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Autor Tema: ¿Quieres invertir en Cuba? í‰l serí­a tu socio, es el yerno de Raíºl Castro...  (Leído 316 veces)

OCIN

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Es presidente del mayor imperio empresarial de Cuba. Es quien da el visto bueno a la mayorí­a de las inversiones extranjeras y probablemente será el que decida quíé compañí­as conseguirán los mejores negocios en la isla. Es el yerno de Raúl Castro.

Omar Everleny Píérez está ansioso por mostrar cuánto avanzó la reforma de la economí­a socialista de Cuba en manos de Raúl Castro, y por eso, en una tarde húmeda de agosto, el economista de 54 años me invita a su casa del barrio de Marianao en La Habana. Sobre su escritorio atiborrado de papeles, los estantes están combados por el peso de los libros y las monografí­as de economí­a. Una docena de ellos han sido escritos por Píérez.

“Mira esto”, dice, señalando la pantalla de su ruidosa PC de escritorio negra. Cliquea un archivo y aparecen escenas del puerto de La Habana en la era colonial. Una narradora de voz calma describe un plan de gobierno de catorce partes para reemplazar los muelles llenos de arena por terminales para cruceros, restaurantes y hoteles, todo financiado por inversores extranjeros. Unos almacenes ruinosos se transforman digitalmente en apartamentos de lujo, comercios, oficinas y puertos deportivos llenos de yates. Pequeñas personas virtuales trotan y andan en bicicleta por zonas verdes donde ahora se levanta una refinerí­a de petróleo, y un ferry se desliza dentro de una moderna terminal de vidrio y acero.

“Es algo visionario lo que quieren hacer, si lo piensas”, señala Píérez, profesor de la Universidad de La Habana e investigador del influyente Centro de Estudios de la Economí­a Cubana.

Más tarde, a pocos pasos del puerto de La Habana Vieja, veo el redesarrollo de la ciudad en marcha. Cerca de El Floridita, donde Ernest Hemingway tomaba daiquiris, el gigantesco edificio Manzana de Gómez se está transformando en un hotel cinco estrellas. Elegantes boutiques venden perfumes y estíéreos. Dentro de un viejo depósito hay una microcervecerí­a repleta de personas que beben lager elaborada en grandes tanques de acero importados de Austria.

Lo que no resulta evidente a primera vista a una persona que diera un paseo en una cálida noche caribeña es que todo esto –y cualquier otra cosa que díé dinero en La Habana Vieja y gran parte del resto del paí­s- es dirigido por un hombre poco conocido fuera de los opacos cí­rculos del ríégimen autoritario de Cuba. Este discreto general de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Cuba pasó su vida cerca de la íélite comunista al servicio de la revolución de Fidel Castro.

Sin embargo, es presidente del mayor imperio empresarial de Cuba, un conglomerado formado por al menos 57 compañí­as que pertenecen a las Fuerzas Armadas Revolucionarias y operan bajo un rí­gido conjunto de referencias financieras desarrolladas a lo largo de las díécadas. Es un elemento decididamente capitalista instalado en lo más profundo de la Cuba socialista.

Se trata de Luis Alberto Rodrí­guez. Desde hace casi tres díécadas, Rodrí­guez trabaja directamente con Raúl Castro. Es quien da el visto bueno a la mayorí­a de los inversores extranjeros, exigiíéndoles que hagan negocios con su organización si quieren empezar a operar en la isla. Si Estados Unidos finalmente levanta el embargo que desde hace medio siglo pesa sobre Cuba, será este hombre el que decida quíé inversores conseguirán los mejores negocios.

