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Autor Tema: Desafí­os de la Economí­a Mundial...  (Leído 69 veces)

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Desafí­os de la Economí­a Mundial...
« en: Octubre 14, 2015, 11:40:44 am »
(por Juan Mendoza)



Un largo vuelo entre Sao Paulo y Nueva York es una buena ocasión para reflexionar sobre los desafí­os que enfrenta la economí­a mundial. Ayuda, tambiíén, a la propiedad de esta reflexión, que acaba de terminar en Lima la reunión anual de los gobernadores del Fondo Monetario y del Banco Mundial con una prognosis más bien negativa sobre el crecimiento del globo.

Aunque discutiríé los desafí­os de corto plazo, mi íénfasis estará en los de largo plazo. La severidad de la crisis internacional hizo, con razón, que el foco de nuestra atención estuviera en el corto plazo. Creo que ya es momento de mirar a la economí­a lejos de la urgencia de la coyuntura. Defino un desafí­o de largo plazo como aquel que es razonable esperar continúe siíéndolo en una díécada o más. En la mayorí­a de los casos, la distinción entre desafí­os de corto y largo plazo es cristalina. Pero, en algunos otros, hay lugar para el disenso y la discusión.



El primer desafí­o de la economí­a mundial es que la tasa real de interíés es negativa o cercana a cero en vastas regiones del globo. En efecto, la tasa real de interíés es negativa en el mundo desarrollado, y es apenas positiva en la mayorí­a de las economí­as emergentes. El nivel de la tasa de interíés de hoy es el resultado, en parte, de la polí­tica monetaria expansiva puesta en práctica para enfrentar la crisis financiera. Sin embargo, la tasa real baja es tambiíén consecuencia de caí­das seculares en la inversión acompañadas de aumentos tendenciales en el ahorro, que ya vení­an ocurriendo antes del estallido de la crisis financiera.

El problema central de que la tasa real de interíés sea baja es que aumenta la probabilidad de una nueva crisis financiera global. Ello ocurre por varias razones. En primer lugar, cuanto menor es la tasa real de interíés mayor es la tendencia a la formación de burbujas en los precios de los activos. Una dolorosa constatación de esta relación fue, por supuesto, la burbuja inmobiliaria de la díécada pasada, la misma que tuvo lugar en un contexto de tasas reales de interíés bajas en los Estados Unidos y en Europa. En segundo lugar, la intermediación financiera tiene escaso incentivo a ser eficiente cuando la tasa de interíés es baja porque el costo de fondeo de los bancos es esencialmente nulo. En tercer lugar, la tasa real baja estimula el incremento de la deuda. De hecho, lejos de estimular de forma significativa la inversión real, la expansión monetaria en que nos encontramos desde el 2008 ha generado un crecimiento de deuda improductiva dirigida a la compra de instrumentos financieros.  Considero, por ello, que la Reserva Federal está jugando con fuego al demorar el inicio del alza en la tasa de polí­tica monetaria. Por supuesto, un desafí­o relacionado es si los bancos centrales van a poder recomponer sus hojas de balance, llenas de activos de dudosa calidad, en el proceso de normalización de la polí­tica monetaria.

No está claro, más allá de los factores monetarios, cuanto tiempo viviremos en un mundo de tasas reales de interíés tan bajas. Para algunos, como Larry Summers, el mundo ha entrado en una etapa de “estancamiento secular” debido a la ausencia de demanda. En particular, según Summers, la falta de dinámica en la inversión unida a la alta propensión a ahorrar, hace improbable que la economí­a mundial retome la senda de crecimiento observada en la díécada de 1990. La hipótesis alternativa es, por supuesto, la de Ken Rogoff y Carmen Reinhart, quienes presentan evidencia que sugiere que las crisis financieras tienen una duración de hasta una díécada. El futuro nos dirá cuál de las dos hipótesis es consistente con los datos.

