EFE
Paloma Almoguera
Gracias a una faraónica obra de ingeniería, los ciudadanos de Pekín pueden beber agua del Yangstíé desde hace una semana. Pero a mil kilómetros de distancia, los habitantes de los alrededores de la presa de Danjiangkou, el corazón del trasvase, se han convertido en "nómadas" forzosos del controvertido proyecto.
Ming Ruixiang, de 55 años, no recuerda cuántas veces se ha tenido que mudar. En 1966, cuando tenía 7 años, ella y su familia dejaron su hogar, cerca de la antigua ciudad de Junzhou (Hubei, centro), para trasladarse a una nueva localidad, Junxian, al quedar la otra anegada por una obra que entonces no había hecho más que comenzar.
Casi una díécada antes se había empezado a construir en la zona la presa de Danjiangkou, que tomó el nombre de la municipalidad homónima, cumpliendo el deseo de Mao Zedong de que el árido norte del país "prestara" agua del sur, según sugirió el Gran Timonel en la díécada de 1950.
Siguiendo el estilo de los emperadores chinos de considerar que controlar el agua equivale a controlar el país, el ríégimen comunista arrancó un proyecto de 60.000 millones de dólares, el originalmente llamado "Desvío de Agua Sur-Norte", para divertir agua del río Yangtsíé al norte de China.
El proyecto tiene tres rutas, una al oeste, una en el centro y otra al este. La segunda es la que ya ha comenzado a operar con la presa de Danjiangkou como corazón de entrada y salida de canales y túneles por los que el agua fluye sobre todo gracias a la gravedad, sin importantes demandas energíéticas.
Pero sí bajo un gran coste medioambiental y humano, según han denunciado desde hace tiempo organizaciones como Greenpeace. Entre otros, el desplazamiento -reiterado- de las alrededor de 400.000 personas que, como Ming, recuerda esta semana el diario "Oriental Morning Post", viven en las localidades cercanas a la presa.
Si en 1967 fue la construcción del embalse lo que forzó a su familia a hacer las maletas, en 2005 se decidió aumentar la altura del depósito de los 162 metros iniciales a los 176,6 actuales, lo que sumergió más territorios.
Aunque esos dos acontecimientos provocaron las migraciones más masivas, otras circunstancias han forzado a la población a desplazarse en infinitas ocasiones. Por ejemplo, la imposibilidad de continuar practicando la pesca en cautividad, uno de los sectores predominantes de la comarca.
Eso le ocurre a Jiang Decheng, de 45 años, quien continúa en Junxian con sus hijos y su nieto pese a los cortes de electricidad y a que el Gobierno piensa acabar el próximo año con la crianza de pescado, su fuente de ingresos, por el temor de que los nutrientes y otras sustancias que requieren los animales contaminen las aguas.
í‰l y otros vecinos tienden a resistirse a dejar atrás sus viviendas hasta que, en el extremo, ven cómo el agua comienza a inundarlas, debido a la querencia china por morir donde se nace y tambiíén por el temor a no recibir la indemnización prometida por las autoridades.
La cantidad media es que cada damnificado reciba 8.000 yuanes por la vivienda (alrededor de 1.280 dólares), 5.000 yuanes de pensión (unos 800 dólares) y 600 yuanes (poco más de 96 dólares) anuales, aunque habitantes se quejan de que, dos años despuíés de mudarse por última vez, no han recibido todo, recoge el "Oriental Morning Post".
Además de los desplazamientos, Greenpeace denuncia los altos precios que las provincias colindantes han tenido que pagar para garantizar agua limpia para la capital o la mayúscula tala de árboles que acarrea el plan.
"El proyecto es una gran carga para una región que está luchando por sacar adelante su economía", dice Ada Kong, de Greenpeace Asia Oriental, en un comunicado.
Añade que "productos básicos como el agua se han convertido en un lujo (en esa zona). Esto muestra claramente que China está pagando su expansión industrial a expensas del medioambiente".
Una idea muy distinta a la que defiende el Gobierno, cuya agencia oficial, Xinhua, anunciaba el pasado viernes que se trata de "un gran progreso" dentro del proyecto Sur-Norte, sólo equiparable en magnitud al de la presa de las Tres Gargantas, el mayor complejo hidroelíéctrico del mundo, inaugurado en 2003.
No obstante, para un país que tiene el 20 por ciento de la población mundial y que ha perdido más de la mitad de sus ríos en medio siglo (de 50.000 a 23.000) por la explotación de las granjas y las fábricas, entre otros factores, son muchos los escíépticos sobre la eficacia de tamaña empresa.
Algunos expertos recomiendan a las autoridades que se centren en reducir el despilfarro de agua, mejoren su reciclaje y multen a los contaminantes para subsanar el díéficit de suministro en el norte, en vez de embarcarse en proyectos que heredan la esencia dinástica del Gran Canal de China, cuyos primeros tramos concluyeron en el siglo V antes de Cristo.