Rodrí­guez no tiene a Castro sólo como jefe de toda la vida. Tambiíén forma parte de su familia. Hace más de veinte años, Rodrí­guez, un hombre fornido de mandí­bula cuadrada, hijo de un general, se casó con Deborah Castro, hija de Raúl. En los últimos cinco años, Castro hizo crecer enormemente el imperio empresarial de Rodrí­guez, convirtiíéndolo en uno de los hombres más poderosos de Cuba. La vida de Rodrí­guez está envuelta en el misterio. Rara vez se lo ha fotografiado o citado en los medios y no se conoce públicamente su edad. (Se cree que tiene 55 años.) Rodrí­guez y los demás funcionarios de gobierno cubanos que se mencionan en esta nota rechazaron múltiples pedidos de efectuar declaraciones.

En un paí­s donde al capitalismo se lo trató como una fuerza enemiga subversiva durante medio siglo, Raúl Castro está abriendo cautelosamente la isla a la empresa privada desde que sucedió a Fidel como presidente del paí­s en 2006. La vida diaria cambió para mucha gente. Ahora están autorizados 201 tipos de empresas privadas, conocidas como cuenta propistas (los restaurantes y los bed-and-breakfast son las principales categorí­as). Dan empleo a un millón de personas, o un quinto de la población activa de Cuba, según Píérez y otros economistas.

Raúl Castro legalizó la venta de viviendas y autos, eliminó las restricciones a los viajes y permitió la actividad agropecuaria privada y las cooperativas. Para los cubanos ahora es legal alojarse en hoteles, y 2,6 millones de personas tienen telíéfonos celulares, mientras que esa cifra era de cero hace una díécada.

Pero Castro mantiene estas industrias de altos ingresos en manos del Estado y gran parte de ellas es administrada por su yerno. (O ex yerno; hay rumores, difí­ciles de confirmar, de que Rodrí­guez y Deborah Castro se han divorciado). El Grupo de Administración Empresarial de Rodrí­guez reúne a compañí­as que representan alrededor de la mitad de los ingresos empresariales generados en Cuba, sostiene Píérez. Otros economistas opinan que ese porcentaje es más cercano al 80 por ciento.

La sociedad GAESA, como se llama al conglomerado, es dueña de casi todas las cadenas minoristas de Cuba y de 57 de los hoteles que, desde La Habana a las mejores playas caribeñas del paí­s, en general tienen administración extranjera. GAESA posee cadenas de restaurantes y gasolineras, flotas de autos de alquiler y compañí­as que importan todo tipo de productos, de aceite de cocina a equipos telefónicos. Rodrí­guez tambiíén está a cargo de la base cubana más importante para el comercio mundial y la inversión extranjera: una nueva terminal de buques portacontenedores y una zona de comercio exterior de 465 kilómetros cuadrados (180 millas cuadradas) en Mariel.


Los cubanos hablan constantemente sobre los cambios que ven. Pero, a la mayorí­a de las personas, las reformas de Castro no les han aportado lo más básico: un salario digno. Los salarios promedian sólo 584 pesos, o alrededor de 24 dólares mensuales, muestran las cifras del gobierno. Eso es lo que cuestan 2 kilos (4.4 libras) de pechugas de pollo, un par de sacos de arroz y habas y cuatro rollos de papel higiíénico en uno de los supermercados Panamericana de GAESA. Los costos son siderales para la mayorí­a de la gente porque gana en pesos cubanos pero todo lo que tiene que comprar está en una moneda paralela ligada al dólar llamada pesos cubanos convertibles, o CUCs.

Una ventosa mañana de sábado, me dirijo al barrio de La Timba por un laberinto de calles bordeadas de casuchas de techo de zinc y pilas de residuos en descomposición. Todo está al alcance de la vista de los grandes monumentos de inspiración soviíética de la Plaza de la Revolución, donde Fidel Castro solí­a hablar durante interminables horas y Raúl Castro tiene sus oficinas.

Dayanis Cabrera, de 38 años, me invita a entrar a su casa: tres habitaciones construidas con bloques de toba agrietados y tablas medio podridas. El intenso sol de la mañana perfora la oscuridad por los espacios que dejan las chapas de zinc del techo. Su anciano padre, que padece cáncer, yace en un colchón sin sábanas en el pequeño dormitorio que está a la izquierda. Cabrera hojea su pequeña libreta de racionamiento de alimentos de 22 páginas, que enumera los productos básicos que todo cubano puede comprar por casi nada en los depósitos de alimentos del gobierno.