El segundo desafí­o para la economí­a mundial es que la libertad económica está en retroceso en la mayorí­a de los paí­ses. Esta es una tendencia de largo plazo. Tiene ya díécadas de duración en Europa y es, en mi parecer, la razón de fondo de por quíé el Viejo Continente no ha podido cerrar la diferencia en el ingreso per cápita en comparación a los Estados Unidos. Pero la libertad económica tambiíén está en retroceso en los Estados Unidos desde inicios de la díécada pasada y, con mayor velocidad, durante la administración de Obama. Así­, por ejemplo, la reciente reforma de salud de Obama, que va en el camino de la provisión pública de salud universal, será un lastre para la eficiencia económica en Amíérica del Norte. Asimismo, el menor crecimiento de la China, con la consecuente reducción en el crecimiento de los paí­ses emergentes, es el caldo de cultivo ideal para el renacimiento del proteccionismo y el intervencionismo en estos paí­ses. Tenga Usted presente, apreciado lector, que un mecanismo de transmisión esencial de los beneficios del crecimiento económico es el comercio internacional. Por ejemplo, la evidencia de Sachs y Warner nos dice que las economí­as abiertas crecen en promedio alrededor de 2% más por año que las economí­as cerradas.

Es un misterio entender la compleja relación entre libertad económica y crecimiento económico. Es un hecho estilizado que la libertad económica genera crecimiento. Sin embargo, el crecimiento económico no necesariamente conduce a que se mantenga la libertad económica. Más bien, como se puede observar en Europa desde hace díécadas, el crecimiento puede llevar a un Estado cada vez más intrusivo y opresivo para la libertad económica de los individuos.

El tercer desafí­o de la economí­a mundial es el incremento en la desigualdad del ingreso. En efecto, desde mediados de los años ochenta hay un estancamiento en la mediana del ingreso per cápita en los paí­ses industrializados, al tiempo que el ingreso per cápita en los deciles superiores no ha dejado de aumentar. Estas tendencias de largo plazo en la desigualdad han sido descritas de manera exhaustiva por Thomas Piketty. Para este autor, el incremento en la desigualdad es el resultado de que la tasa de retorno del capital ha estado por encima de la tasa de crecimiento de la economí­a. En otro momento podemos discutir la validez empí­rica de la tesis de Piketty.

Me parece que la explicación de fondo del aumento en la desigualdad es que el progreso tecnológico, en el mundo contemporáneo, exhibe un sesgo a favor de la mano de obra calificada. En otras palabras, son los más educados quienes aprovechan mucho mejor que los menos educados los beneficios de las nuevas tecnologí­as. Testimonio de ello es el aumento en el retorno a la educación superior durante las últimas díécadas. Considero, además, que la globalización ha reforzado la tendencia a que los más educados aumenten sus ingresos por encima de los menos educados. La razón es que, en la presencia de economí­as de escala, el tamaño de equilibrio de las firmas se incrementa y, por lo tanto, la remuneración de sus ejecutivos.

Ahora bien, una distribución del ingreso más desigual incrementa las presiones de amplios segmentos de la población por polí­ticas redistributivas. Estas polí­ticas se traducen en una expansión en el tamaño y el rango de actividades del gobierno, así­ como en mayores tasas impositivas para los más ricos. Por ejemplo, en la Francia de hoy la tasa marginal más elevada del impuesto a la renta alcanza el asombroso 75%. Pienso que las polí­ticas redistributivas tienen un impacto negativo sobre el crecimiento económico, pues reducen el ingreso de quienes tienen mayor capacidad para innovar y crear nuevos productos y servicios, es decir de las personas más emprendedoras de la economí­a. El aumento en la desigualdad tambiíén juega en contra del libre comercio pues muchos trabajadores no calificados buscan culpables en el extranjero para explicar el estancamiento de sus ingresos.

