Por... James A. Dorn
En su nuevo libro Markets over Mao: The Rise of Private Business in China (Los mercados sobre Mao: El auge de la empresa privada en China), Nicholas R. Lardy, uno de los más importantes expertos en China del mundo y un acadíémico titular del Peterson Institute for International Economics, presenta un persuasivo argumento de que fue el mercado, no el Estado, el factor clave en el considerable progreso del país.
En 1978, Pekín empezó a aflojar su control sobre la vida económica y el líder supremo Deng Xiaoping reconoció el fracaso de la planificación central como un modelo de desarrollo.
Hoy China es la segunda economía más grande del mundo, y la gama de opciones disponibles a los consumidores se ha expandido considerablemente en virtud de la liberalización económica y del comercio.
Aún así, los sectores controlados por el Estado de la economía todavía influyen fuertemente, especialmente en servicios, y Pekín continúa reprimiendo las tasas de interíés, anclando el tipo de cambio, imponiendo controles de capitales y subsidiando la energía —distorsionando así los precios de los factores y ocasionando una mala asignación de los recursos. El sistema financiero está dominado por bancos estatales que canalizan fondos hacia ineficientes empresas estatales.
La gran infusión de fondos para contrarrestar la crisis financiera de 2008 ha dejado una pesada carga de deuda. Mientras tanto, el sistema financiero informal ha crecido rápidamente para atender a las empresas pequeñas y medianas en el sector no estatal.
Para abordar estos y otros problemas relacionados, el Tercer Pleno del Comitíé Central No. 18, que se dio en noviembre de 2013, presentó un plan para una mayor liberalización. El premier Li Keqiang ha prometido equilibrar la economía moviíéndose desde un modelo liderado por las inversiones y las exportaciones hacia uno basado en el desarrollo “integral†y un enfoque en la calidad, no solo en la cantidad de la producción. Al eliminar restricciones sobre las tasas de interíés para los depósitos, permitir una mayor libertad al momento de conceder críéditos, dejar que los precios de la energía se igualen con aquellos que prevalecen en los mercados, permitir una mayor flexibilidad en el tipo de cambio y aumentar el rol del sector privado, los líderes chinos esperan fomentar el consumo domíéstico y reducir la dependencia excesiva de las exportaciones y de las inversiones en activos fijos.
El reto del país es hacer crecer al mercado y limitar al Estado. Eso no será fácil dada la falta de un genuino Estado de Derecho, los intereses especiales que respaldan el compadrazgo en la forma de críéditos baratos de bancos estatales, un tipo de cambio administrado que favorece al desarrollo liderado por las exportaciones, subsidios que mantienen vivas a empresas ineficientes, leyes anti-monopolio que protegen industrias consideradas “pilaresâ€, y la politización de las decisiones de inversiones, que son considerablemente influidas por los funcionarios del Partido Comunista.
Aunque Li ha sido partidario de un asignación de los recursos más orientada hacia el mercado, íél ha denominado al objetivo de crecimiento del PIB como un “compromiso legal†—esto más parece un eco de la planificación central que del liberalismo de mercado. El crecimiento de la producción industrial en agosto se desaceleró de donde se ubicó hace un año hasta llegar a 6,9 por ciento, por debajo de la meta oficial de 7,5 por ciento, y siendo este el crecimiento más bajo desde 2008. Si el crecimiento para fin de año cae por debajo del objetivo, lo cual es altamente probable, esta sería la primera vez que eso ocurre desde 1998.
El engreimiento de las empresas estatales cuyas grandes inversiones y bajos retornos están socavando el crecimiento eficiente debe terminar. Expandir el sector no estatal y permitir que haya más competencia re-dirigiría el capital escaso y aumentaría la riqueza en general.
Lo que realmente necesita ser equilibrado en China es la relación entre el Estado y el mercado. El mantra de Hong Kong de “mercado grande, Estado pequeño†es uno que debería repetirse —e implementarse— en el continente. La prosperidad económica es mejor entendida en tíérminos de libertad económica. Las regulaciones y leyes que bloquean el ingreso y que limitan la competencia (tanto domíéstica como extranjera) disminuyen las oportunidades de intercambios mutuamente beneficiosos y disminuyen el avance de la prosperidad dispersa.
Cuando grandes cantidades de recursos son destinados a construir un Wall Street chino en Yujiapu a las fueras de Tianjin, uno se impresiona con lo gigante que es el proyecto pero ignora la realidad de que China carece de la infraestructura institucional para respaldar un verdadero mercado de capitales. La esencia del mercado es primero establecer las instituciones que fundamentan a un mercado libre —esto es, los derechos de propiedad privada, la libertad de contrato, un poder judicial independiente y el Estado de Derecho— y luego dejar que los inversores determinen el tamaño óptimo y la ubicación de las estructuras físicas.
China ha logrado un importante progreso moviíéndose hacia un sistema de mercado, pero todavía queda mucho por hacerse en cuanto a la construcción de su infraestructura institucional. Cuando el Tercer Pleno hizo un llamado a una mayor adherencia a los “principios de mercado, precios de mercado y competencia de mercadoâ€, los liberales de mercado estuvieron contentos. Las empresas privadas y no estatales han sido mucho más productivas que las estatales, tanto en los sectores industriales como en aquellos de servicios. Como señala Lardy, “las empresas estatales deprimen el crecimientoâ€.
Cuando los precios de mercado guían la actividad económica y dirigen los recursos, los consumidores se benefician y las estadísticas del PIB cuentan una historia más certera acerca del rango de opciones que están disponibles a las personas. Las zonas costales donde el sector privado y los mercados predominan han florecido y millones de empleos se han creado. Esa lección no se ha olvidado, como lo evidencia la “Decisión acerca de asuntos relacionados a la profundización integral de las reformas†del Pleno.
Sin embargo, una cosa es que el Comitíé Central publique un documento y otra distinta es que lo implemente. La desaceleración del crecimiento es una oportunidad para profundizar las reformas pero tambiíén es una tentación para que se de una mayor intervención estatal. Hasta ahora, esta tentación ha sido resistida en gran medida, pero el Banco Popular de China está empezando a abrir sus flujos de críédito para satisfacer la obsesión con el crecimiento de los funcionarios locales. Poner a funcionar la imprenta monetaria podrá aliviar momentáneamente una tasa de crecimiento en desaceleración pero podría desatar la inflación y perjudicar todavía más la asignación de los recursos.
Además, China debería haber aprendido de la experiencia estadounidense, donde sostener al mercado inmobiliario e involucrarse en príéstamos que no figuran en los balances generales puede ser algo muy distorsionador cuando la reducción del apalancamiento provoca una crisis en los balances generales.
Los controles administrativos y la asignación de críédito son paliativos. China necesita una verdadera reforma. Liberalizar las tasas de interíés y mejorar la protección legal de los derechos de propiedad le daría a los inversores una señal fuerte de que China realmente quiere equilibrar sus instituciones y su economía.