“Nadie puede vivir con esto”, dice, sentada en la cocina, donde una gastada cortina hace las veces de puerta. Las raciones de su familia son un cuarto kilo de pollo, diez huevos, un paquete de espaguetis, medio kilo de porotos negros y un cuarto litro de aceite de cocina por persona por mes. La escasez de alimentos es poco frecuente pero el precio de la mayorí­a de las cosas simplemente es prohibitivo. “Sólo espero que todos estos cambios traigan un salario digno”, dice Cabrera, sacudiendo la cabeza.

Mientras hablamos, carga una bandeja de metal de maní­ que ha tostado sobre la cocina a gas. Lo llevará por el barrio para tratar de venderlo en la calle.

La mayorí­a de los cubanos tienen que hacer economí­as y trabajar muy duro para ganarse la vida. Casi todas las personas que conocí­ en La Habana tienen más de un empleo haciendo pequeños trabajos ocasionales o incluso robando para compensar su píésimo salario. El padre de un amigo vende cigarros Cohiba robados de la fábrica donde trabaja. Un joven ingeniero pasea a los turistas en el Lada de su madre para complementar su salario mensual de 19.59 dólares como profesor universitario.

Nadie puede vivir con esto. Sólo espero que todos estos cambios traigan un salario digno

Desde el 17 de diciembre, cuando Castro y el presidente Barack Obama anunciaron sus planes de normalizar las relaciones entre Estados Unidos y Cuba, todo el paí­s habla de la posibilidad de ganar dinero. En todas partes, uno oye a los cubanos hablar entusiasmados por el inminente fin del embargo estadounidense que perjudica al paí­s desde hace medio siglo.

El 14 de agosto, voy a la embajada de los Estados Unidos ubicada en el Malecón para mirar cómo el secretario de Estado John Kerry ordena a una guardia de honor de marines izar la bandera estadounidense por primera vez en 54 años. Me rodean miles de cubanos que aplauden y gritan. Algunos lloran, agitando banderas estadounidenses hechas por ellos mismos. Digmari Reyes, una joven de 27 años que trabaja en una empresa financiera perteneciente a GAESA, luego se detiene allí­ con una amplia sonrisa en el rostro. Habí­a esperado tres horas bajo el calor abrasador para ver subir la bandera. “Esto tiene que traer algo bueno, algo de prosperidad para la gran mayorí­a de los que no ganamos lo suficiente para llevar una vida digna”, dice Reyes, mientras la gente pasa a su lado para tomar selfies con la bandera de la embajada de fondo.

Me reúno con Alcibí­ades Hidalgo, un hombre elocuente de 70 años que pasó díécadas trabajando en los medios estatales cubanos y en puestos de gobierno, en un restaurante italiano de Doral, un próspero barrio latino de Miami. Es parte de una red de desertores cubanos y autodenominados exiliados que se dedican a una industria artesanal particular, la de pronosticar el siguiente paso de Raúl Castro. Hidalgo quiere explicar su perspectiva sobre cómo planeó Castro los cambios que está viviendo Cuba en este momento.

En abril de 1981, Castro llamó a Hidalgo, entonces un joven diplomático, a su amplio despacho del cuarto piso del comando de las Fuerzas Armadas Revolucionarias. Le ordenó que se sumara a un puñado de poderosos asesores que, entre otras cosas, iban a reformar la economí­a. A diferencia de su impulsivo y autocrático hermano, Castro siempre fue un comandante conciliador y metódico que preferí­a el cambio cuando era gradual, bien planificado y, sobre todo, eficiente.