El cuarto desafí­o de la economí­a mundial es la secular reducción en la tasa de fertilidad. Cada vez en un mayor número de paí­ses las personas deciden no reproducirse. De hecho, en muchos paí­ses europeos y en algunos asiáticos, como la China y el Japón, la tasa de fertilidad, definida como el número de hijos por mujer, es menor a 2. Ello implica que, olvidándonos por un momento de la migración, la población de estos paí­ses se reducirá. De hecho, la población originaria del sur de Europa se encuentra en franco retroceso por lo menos desde las últimas díécadas del siglo pasado.

La caí­da en la fertilidad, al incrementar la edad promedio y alterar la pirámide poblacional, tiene múltiples efectos económicos.  Afecta, en primer tíérmino, los esquemas de jubilación y de pensiones tal y como existen en la mayorí­a de los paí­ses. Estos esquemas, concebidos en una íépoca en que la población crecí­a, se basan en que los jóvenes pagan las pensiones de los viejos. Además de aumentar la edad de jubilación, no se puede basar un sistema de pensiones en el sostenimiento de los viejos por los jóvenes porque simplemente va a haber más viejos que jóvenes. Asimismo, la reducción en la fertilidad implica que el gasto en salud se incrementará como proporción del producto, pues aumentará la participación de los viejos en la población total, y los viejos se enferman más que los jóvenes. Nuevamente, los sistemas universales de salud no serán sostenibles a menos que se cambiíé de manera radical su forma de financiamiento. En tercer lugar,  el menor crecimiento poblacional, al reducir la demanda de inversión, tambiíén contribuye a que la tasa real de interíés sea baja. Finalmente, los paí­ses con poblaciones declinantes verán tambiíén contraer su producto total, y, por lo tanto, su importancia relativa en la economí­a mundial.

Más allá de comprender las razones de fondo detrás de la caí­da en la fertilidad, me gustarí­a ilustrar con un ejemplo sus efectos de largo plazo. La población del Japón es cercana a los 126 millones de personas en la actualidad. Asimismo, la tasa de fertilidad se aproxima a 1.4 hijos por mujer. Si esta tasa se mantuviera, dado que la mortalidad infantil es casi cero en Japón, el tamaño de cada nueva generación serí­a 70% del de la precedente. Supongamos que una generación tiene una duración de 50 años de vida útil. Entonces, luego de seis generaciones la población del  Japón serí­a de 15 millones de personas. Y, quien sabe, quizás ese sea el equilibrio de largo plazo para este paí­s. Y ello no tiene que conllevar una caí­da en el ingreso per cápita pues hay muchos paí­ses de ingreso alto, como los del norte de Europa, con poblaciones relativamente pequeñas. Si ello sucediera, los japoneses de los próximos siglos se contarán historias de como alguna vez su paí­s tení­a más de 100 millones de habitantes.

El quinto desafí­o de la economí­a mundial es la necesidad de una nueva arquitectura del sistema financiero internacional. Recordemos que el actual sistema fue diseñado por los Estados Unidos, al final de la Segunda Guerra Mundial, en las conferencias de Bretton Woods. El sistema fue concebido para operar alrededor de un poder hegemónico que tení­a la misión de regular la liquidez mundial, en medio de un ríégimen de tipos de cambio fijos. Producto de Bretton Woods son el Fondo Monetario Internacional, cuyo papel era asistir a paí­ses con problemas temporales de balanza de pagos, el Banco Mundial, que tení­a la misión de reconstruir a los paí­ses devastados por la guerra y combatir la pobreza, y la Organización Mundial de Comercio, que debí­a buscar la liberalización del comercio internacional. Era natural que los Estados Unidos asumieran, a partir de 1946, el papel de lí­der de las finanzas mundiales, pues producí­an 50% del PBI del globo y el dólar era la moneda más estable del planeta.

