EL EVANGELIO ESENIO DE LA PAZ 3
Y era en el lecho de un río donde muchos enfermos ayunaban y oraban con los ángeles de Dios durante siete días y siete noches. Y grande fue su recompensa, pues seguían las palabras de Jesús. Y al acabar el síéptimo día todos sus dolores les abandonaron. Y cuando el sol se levantó sobre el horizonte de la tierra, vieron que Jesús venía hacia ellos desde la montaña, con el resplandor del sol naciente alrededor de su cabeza.
"La paz sea con vosotros".
Y ellos no dijeron una palabra, sino que sólo se postraron ante íél y tocaron el borde de su vestidura en agradecimiento por su curación.
"No me deis las gracias a mí, sino a vuestra Madre Terrenal, la cual os envió a sus ángeles sanadores. Id y no pequíéis más, para que nunca volváis a conocer la enfermedad. Y dejad que los ángeles sanadores sean vuestros guardianes"".
Pero ellos le contestaron: "¿Adónde iremos, Maestro? Pues en ti están las palabras de la vida eterna. Dinos cuáles son los pecados que debemos evitar, para que nunca más conozcamos la enfermedad"".
Jesús respondió: "Así sea según vuestra fe", y se sentó entre ellos diciendo:
"Fue dicho a aquellos de los antiguos tiempos: "Honra a tu Padre Celestial y a tu Madre Terrenal y cumple sus mandamientos, para que tus días sean cuantiosos sobre la tierra". Y luego se les dio el siguiente mandamiento: "No matarás", pues Dios da a todos la vida, y lo que Dios ha dado no debe el hombre arrebatarlo. Pues en verdad os digo que de una misma Madre procede cuanto vive sobre la tierra. Por tanto quien mata, mata a su hermano. Y de íél se alejará la Madre Terrenal y le retirará sus pechos vivificadores. Y se apartarán de íél sus ángeles y Satán tendrá su morada en su cuerpo. Y la carne de los animales muertos en su cuerpo se convertirá en su propia tumba. Pues en verdad os digo que quien mata se mata a sí mismo, y quien come la carne de animales muertos come del cuerpo de la muerte. Pues cada gota de su sangre se mezcla con la suya y la envenena; su respiración es un hedor; su carne se llena de forúnculos; sus huesos se convierten en yeso; sus intestinos se llenan de descomposición; sus ojos se llenan de costras; y sus oídos de ceras. Y su muerte será la suya propia. Pues solamente en el servicio de vuestro Padre Celestial son vuestras deudas de siete años perdonadas en siete días. Mientras que Satán no os perdona nada y debíéis pagarle todo. Ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, vida por vida, muerte por muerte. Pues el coste del pecado es la muerte. No matíéis, ni comáis la carne de vuestra inocente presa, no sea que os convirtáis en esclavos de Satán. Pues íése es el camino de los sufrimientos y conduce a la muerte. Sino haced la voluntad de Dios, de modo que sus ángeles os sirvan en el camino de la vida. Obedeced, por tanto, las palabras de Dios: "Mirad, os he dado toda hierba que lleva semilla sobre la faz de toda la tierra, y todo árbol, en el que se halla el fruto de una semilla que dará el árbol. Este será vuestro alimento. Y a todo animal de la tierra, y a toda ave del cielo, y a todo lo que se arrastra sobre la tierra, donde se halle el aliento de la vida, doy toda hierba verde como alimento. Tambiíén la leche de todo lo que se mueve y que vive sobre la tierra será vuestro alimento. Al igual que a ellos les he dado toda hierba verde, así os doy a vosotros su leche. Pero no comeríéis la carne, ni la sangre que la aviva. Y en verdad demandaríé vuestra sangre que brota con fuerza, y vuestra sangre en la que se halla vuestra alma. Demandaríé todos los animales asesinados y las almas de todos los hombres asesinados. Pues yo el Señor tu Dios soy un Dios fuerte y celoso, castigando la iniquidad de los padres sobre sus hijos hasta la tercera y cuarta generación de aquellos quienes me odian, y mostrando misericordia hacia los millares de aquellos que me aman y cumplen mis mandamientos. Ama al Señor tu Dios con todo corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas; íéste es el primer y más grande mandamiento. Y el segundo es según íéste: "Ama a tu prójimo como a ti mismo". No hay mandamiento más grande que íéstos".