Ordenó a sus asesores que recorrieran el mundo en busca de polí­ticas económicas interesantes que pudieran adaptarse a Cuba. “Raúl siempre quiso estudiar los experimentos económicos y aplicarlos al modelo económico”, sostiene Hidalgo.

Esto tiene que traer algo bueno, algo de prosperidad para la gran mayorí­a de los que no ganamos lo suficiente para llevar una vida digna

Uno de los asesores más poderosos de todos ellos era el general Julio Casas, contador de banco devenido comandante guerrillero que peleó bajo las órdenes de Castro durante la revolución. En las reuniones, Castro alababa a Casas por su tacañerí­a, que aplicaba al control de gastos y a mejorar la eficiencia de las misiones que se le asignaban. Castro puso a Casas a trabajar en la organización de lo que se convertirí­a en GAESA. El principal asistente de Casas era Rodrí­guez, que en las reuniones con Castro se sentaba en silencio cerca de Casas y sólo hablaba cuando le dirigí­an la palabra, recuerda Hidalgo.

Casas construyó GAESA arrancándoles ingresos a las propiedades y activos militares. Los soldados sembraban cultivos en las zonas de las bases que estaban en barbecho. Las brigadas de trabajo edificaron hoteles turí­sticos. Los aviones militares fueron adaptados para efectuar vuelos de cabotaje de pasajeros para la aerolí­nea civil ad hoc de GAESA, Aerogaviota. Con la ayuda de Rodrí­guez, Casas tambiíén contribuyó a desarrollar un proceso de benchmarking para las empresas estatales llamado Sistema de Perfeccionamiento Empresarial. “Bajo el mando de Raúl, las fuerzas armadas tení­an una economí­a paralela propia”, recuerda Hidalgo.

Conforme Casas creaba nuevas empresas, poní­a a Rodrí­guez como director. “Luis Alberto no era muy sofisticado”, dice Hidalgo, que ascendió hasta convertirse en jefe del despacho polí­tico de Castro. (En 2002, Hidalgo huyó de noche de Cuba en una lancha rumbo a Miami, despuíés de haber sido dejado de lado y luego incluido en una lista negra durante casi una díécada, en una de las purgas polí­ticas del ríégimen). “Pero era un gerente eficiente que era frí­o y calculador en su búsqueda de poder”.

Con la caí­da de la Unión Soviíética en 1991, Cuba perdió a su mecenas económico y el paí­s sufrió cuatro años de una terrible contracción conocida como el Perí­odo Especial. Los cubanos soportaron escasez de alimentos y medicamentos. Desapareció el empleo. La industria azucarera, que habí­a abastecido durante mucho tiempo a los soviíéticos a precios inflados, se desmoronó. El 1993, el producto interno bruto de Cuba se contrajo 14.9 por ciento, según el Banco Mundial.


Fidel Castro reaccionó con planes para atraer capital extranjero a Cuba. Legalizó la posesión de moneda dura. Permitió que los habitantes crearan docenas de tipos de empresas privadas, incluidos los restaurantes familiares.

Los grandes cambios tambiíén alcanzaron a GAESA. Su rama turí­stica, Grupo de Turismo Gaviota, firmó acuerdos con las cadenas internacionales, principalmente con las españolas Meliá Hotels International e Iberostar Hotels Resorts, para construir y administrar hoteles y centros turí­sticos en Varadero, una extensión de 20 kilómetros de playas de arena blanca ubicada dos horas al este de La Habana en auto.

Para fines de los 90, los Castro habí­an encontrado un salvador en Hugo Chávez, el carismático paracaidista que fue elegido presidente de Venezuela por sus promesas de imitar el socialismo de estilo cubano. Rápidamente inundó Cuba de petróleo gratuito –hasta 115 mil barriles diarios. Cuba tambiíén firmó acuerdos creativos y redituables con otros lí­deres de izquierda como Luiz Inácio Lula da Silva de Brasil para enviar decenas de miles de míédicos a trabajar al extranjero. Conforme a los tíérminos de esos acuerdos, muchos de los cuales siguen en vigencia, el gobierno cubano se quedaba hasta con el 90 por ciento de los salarios de esos míédicos.