Sin embargo, el mundo de hoy es vastamente distinto al de 1946. Estamos lejos de estar en un ríégimen de tipos de cambio fijos, los príéstamos del FMI y del BM tienen un papel más bien subsidiario, y los tratados bilaterales y multilaterales de comercio han hecho arcaica a la OMC. Además, la importancia relativa de los Estados Unidos ha caí­do marcadamente. Estados Unidos produce, en la actualidad, poco más de 20% del producto mundial. China y la India soy hoy jugadores significativos en la escena económica internacional. En otras palabras, el diseño del sistema financiero internacional es obsoleto. Se necesita, en primer lugar, un nuevo poder hegemónico o una nueva coalición de paí­ses que controle la liquidez mundial. Los Estados Unidos ya no pueden ejercer el papel dominante de díécadas atrás. En segundo lugar, se necesita reformular los objetivos del FMI, el BM y la OMC.

El sexto desafí­o de la economí­a mundial es la migración internacional. No hay duda que la migración ha contribuido al crecimiento económico en muchos paí­ses a lo largo de la historia. Las personas migran atraí­das por mejores oportunidades. Es evidente, por lo tanto, que quienes migran ganan en el proceso. Tambiíén se benefician quienes se quedan en los paí­ses de origen a travíés de las remesas que reciben de los migrantes. Como el salario es mayor en los paí­ses receptores que en los paí­ses de origen, entonces el producto mundial se expande.

Sin embargo, la migración tiene ganadores y perdedores en los paí­ses receptores. Consideremos, por ejemplo, la tí­pica migración de mano de obra no calificada desde los paí­ses pobres hacia los paí­ses industrializados. Los trabajadores calificados en los paí­ses receptores ganan con la migración de mano de obra no calificada pues sus salarios no se reducen y los bienes y servicios se abaratan. Sin embargo, debido a que reduce el salario de la mano de obra no calificada, la migración perjudica a los trabajadores no calificados “originales” en los paí­ses receptores. Ello explica la enorme popularidad, entre los votantes no calificados, de Donald Trump y otros polí­ticos que se oponen con virulencia a la migración en Estados Unidos y Europa. Por otro lado, el aumento en la desigualdad en los paí­ses industrializados refuerza la oposición a la migración. Considero, por lo tanto, que estamos al inicio de una larga tendencia de resistencia a los migrantes en el mundo desarrollado que reducirá la eficiencia económica.

El último desafí­o de la economí­a mundial es la reforma de los mercados laborales. Con la excepción de los Estados Unidos, ha habido un incremento secular en la rigidez de la legislación laboral en la mayorí­a de los paí­ses. De acuerdo a sus defensores, la nueva legislación busca extender y fortalecer los derechos laborales, y proteger a los trabajadores del abuso de los empleadores. En la práctica, sin embargo, la rí­gida legislación laboral ha originado desempleo en los paí­ses industrializados, y es una barrera a la caí­da en la informalidad laboral en los paí­ses en ví­as de desarrollo. Pienso que es necesario acometer reformas estructurales para flexibilizar la provisión de servicios laborales. Es de particular preocupación el elevado desempleo juvenil entre los menos educados en los paí­ses industrializados. En efecto, en algunos paí­ses del sur de Europa, el desempleo juvenil es cercano al 50%. Si no se flexibiliza la legislación laboral, se corre el riesgo de que los hoy desempleados se conviertan en fuerza laboral obsoleta, al perder o nunca desarrollar sus habilidades productivas.

He intentado describir a cada desafí­o por separado para hacer más sencilla la exposición. Pero, por supuesto, los desafí­os de la economí­a mundial están entrelazados. Las tendencias demográficas refuerzan la caí­da en la tasa real de interíés, por ejemplo. Asimismo, la rigidez de la legislación laboral retroalimenta la mayor desigualdad del ingreso. En ese sentido, las polí­ticas económicas orientadas a enfrentar estos desafí­os deben ser integrales.

No debemos sentirnos amilanados por los desafí­os de la economí­a mundial. Cada desafí­o es tambiíén una oportunidad para mejorar el estándar de vida. Si el pasado es una guí­a al futuro, los seres humanos logramos los mayores avances en el proceso de vencer los mayores obstáculos.


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