Y tras estas palabras todos permanecieron en silencio, excepto uno que voceó: "¿Quíé debo hacer, Maestro, si veo que una bestia salvaje ataca a mi hermano en el bosque? ¿Debo dejar perecer a mi hermano o matar a la bestia salvaje? ¿No transgrediría así la ley?"
Y Jesús le respondió: "Fue dicho a aquellos de los antiguos tiempos: "Todos los animales que se mueven sobre la tierra, todos los peces del mar y todas las aves del cielo, han sido puestos bajo vuestro poder". En verdad os digo que de todas las criaturas que viven sobre la tierra, sólo el hombre creó Dios a su imagen" Por ello, los animales son para el hombre, y no el hombre para los animales. No transgredirás, por tanto, la ley si matas al animal salvaje para salvar a tu hermano. Pues en verdad te digo que el hombre es más que el animal. Pero quien mata al animal sin causa alguna, sin que íéste le ataque, por el deseo de matar, o por su carne, o porque se oculta, o incluso por sus colmillos, malvada es la acción que comete, pues íél mismo se convierte en bestia salvaje. Y Por tanto su fin ha de ser tambiíén como el fin de los animales salvajes".
Y otro dijo entonces: "Moisíés, el más grande de Israel, consintió a nuestros antepasados comer la carne de animales limpios, y sólo prohibió la carne de los animales impuros. ¿Por quíé, entonces, nos prohíbes la carne de todos los animales? ¿Quíé ley viene de Dios, la de Moisíés o la tuya?"
Y Jesús respondió: "Dios dio, a travíés de Moisíés, diez mandamientos a vuestros antepasados. "Estos mandamientos son duros", dijeron vuestros antepasados y no pudieron cumplirlos. Cuando Moisíés vio esto, tuvo compasión de sus gentes y no quiso que se perdiesen. Y les dio entonces diez veces diez mandamientos, menos duros, para que los siguiesen. En verdad os digo que si vuestros antepasados hubiesen sido capaces de seguir los diez mandamientos de Dios, Moisíés no habría tenido nunca necesidad de sus diez veces diez mandamientos. Pues aquel cuyos pies son fuertes como la montaña de Sión, no necesita muletas; mientras que aquel cuyos miembros flaquean, llega más lejos con muletas que sin ellas. Y Moisíés dijo al Señor: "Mi corazón está lleno de tristeza, pues mi pueblo se perderá. Porque no tienen conocimiento, ni son capaces de comprender tus mandamientos. Son como niños pequeños que no pueden entender aún las palabras de su padre. Consiente, Señor, que les díé otras leyes, para que no se pierdan. Si ellos no pueden estar contigo, Señor, que al menos no estíén contra ti; que puedan mantenerse a sí mismos, y cuando haya llegado el momento y estíén maduros para tus palabras, revíélales tus leyes". Por eso rompió Moisíés las dos tablas de piedra donde estaban escritos los diez mandamientos, y les dio en su lugar diez veces diez. Y de estas diez veces diez, los escribas y los fariseos han hecho cien veces diez mandamientos. Y han puesto insoportables cargas sobre vuestros hombros, que ni ellos mismos sobrellevan. Pues cuanto más cercanos a Dios están los mandamientos, menos necesitamos, y cuanto más lejanos se hallan de Dios, más necesitamos entonces. Por eso innumerables son las leves de los fariseos y de los escribas, siete las leyes del Hijo del Hombre, tres las de los ángeles; y una la de Dios.
"Por eso yo solamente os enseño las leyes que podíéis comprender, para que os convirtáis en hombres y sigáis las siete leyes del Hijo del Hombre. Entonces os revelarán tambiíén los ángeles sus leyes, para que el espíritu santo de Dios descienda sobre vosotros y os guíe hacia su ley".
Y todos estaban asombrados de su sabiduría, y le pedían: "Continúa, Maestro, y ensíéñanos todas las leyes que podemos recibir".