Despuíés de que Chávez murió de cáncer en marzo de 2013, Venezuela cayó en una crisis económica. El paí­s redujo los enví­os de petróleo a Cuba –algunos calculan que en un tercio o más. Cuba otra vez necesitaba dinero.

“Raúl Castro tiene que abrir Cuba al mundo, al mundo capitalista de libre mercado. No tiene otra opción”, asegura Emilio Morales, ex ejecutivo de estudios de mercado de Cimex, un gran conglomerado luego integrado a GAESA. Morales tambiíén vive ahora en Miami, donde dirige The Havana Consulting Group. Ha elaborado una base de datos sin paralelo de miles de nuevas empresas privadas cubanas.

Raúl Castro tiene que abrir Cuba al mundo, al mundo capitalista de libre mercado. No tiene otra opción

Morales abre su laptop para mostrarme su análisis de la nueva economí­a cubana. De acuerdo con su investigación, la gente hizo 650 mil viajes de los Estados Unidos a Cuba el año pasado, aprovechando la flexibilización de las restricciones por parte de Obama y Castro. “Mira esto”, dice, señalando una encuesta de 2013 a personas que viajaron a Cuba. “Llevaron 3 mil 500 millones de bienes en sus maletas”. Y los cubano-americanos enviaron 3 mil 100 millones a sus familiares en Cuba. “El impacto es enorme”.

Muchas cosas han cambiado en Cuba pero otras tantas, no. Sólo en agosto, el mes en que se izó la bandera en la embajada estadounidense, las fuerzas de seguridad efectuaron 913 detenciones por motivos polí­ticos, según el Observatorio Cubano de Derechos Humanos. El gobierno de Castro reprime el disenso, hostiga a los periodistas independientes y a los activistas y restringe el acceso a Internet de la amplia mayorí­a de los cubanos, dice Human Rights Watch.

Los hombres de negocios no son inmunes. Sarkis Yacoubian, un canadiense de 55 años, vivió dos díécadas en Cuba, donde organizó una compañí­a llamada Tri-Star Caribbean. Vendí­a autos, camiones y equipos industriales, sobre todo a compañí­as de GAESA. El 13 de julio de 2011, tropas armadas de seguridad interior –la policí­a secreta de Cuba- irrumpieron en la oficina de Yacoubian. Estuvo detenido durante más de dos años mientras los interrogadores policiales lo acusaban de evasión fiscal, corrupción y finalmente espionaje.

Los investigadores parecí­an creer, dice Yacoubian, que los BMW que un ejecutivo de GAESA mostró interíés en comprar contení­an tecnologí­a que permitirí­a a los enemigos de Cuba rastrear a Raúl Castro. Yacoubian negó todos los cargos; dice que no le dieron ni el tiempo ni los recursos para preparar una defensa adecuada. Los funcionarios y los documentos del gobierno llegaron a la conclusión de que Tri-Star y Yacoubian no le debí­an impuestos a Cuba, muestran los registros judiciales. Sin embargo, tras un juicio de dos dí­as en mayo de 2013, un tribunal de La Habana sentenció a Yacoubian a nueve años de cárcel y una multa de 7.5 millones de dólares por cargos de soborno, evasión fiscal y daño económico a Cuba.

Pero en febrero de 2014, Yacoubian repentinamente fue puesto en libertad sin mediar explicación y subido a un avión con destino a Canadá. El Ministerio de Justicia de Cuba expropió los activos de Tri-Star Caribbean, valuados en 20 millones de dólares. La mayor parte de ellos fueron absorbidos por Almacenes Universales, compañí­a de GAESA, y otras empresas con las que Yacoubian hací­a negocios. “Me quitaron todo”, dice Yacoubian, que ahora es asesor en asuntos comerciales cubanos. “Era totalmente inocente”.

