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Autor Tema: El demonio de la envidia  (Leído 534 veces)

Scientia

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El demonio de la envidia
« en: Marzo 27, 2015, 10:19:08 am »
El demonio de la envidia


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La envidia es mil veces más terrible que el hambre,

porque es hambre espiritual.

Miguel de Unamuno

El joven discí­pulo de un filósofo sabio llega a su casa y le dice:

-Maestro, un amigo estuvo hablando de ti con malevolencia…

-¡Espera! -lo interrumpe el filósofo-. ¿Hiciste pasar por las tres rejas lo que vas a contarme?

-¿Las tres rejas? -preguntó su discí­pulo.

-Sí­. La primera es la verdad. ¿Estás seguro de que lo que quieres decirme es absolutamente cierto?

-No. Lo oí­ comentar a unos vecinos.

-Al menos lo habrás hecho pasar por la segunda reja, que es la bondad. Eso que deseas decirme, ¿es bueno para alguien?

-No, en realidad no. Al contrario…

-¡Ah, vaya! La última reja es la necesidad. ¿Es necesario hacerme saber eso que tanto te inquieta?

-A decir verdad, no.

-Entonces… -dijo el sabio sonriendo-, si no es verdad, ni bueno ni necesario, sepultíémoslo en el olvido.

 

Las relaciones humanas serí­an mucho más sanas si antes de hacernos eco de algo lo pasásemos por las rejas de la verdad, de la bondad y de la necesidad. A todos nos cuesta usar estos tres principios ante las habladurí­as pero es que hay personas realmente incapaces de contener sus deseos de crí­tica y de recrí­tica. ¿Quíé hay detrás de todo esto? La oscuridad de la envidia y su terrorí­fica cueva.

La envidia es el virus más letal que conozco, arruina relaciones, anula sensaciones, emociones y personas. Me parece verdaderamente peligrosa simplemente porque todos podemos caer en sus garras, pues está tan extendida que ha alcanzado el nivel de pandemia. Ante este hecho cobra especial relevancia la posibilidad de vacunarnos tanto de sentirla como de sufrirla.

Tras el embrujo de la envidia, las malas lenguas y las habladurí­as se oculta un terrible demonio que no se apiada de nosotros: la falta de autoestima y de amor propio. La mejor arma que tiene la envidia para atacarnos es predisponernos a una comparación desventajosa.

De sobra es sabido que toda comparación es odiosa, entre otras razones porque es una forma de exponernos a la imagen de nuestras frustraciones y que nos las devuelva nuestro espejo en modo lupa. En otras palabras, lo que codiciamos nos destruye porque demoniza la consecución de las aspiraciones que aún no hemos alcanzado sin dejarnos prestar atención a las virtudes que ya son nuestras.

Además, la envidia saca a la luz el lado más oscuro y tenebroso del ser humano, que no es solo la falta de amor a uno mismo, sino que constata una de las verdades más incómodas de la humanidad: la condena al talento y al íéxito ajenos. Es más fácil canalizar la frustración hacia el juicio y la crí­tica que el hecho de reconocer nuestro complejo de inferioridad.

 

interior envidia

 

Es bastante común que nos preguntemos sobre la razón por la que envidia el envidioso pero solemos minusvalorar el lastre que esto supone para el envidiado. El que otros te envidien es un verdadero padecimiento, te aleja de la realidad y te genera desconfianza.

Hay ciertos momentos en los que las personas envidiadas ya no saben quiíénes son sus amigos o sus enemigos, en quiíénes puede confiar e  incluso comienzan a cuestionarse si su íéxito les pertenece o es ingrato como afirman las malas lenguas.  Esto puede incluso fomentar que un sentimiento victorioso se convierta en una cadena constante de inseguridades y penurias.

Estoy segura de que no vamos a conseguir erradicar la envidia pero igual sí­ que podemos atenuarla. De entrada pasemos a nuestros pensamientos y acciones los filtros que hoy hemos conocido (la verdad, la bondad y la necesidad), trabajemos en un sentimiento propio de amor e identidad y generemos una vida interior que nos dificulte interesarnos de forma maliciosa por los íéxitos y fracasos de los demás. Y, desde luego, usemos el foco de luz que genera nuestra envidia para fomentar esos logros que aún tenemos que madurar.

En cuanto a superar el daño que supone el hecho de “ser el envidiado” lo cierto es que requiere de cierta experiencia previa y no podemos empezar la casa por el tejado. Conocemos que hay algunos acontecimientos que suscitarán comparativas y que toda nuestra grandeza es capaz de resaltar las pequeñeces de los demás, tal y como sucede a la inversa.

Así­ es que, sabiendo esto, permitámonos saborear nuestras virtudes de una forma diferente: mostrando a los demás que lo pueden conseguir, para que así­ se entretengan en intentarlo y nosotros en echarles una mano. Porque así­ como la avaricia y la envida nos destruyen, la admiración nos construye.