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Autor Tema: Lo que realmente hundió a Brasil...  (Leído 97 veces)

OCIN

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Lo que realmente hundió a Brasil...
« en: Diciembre 16, 2015, 09:51:47 am »
Por... Mary Anastasia O'Grady



Es fácil culpar al desplome de los precios del petróleo por la crisis económica de Brasil. Es tambiíén un error. Las heridas de Brasil han sido autoinfligidas por una combinación de polí­ticas contrarias al crecimiento que se remontan a 2008. Los resultados eran predecibles.

En el tercer trimestre, la economí­a brasileña se contrajo la friolera de 4,5% respecto del año anterior. El Fondo Monetario Internacional pronostica que en 2015 el Producto Interno Bruto de Brasil se contraerá 3% y en 2016 otro 1%. Esto sigue a un estancamiento en 2014.

En septiembre, Standard & Poor’s despojó al paí­s de su calificación de grado de inversión. El miíércoles pasado, Moody’s dijo que está contemplando una rebaja similar de la deuda de Brasil. La tasa de inflación anualizada a finales de noviembre fue de 10,5% y CIBC Capital Markets prevíé un díéficit fiscal de 10,5% para este año.

Los medios de comunicación internacionales echan la culpa de la recesión brasileña a los precios del petróleo, abatidos por el fortalecimiento del dólar, y al debilitamiento de la demanda global. Pero Brasil es una de las economí­as más cerradas del G-20. El año pasado, sus exportaciones de bienes como porcentaje del PIB eran de apenas 10,5%, comparado con 18,24% de Míéxico, según CIBC Capital Markets. Todos los exportadores de materias primas de Amíérica Latina están sintiendo el impacto de la caí­da del petróleo y los commodites, pero ninguno se ha visto tan perjudicado como Brasil. Chile y Perú, grandes exportadores de materias primas, todaví­a están creciendo. Por otra parte, los precios más bajos de los commodities tambiíén compensan el alto costo de hacer negocios en Brasil. En 2014, 40% de las importaciones brasileñas estaban vinculadas a las materias primas, incluidos fertilizantes, gasolina, aluminio para la fabricación de acero, y crudo dulce.

Una díécada atrás habí­a razón para pensar que la gran prosperidad brasileña estaba a la vuelta de la esquina. Tal optimismo giraba en torno a las reformas económicas, fiscales y monetarias realizadas por el presidente Fernando Henrique Cardoso entre 1995 y 2002.

Su sucesor, Luiz Inácio Lula da Silva, del Partido de los Trabajadores (PT), asumió el cargo en 2003. Sus antecedentes como lí­der sindical militante y discí­pulo de Fidel Castro generaron pánico en los mercados. Para detener la estampida, Lula se comprometió a no meterse con la autonomí­a del banco central o la estabilidad del real brasileño, y a no alterar radicalmente la polí­tica económica.

Geanluca Lorenzon, director de operaciones del Instituto Mises Brasil, con sede en Sí£o Paulo, me dijo en una entrevista telefónica la semana pasada que durante un tiempo Lula incluso profundizó el compromiso del gobierno con la restricción fiscal. Sin embargo, en 2008, durante su segundo mandato, la crisis financiera global golpeó al paí­s, y Lula dio su brazo a torcer.

Lorenzon dice que Da Silva acudió entonces al estí­mulo del gasto, mientras que el banco central, supuestamente autónomo, comenzó a permitir una mayor inflación como forma de impulsar el crecimiento.

En una cultura polí­tica predispuesta al abuso de poder del gobierno, romper las normas establecidas durante la gestión de Cardoso —que fueron precisamente diseñadas para limitar dicho exceso— permitió el retorno de las malas costumbres.

Desde los años 60, Brasil ha buscado su industrialización a travíés de altos niveles de proteccionismo y subsidios para los productores nacionales. El fracaso de esa estrategia es evidente. Sin embargo, permitir la quiebra de las empresas no competitivas tení­a un costo polí­tico que ni Da Silva ni su sucesora, la presidenta Dilma Rousseff, estaban dispuestos a pagar.

En lugar de eso, incrementaron el proteccionismo y los subsidios, y el críédito se expandió rápidamente a travíés del Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (BNDES) y otras entidades de propiedad estatal. Tambiíén se financiaron grandes díéficits públicos con príéstamos mayormente internos. Los díéficits se vieron exacerbados por la triplicación de la administración pública durante los gobiernos del PT y aumentos injustificados del salario mí­nimo, prestaciones sociales y beneficios de jubilación.

En un artí­culo de noviembre de 2010 en su sitio web, el Instituto Mises Brasil señaló que entre mayo de 2009 y septiembre de 2010, el críédito total se expandió 25%. No es casualidad que en 2010 Brasil creciera 7,5%. Pero esto, como bien se entiende ahora, no fue debido a los aumentos de productividad. Analizando retrospectivamente esa mala asignación del capital, el instituto escribió en febrero pasado que “lo que realmente sucedió es que la economí­a brasileña se mantuvo viva por las nuevas y crecientes dosis de críédito estatal”.

El críédito del BNDES era barato para las empresas bien conectadas polí­ticamente que el gobierno querí­a salvar, pero eso le ha salido caro a la nación. El críédito subsidiado tambiíén fue a los hogares. Lorenzon me dijo que, en la actualidad, la familia brasileña promedio tiene una carga anual de servicio de deuda equivalente a 46% de sus ingresos. El programa de príéstamos inmobiliario más grande del gobierno tiene hoy una tasa de incumplimiento de casi 22%.

Para salvar sus príéstamos a las empresas nacionales, el gobierno ha elevado los aranceles a las importaciones y ha promovido el consumo de productos fabricados en Brasil. Esto ha perjudicado la innovación y el desarrollo. Las grandes reservas de petróleo marino probablemente no se desarrollarán mientras los inversionistas estíén obligados por las reglas de contenido brasileño a usar equipos nacionales.

Brasil está cosechando los frutos de una polí­tica industrial nacional que no puede producir crecimiento ni prosperidad. La burbuja de críédito ha estallado. Los consumidores, las empresas y el gobierno no van a volver al equilibrio sin un ajuste doloroso. No hay que echarles la culpa a los precios del petróleo.


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