Por… George A. Selgin
Money: The Unauthorized Biography (Dinero: la biografía no autorizada)
Por Felix Martin
Knopf, $18.92, 336 páginas
Lo que vino despuíés de la peor crisis financiera desde la Gran Depresión fue una oportunidad adecuada para reconsiderar con mente abierta el dinero, el más básico de los instrumentos financieros, encima del cual se balancean el resto de ellos.
Como su subtítulo sugiere, Felix Martin ha intentado un desenmascaramiento, para el cual íél se nos presenta con credenciales formidables —un doctorado en economía de Oxford, dos posiciones en el Banco Mundial, y su actual posición como macroeconomista para Thames River Capital, un administrador de inversiones basado en Londres. El autor además es asistido por su agradable prosa y su ojo para detectar las travesuras realizadas a travíés del dinero.
No le faltan historias quíé contar: acerca de la pequeña broma del dinero cuando se disfrazó de ruedas de piedra en el Pacífico Occidental, su domesticación por los reyes griegos, su secuestro por los hábiles banqueros privados, y finalmente, su gran fiesta desde 2001. Pero en su entusiasmo por revelar verdades que otros no han percibido, Martin acaba exponiendo no tanto los misterios del dinero como su propia incomprensión acerca de su verdadera naturaleza.
De acuerdo al reseñador del periódico The Guardian, este libro dejará a los lectores sintiíéndose tanto “sorpresivamente entretenidos†como “mejor informadosâ€. Yo diría que entretenidos y mal informados.
El autor primero confunde a los lectores al asumir que el dinero siempre ha consistido de un sistema elaborado de notas de promesa de pago en lugar de algo físico. Pero mientras que las sociedades simples puede que hayan rastreado y saldado deudas en distintas formas, entre personas no íntimas, las promesas monetarias de pago siempre han sido promesas de pagar algo en particular, ya sea tabaco, conchas de mar, discos de metal, o papel gravado.
La diferencia entre las promesas monetarias y las cosas prometidas es, evidentemente, aunque a veces esto no es tan claro, la misma que cuando la libra esterlina de Gran Bretaña dejó de referirse a moneda determinada alguna, y cuando los bancos centrales modernos convirtieron sus promesas de que sus billetes serían redimidos por oro en lo que un vicepresidente de la Reserva Federal de Nueva York denominó “papeles de promesa de pagarte nadaâ€.
Pero el hecho de que los billetes emitidos por la Reserva Federal ya no son una promesa de pagar cualquier otra cosa no hace que los billetes sean “un incremento arbitrario en una escala abstracta de valoresâ€. A veces un billete es solamente un billete, y una discusión en tono elevado acerca del valor universalmente aplicable confunde la verdadera naturaleza del intercambio de bienes por dinero. Cuando una tienda me vende un sanduche de jamón en pan de centeno por $4,99, eso no hace que el valor del sanduche sea de $4,99, a nivel universal o de otra forma. Esto solo significa que para el tendero el sanduche vale menos que $4,99, y para mi, más.
El conocimiento de este autor acerca de lo que los economistas han tenido que decir acerca del dinero es aún más inadecuado. Con la frase “Adam Smith y su escuelaâ€, íél mete en el mismo saco a cada pensador desde John Locke hasta Bernard Mandeville y Friedrich Hayek, lanzando al final algunos economistas matemáticos para aderezar el libro. Luego le atribuye a esta masa homogenizada “una visión de la sociedad en la que el valor económico se había vuelto la medida de todoâ€, junto con una ceguera frente a la “inestabilidad de la deuda y de las finanzas†hacia la que esta visión insensible nos conduce.
Si el conocimiento de Martin acerca de la historia intelectual es menos que sólido, su selección de los economistas indicados es totalmente espeluznante. Tiene un cariño por los antiguos espartanos, de quienes íél dice que decidieron sabiamente prescindir del dinero y de todas las “relaciones humanas impersonales e inhumanas que su uso implicabaâ€, y por el revolucionario ruso Vladimir Lenin y sus partidarios, quienes intentaron hacer lo mismo.
Otro híéroe de Martin es el economista escocíés John Law, cuyo “sistema†monetario, implementado en Francia en 1720, fue, según Martin, “ingenioso, innovador y adelantado por siglos a su tiempoâ€. Cerca de tres siglos despuíés, uno está atentado a agregar: El sistema de Law colapsó, de manera catastrófica, en 1721.
La visión prejuiciada que Martin tiene del dinero conduce, de manera natural, a su propuesta de reforma.
Deteniíéndose un poco antes de sugerir otro ensayo de la simpática solución de los espartanos, íél en cambio respalda la vieja idea de hacer que los bancos tengan reservas equivalentes a sus obligaciones de libre disponibilidad. Para estar libres de las crisis financieras, debemos, en otras palabras, deshacernos de la banca a la antigua.
Una mirada más allá de la experiencia limitada de unos pocos países debería ser suficiente para hacer que cualquiera dude ante semejante remedio draconiano. Canadá, por ejemplo, no ha sufrido ni fallas bancarias ni salvatajes bancarios durante la crisis reciente; de hecho ha tenido un ríécord casi libre de interrupciones de estabilidad financiera desde mediados del siglo diecinueve. Escocia desde hace mucho se podía jactar de una experiencia similar, sin un banco central al cual acudir para pedir un rescate y con muy poca regulación bancaria de cualquier tipo, hasta que las leyes de la moneda inglesa fueron impuestas sin mucha consideración en 1845.
Sucede que Adam Smith escribió un recuento elocuente acerca del funcionamiento y las ventajas del alguna vez brillante sistema de reserva fraccional de Escocia, como íél lo presenció durante sus años formativos. Ese relato puede encontrarse en el segundo libro, capítulo dos de La riqueza de las naciones. Pero en lo que a Martin concierne, el relato de Smith, junto con el de muchos otros conocimientos económicos acerca del dinero, estos bien pueden estar entre sus secretos mejor guardados.
Suerte en sus inversiones…