Por... PAUL KRUGMAN
Ahora tenemos otra historia más sobre los correos electrónicos de Hillary Clinton, en esta ocasión sobre correos electrónicos que trataban de material no clasificado cuando los mensajes fueron enviados, pero que ahora es considerado como alto secreto por el Departamento de Estado. La campaña de Clinton está exigiendo que se publiquen los correos, presumiblemente para mostrar lo inocuos que realmente eran.
Max Fisher, de Vox, sugirió recientemente que básicamente se trata de una noticia sobre la locura y excesos del sistema de clasificación, y mi propia experiencia (aunque profundamente desfasada) sugiere que probablemente tenga razón (lea su artículo aquí: bit.ly/1UvVFPQ).
Tal como lo he mencionado antes, trabajíé para el gobierno estadounidense como miembro del personal del Consejo de Asesores Económicos, de 1982 a 1983. No, no fui “reaganistaâ€; mi trabajo era un cargo subpolítico tecnócrata que ocupíé porque Martin Feldstein, presidente del Consejo, quería que los tecnócratas jóvenes más inteligentes que conocía formaran parte del personal. Ocupíé el cargo de economista internacional síénior; el economista nacional síénior era un tipo que se llamaba Larry Summers.
Dada el área que cubría, recibía muchos informes confidenciales de la CIA, el Departamento de Estado y otras agencias gubernamentales. Las tapas de estos informes tenían todo tipo de advertencias en letras mayúsculas: “SECRET NOFORN NOCONTRACT PROPIN ORCONâ€, creo, era la letanía estándar. Y había una persona de seguridad que iba a nuestras oficinas por la noche, que recogía cualquier documento confidencial que estuviera a la vista y lo ponía en una caja de seguridad y nos emitía amonestaciones por haberlos dejado afuera. Entre el número de documentos clasificados que recibía y mi continua verdadera identidad de profesor distraído, recibí muchas amonestaciones, solo superado por el Sr. Feldstein.
Pero el motivo por el que seguía olvidando guardar los documentos era el hecho de que ninguno (literalmente ninguno, durante todo el año) contuvo información que fuera delicada. No había nada en estos informes clasificados que una persona no pudiera haber leído en los periódicos o pensado por ella misma accediendo a información pública.
El secreto más grande del que me enteríé durante mi año en el gobierno (la calidad de la discusión en las reuniones a nivel de Gabinete es inferior de lo que la gente cree) no es el tipo de cosas que la gente pone en documentos confidenciales.