Y Jesús continuó: "Dios ordenó a vuestros antepasados: "No matarás". Pero su corazón estaba endurecido y mataron. Entonces, Moisíés deseó que por lo menos no matasen hombres, y les permitió matar a los animales. Y entonces el corazón de vuestros antepasados se endureció más aún, y mataron a hombres y animales por igual. Mas yo os digo: No matíéis ni a hombres ni a animales, ni siquiera el alimento que llevíéis a vuestra boca. Pues si comíéis alimento vivo, íél mismo os vivificará; pero si matáis vuestro alimento, la comida muerta os matará tambiíén. Pues la vida viene sólo de la vida, y de la muerte viene siempre la muerte. Porque todo cuanto mata vuestros alimentos, mata tambiíén a vuestros cuerpos. Y todo cuanto mata vuestros cuerpos tambiíén mata vuestras almas. Y vuestros cuerpos se convierten en lo que son vuestros alimentos, igual que vuestros espíritus se convierten en lo que son vuestros pensamientos. Por tanto, no comáis nada que el fuego, el hielo o el agua haya destruido. Pues los alimentos quemados, helados o descompuestos quemarán, helarán y corromperán tambiíén vuestro cuerpo. No seáis corno el loco agricultor que sembró en su campo semillas cocinadas, heladas y descompuestas y llegó el otoño y sus campos no dieron nada. Y grande fue su aflicción. Sino sed como aquel agricultor que sembró en su campo semilla viva, y cuyo campo dio espigas vivas de trigo, pagándole el cíéntuplo por las semillas que plantó. Pues en verdad os digo, vivid sólo del fuego de la vida, y no preparíéis vuestros alimentos con el fuego de la muerte, que mata vuestros alimentos, vuestros cuerpos y tambiíén vuestras almas." "Maestro ¿dónde se halla el fuego de la vida?", preguntaron algunos de ellos.
"En vosotros, en vuestra sangre y en vuestros cuerpos".
"¿Y el fuego de la muerte", preguntaron otros.
"Es el fuego que arde fuera de vuestro cuerpo, que es más caliente que vuestra sangre. Con ese fuego de muerte cocináis vuestro alimento en vuestros hogares y en vuestros campos. En verdad os digo que el mismo fuego destruye vuestro alimento y vuestros cuerpos como el fuego de la maldad que destroza vuestros pensamientos y destroza vuestros espíritus. Pues vuestro cuerpo es lo que comíéis, y vuestro espíritu es lo que pensáis. No comáis nada, por tanto, que haya matado un fuego más fuerte que el fuego de la vida. Preparad, pues, y comed todas las frutas de los árboles, todas las hierbas de los campos y toda leche de los animales buena para comer. Pues todas estas cosas las ha nutrido y madurado el fuego de la vida, todas son dones de los ángeles de nuestra Madre Terrenal. Mas no comáis nada a lo que sólo el fuego de la muerte haya dado sabor, pues tal es de Satán."
"¿Cómo deberíamos cocer sin fuego el pan nuestro de cada día, Maestro?", preguntaron algunos con desconcierto.
"Dejad que los ángeles de Dios preparen vuestro pan. Humedeced vuestro trigo para que el ángel del agua lo penetre. Ponedlo entonces al aire, para que el ángel del aire lo abrace tambiíén. Y dejadlo de la mañana a la tarde bajo el sol, para que el ángel de la luz del sol descienda sobre íél. Y la bendición de los tres ángeles hará pronto que el germen de la vida brote en vuestro trigo. Moled entonces vuestro grano y haced finas obleas, como hicieron vuestros antepasados cuando partieron de Egipto, la morada de la esclavitud. Ponedlas de nuevo bajo el sol en cuanto aparezca y, cuando se halle en lo más alto de los cielos, dadles la vuelta para que el ángel de la luz del sol las abrace tambiíén por el otro lado, y dejadlas así hasta que el sol se ponga. Pues los ángeles del agua, del aire y de la luz del sol alimentaron y maduraron el trigo en el campo, y ellos deben igualmente preparar tambiíén vuestro pan. Y el mismo sol que, con el fuego de la vida, hizo que el trigo creciese y madurase, debe cocer vuestro pan con el mismo fuego. Pues el fuego del sol da vida al trigo, al pan y al cuerpo. Pero el fuego de la muerte mata el trigo, y el pan y el cuerpo. Y los ángeles vivos del Dios Vivo solamente sirven a los hombres vivos. Pues dios es el Dios de lo vivo y no el Dios de lo muerto.
"Comed, pues, siempre de la mesa de Dios: los frutos de los árboles, el grano y las hierbas del campo, la leche de los animales, y la miel de las abejas. Pues todo más allá de esto es de Satán y por los caminos del pecado y la enfermedad conduce hacia la muerte. Mientras que los alimentos que comíéis de la abundante mesa de Dios dan fortaleza y juventud a vuestro cuerpo, y nunca conoceríéis la enfermedad. Pues la mesa de Dios alimentó a Matusalíén, el viejo, y en verdad os digo que si vivís igual como íél vivió, tambiíén el Dios de lo vivo os dará una larga vida sobre la tierra como la suya.