hasta ellos-, con lo que la retroalimentación del proceso fue automática.

En Europa, los í­ndices bursátiles cayeron entre un 3 y un 5% -en el caso del Ibex 35 español, un 3,6%-, aunque en Grecia las píérdidas superaron incluso el 6%, y en Estados Unidos los descensos rondaron el 2%. Otra muestra del nerviosismo es que el í­ndice VIX, que actúa como termómetro de la volatilidad en EEUU, se disparó hasta los 28 puntos, el nivel más alto desde finales de 2011. Y como recuerdo de otros momentos de la crisis, el dinero buscó refugio en la deuda estadounidense y alemana y salió de la deuda perifíérica.
"Las bolsas estaban en tiempo de descuento. Les tocaba una corrección", afirma el analista financiero Juan Ignacio Crespo. A su juicio, en la última marejada de los mercados, si bien influyen los asuntos relativos al enfriamiento económico o la deflación, conviene destacar un detonante -o excusa- clave: la inminente finalización del tercer programa de expansión cuantitativa (QE3) por parte de la Reserva Federal (Fed), el banco central de EEUU. "La Fed detendrá por completo el QE3 a finales de este mes, y el mercado ya descuenta que el siguiente paso es la subida de los tipos", asegura. Aunque, sobre todo, subraya la secuencia que ha precipitado estos movimientos, protagonizada por la rápida apreciación del dólar -desde mayo se ha apreciado un 10% contra el euro- y su reverso en la caí­da de los precios de las materias primas, con el petróleo a la cabeza.   

Demasiado vulnerable

Más allá de movimientos tan violentos como los vistos ayer, estas reacciones constatan la vulnerabilidad de la situación actual y de una recuperación que el mundo aspira a consolidar, pero a la que le faltan bases convincentes y cabezas tractoras. Ni Estados Unidos, ni China ni- mucho menos- la Eurozona cuentan con capacidad para ello. Con un agravante clave: los progresos registrados hasta la fecha desde el colapso posterior a la quiebra de Lehman Brothers en 2008, que fue el acontecimiento que partió la crisis en dos y le confirió una dimensión histórica, se han basado en las agresivas polí­ticas monetarias de los bancos centrales.

Han situado los bajos tipos de interíés más bajos de lo que nunca han estado en el mundo desarrollado -en todos los casos, cerca del 0% o casi- y han creado billones de euros mediante las compras de diversos activos. Con estas maniobras, han minimizado los daños -el mal menor- y han comprado tiempo para que el sector privado se saneara y redujera su endeudamiento y para que las autoridades acometieran las reformas estructurales precisas. La sensación es que han conseguido lo primero -comprar tiempo-, pero que lo segundo -sanear el sector privado y acometer reformas- continúa incompleto.

El matiz reside en que esas polí­ticas han tenido más impacto en la economí­a financiera que en la real. Han alimentado las subidas en los precios de los activos, parte de las cuales se han trasladado a la economí­a real. Pero ni el consumo, ni la inversión ni la creación de empleo han alcanzado los objetivos previstos por los bancos centrales. Lo evidencia el hecho de que los tipos lleven congelados en el 0-0,25% en EEUU desde finales de 2008 o que el Banco Central Europeo (BCE) haya tenido que rebajarlos en septiembre hasta el 0,05% y aún estíé pensando en cómo enviar más estí­mulos a la economí­a europea. Si el enfermo estuviera sano, no harí­a falta más medicina monetaria. 
Ese matiz se puede convertir en un multiplicador de los problemas en caso de que las caí­das en los parquíés vayan a más. Tras el aviso de ayer, el riesgo está servido. Como el efecto riqueza generado en los mercados se desvanezca sin que la recuperación de la economí­a real haya cuajado, el impacto de la corrección de las bolsas en el consumo, la inversión y el empleo será en esta ocasión mayor de lo que se pudiera temer precisamente porque la escalada de las cotizaciones ha generado más dinero y ha aportado confianza. Por eso, aunque aún es pronto para ponerse en lo peor, no conviene menospreciar lo que ocurre en los mercados o pensar que es algo ajeno. 

Tambiíén cabe otra hipótesis. Si las caí­das no se agravan demasiado y no pasan de ser una corrección sana para depurar los excesos tras varios meses de subidas, el temblor sufrido este miíércoles puede ser el primer sí­ntoma hacia un nuevo escenario. O mejor dicho, hacia un nuevo viejo escenario, en el que los fundamentales económicos y empresariales, y no la mano visible de los bancos centrales, marquen los pasos de los inversores. "Nos debemos acostumbrar en el futuro próximo a que sean los fundamentales los que inspiren al mercado y no tanto que los precios de las bolsas y otros activos de riesgo influyan en las expectativas de los agentes", matiza Josíé Luis Martí­nez Campuzano, estratega de Citi en España.

España no es inmune

En medio de esta marejada, España pudo comprobar ayer que no es inmune en absoluto a estos problemas. Todo lo contrario. Si bien la caí­da del petróleo favorece la factura importadora de nuestro paí­s, algo que resulta positivo, lo cierto es que los datos de exportaciones de agosto representan una advertencia de lo que puede venir si Francia, Alemania e Italia no reactivan sus economí­as.
Como en tantos otros paí­ses, la sensación entre los expertos es que los riesgos que se están manifestando ahora "cogen a España a medio camino, sin que la recuperación se haya afianzado". El sector financiero se encuentra más sano, pero no al completo, y el sector privado aún no se ha desapalancado lo suficiente como para generar una demanda de críédito continuada y solvente, con lo que cuesta asentar la inversión, la creación de empleo y el consumo. Si el consumo exterior -las exportaciones- no contrarrestan la debilidad que aún acompaña al consumo interno, la economí­a volverá a sufrir. Adicionalmente, el sector público es más vulnerable, con una deuda pública que alcanza ya el 100% del Producto Interior Bruto (PIB), con lo que cualquier revíés en la reducción del díéficit o en los mercados de deuda podria alimentar el nerviosismo en torno a la solvencia española en un mercado que vuelve a ver el vaso más medio vací­o que medio lleno. 

"Siempre queda la esperanza de que los polí­ticos muevan ficha y el apoyo de los bancos centrales hasta que la situación se vaya normalizando en el dí­a a dí­a de la economí­a real", sostiene Rafael Romero, director del departamento de inversiones de Unicorp Patrimonio. La esperanza es lo último que se pierde. Pero la crisis tampoco da su brazo a torcer. Tras siete años amenaza con un nuevo frenazo. Para desgracia de la economí­a mundial. Y de la española.