Me quitaron todo. Era totalmente inocente.


Cuba es un lugar a la vez congelado en el tiempo y que avanza rápidamente hacia un futuro en el que la empresa privada será más importante. Grandes sectores de La Habana han tenido pocos cambios desde 1959, cuando los barbados combatientes guerrilleros de Fidel Castro marcharon sobre la ciudad. Las calles en gran medida están libres de letreros y anuncios.

Hay autos estadounidenses antiguos por todas partes. En cuanto al futuro que se avecina velozmente, hay clubes de jazz afrocubano, ostentosos restaurantes privados y hoteles boutique. Más revelador aún es que en las esquinas, en las pocas zonas Wi-Fi patrocinadas por el gobierno y minuciosamente controladas, cientos de cubanos, sentados o de pie, pasan el dí­a bajo el sol tropical con sus telíéfonos, tablets y laptops, ansiosos por aprovechar la que para muchos es la primera posibilidad de conectarse.

Lo sorprendente de todo esto es que Raúl Castro ha logrado convencer a los más acíérrimos seguidores de la revolución socialista cubana de apoyar estos cambios capitalistas. Tras suceder a su hermano como jefe de Estado, Castro planteó una serie de propuestas de reforma ante un poderoso organismo que íél preside, el Consejo de Estado.

Miguel Barnet, famoso antropólogo, autor, poeta y traductor cubano que forma parte del consejo, dice que no es economista pero que estaba convencido de que Cuba debí­a adherir a la visión de Castro. “Tenemos que desarrollarnos y estos cambios nos ayudarán a hacerlo sin sacrificar la revolución”, sostiene Barnet, de 75 años, que en la conversación alterna entre el español y un inglíés americano casi perfecto, que pulió en Nueva York, donde pasó varios meses despuíés de ganar una Beca Guggenheim en 1983.

Los miembros del consejo debatieron y moldearon las propuestas de Castro de manera interminable. En abril de 2011, el Sexto Congreso del Partido Comunista Cubano aprobó los 313 Lineamientos de la Polí­tica Económica y Social del Partido y la Revolución.

 
 
Cuba

A comienzos de 2013, Marino Murillo, conocido como el zar de la reforma económica de Castro, convocó a veinte de los principales cerebros económicos de Cuba a su oficina de la Plaza de la Revolución. Eran jefes de departamento en las universidades y directivos de think tanks y fundaciones. Entre ellos, estaba Píérez. Murillo, general famoso por su manera franca y directa de hablar, no se anduvo con rodeos. Les dijo que utilizaran sus conocimientos para convertir los lineamientos en polí­ticas que reformularan la economí­a cubana.

Murillo ordenó a un grupo, en el que estaba Píérez, que presentara propuestas para reformar la ley cubana de inversiones extranjeras de 1995. Debí­an resumirla en menos de 32 páginas, siguiendo un estricto formato similar a PowerPoint que usaban los militares cubanos. Píérez y otros seis economistas estudiaron las leyes de inversiones extranjeras de todo el mundo en desarrollo. Seis meses despuíés, presentaron su propuesta a un panel de comandantes militares, funcionarios del gobierno y economistas. Los cambios que proponí­an incluí­an permitir que las compañí­as extranjeras poseyeran el 100 por ciento de sus emprendimientos en Cuba –y no el 49 por ciento como hasta entonces- y darles un perí­odo de gracia de ocho años antes de pagar impuestos.

“Hicieron un montón de preguntas difí­ciles. Hubo mucha reflexión para tratar de cuadrarla a su ideologí­a”, dice Píérez. La Asamblea Nacional del Poder Popular, la rama legislativa de Cuba, aprobó la nueva ley en marzo de 2014. “Al final, aceptaron el 80 por ciento de lo que proponí­amos”, explica Píérez.

Para entonces, Raúl Castro ya habí­a colocado a las empresas estatales más rentables bajo la íégida de GAESA y Luis Alberto Rodrí­guez. La compañí­a más importante incorporada a GAESA fue Cimex, que durante tres díécadas habí­a estado dirigida por comandantes militares leales a Fidel Castro. Al agregar las compañí­as de Cimex, GAESA aumentó sus dimensiones a más del doble. Más recientemente, a Rodrí­guez le dieron luz verde para hacerse cargo de Habaguanex, la empresa estatal que es dueña de las mejores propiedades comerciales de La Habana Vieja, que incluyen 37 restaurantes y 21 hoteles.

Rodrí­guez rara vez trata con los clientes. Aparentemente prefiere delegar la tarea en los gerentes que administran el conjunto de las compañí­as de GAESA. Una mañana, Mohamed Fazwi, que dirige en Cuba las instalaciones de Blue Diamond Resorts, cadena de hoteles con sede en Barbados, se reúne conmigo para tomar cafíé en Memories Miramar Havana, ubicado en medio de un grupo de esplíéndidas mansiones art decó y neoclásicas. Fazwi está muy ocupado desde 2011, cuando Blue Diamond firmó su primer contrato hotelero en Cuba.

Los ejecutivos con los que tratamos son muy entendidos y activos. Saben lo que quieren y son muy buenos negociadores. Son muy hábiles”.


La empresa ahora administra catorce hoteles en toda Cuba, con más de 8 mil 600 habitaciones, cantidad que sólo supera el grupo Meliá. Muchos de los contratos de Blue Diamond se celebraron con Gaviota de GAESA, la mayor empresa hotelera estatal. “Los ejecutivos con los que tratamos son muy entendidos y activos. Saben lo que quieren y son muy buenos negociadores”, dice Fazwi, un hombre de 43 años de origen español-palestino que se mudó a Cuba en 2008. “Son muy hábiles”.

Al parecer, Rodrí­guez participaba más activamente en Mariel, donde se le encargó la construcción de un megapuerto de mil millones de dólares y la zona de libre comercio aledaña. Mientras la enorme terminal portuaria se levantaba sobre una base aíérea estadounidense abandonada junto al viejo puerto de Mariel, donde Fidel Castro permitió que 125 mil personas huyeran a los Estados Unidos en 1980, Rodrí­guez se reuní­a periódicamente con sus ingenieros para recibir informes sobre el avance de las obras. A Rodrí­guez le gustaba más escuchar que hablar, según personas que tuvieron trato con íél durante esas reuniones. Pero cuando hablaba, era conciso, preciso y clarí­simo.
El gobierno veí­a el puerto y la zona especial circundante como la puerta de entrada a una nueva economí­a para Cuba, explicó Rodrí­guez. Garantizarí­a una ola de comercio internacional, fábricas y crecimiento económico.

El 27 de enero de 2014, el puerto estuvo listo y los dignatarios tomaron asiento bajo un sol brillante para la ceremonia de inauguración. Sobre el estrado se encontraban Castro, el presidente de Venezuela Nicolás Maduro y la presidenta de Brasil Dilma Rousseff. El puerto, un conjunto de más de una docena de grandes grúas, un muelle de 700 metros para recibir a los portacontenedores más grandes del mundo, una autopista y una lí­nea fíérrea a La Habana habí­an sido construidos por la constructora más poderosa de Brasil, Odebrecht SA. La obra fue financiada a tasas subsidiadas por el banco de desarrollo estatal de Brasil conforme a un acuerdo negociado directamente entre Castro y Lula, el ex presidente brasileño.

Sonriente, Rousseff se acercó al podio e inició su discurso con la acostumbrada enumeración de los dignatarios presentes. Agradeció a Castro y, sin nombrarlos, a ministros cubanos, ejecutivos extranjeros y lí­deres. Y justo antes de comenzar su breve alocución, le dio las gracias a una persona más, a la que mencionó por su nombre: el presidente de GAESA, Luis Alberto Rodrí­guez.


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