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Autor Tema: El timo del tesoro del pirata inglíés  (Leído 759 veces)

OCIN

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El timo del tesoro del pirata inglíés
« en: Noviembre 05, 2008, 09:26:08 pm »
Por Juan Cacicedo

Los timos a lo grande no siempre han tenido como escenario las bolsas de valores. Casi un siglo antes de la burbuja de las puntocom, el legado del pirata inglíés Francis Drake sirvió como anzuelo para un pelotazo de fantásticas proporciones. El novelista británico Richard Rayner nos cuenta en “El tesoro de Drake” (Alfaguara, 2004) los pormenores de una de las mayores estafas de la historia de los Estados Unidos. Cerca de cien mil inversores, la mayorí­a humildes granjeros del Medio Oeste, perdieron en plena Gran Depresión millones de dólares de la íépoca apostándolos a un negocio imposible.

Además de realizar numerosas entrevistas, Richard Rayner ha llevado a cabo una minuciosa investigación en archivos judiciales, periódicos de la íépoca, informes psiquiátricos y bibliotecas estatales. Con el material obtenido ha construido el relato apasionante de un timo extraordinario tanto desde el punto de vista de la recaudación y del número de ví­ctimas, como de la exquisita preparación del cebo empleado. El libro de Rayner profundiza en la psicologí­a del timador a travíés del retrato de Oscar Hartzell, un hombre que terminó sus dí­as demente y en la cárcel pero al que no podemos negar una creatividad desbordante.

El fundamento de la historia se encontraba en la herencia de Sir Francis Drake, que murió el 28 de enero de 1596, frente a las costas de Panamá, sin dejar descendencia. Su inmensa fortuna, fruto de los asaltos a galeones españoles en los que iba a medias con la reina Isabel I, se distribuyó entre diversos familiares. El timo consistí­a en hacer creer que esa distribución no se habí­a ajustado a derecho, que el árbol genealógico de los Drake era increí­blemente complejo y que el legí­timo heredero del pirata viví­a en Norteamíérica y habí­a vendido sus derechos sobre su inmenso legado.

Para reclamar y recuperar esa fortuna era preciso poner en marcha una inmensa maquinaria judicial que exigí­a invertir enormes cantidades en abogados y expertos genealogistas. Una apuesta de estas caracterí­sticas requerí­a de mucha paciencia pues las dimensiones de la fortuna reclamada poní­an en peligro el equilibrio de la propia economí­a británica. Pero la espera merecí­a la pena pues se podí­an obtener rentabilidades de hasta del mil por uno. Con escenarios de actuación a ambos lados del Atlántico, la dificultad de las comprobaciones contribuyó al íéxito del engaño.

La bola del Legado de Drake empezó a rodar en 1909 y fue evolucionando por diversas fases hasta mediados de los años treinta en que Oscar Hartzell fue encarcelado. Pero no fue Hartzell quien lo inventó; el negocio lo habí­a puesto en marcha originalmente una mujer llamada Sudie Whittaker quien logró convencer a un abogado llamado Milo Lewis de sus infinitas posibilidades. Hartzell, un granjero que no habí­a logrado hacer fortuna, se unirí­a a ellos como entusiasta recaudador de participaciones.

La historia no era difí­cil de vender pues, como nos cuenta Rayner, en aquella íépoca, en Estados Unidos “se daban casos de gente que se convertí­a inesperadamente en beneficiaria de herencias dejadas por familiares lejanos en el Viejo Continente”. En una primera etapa Hartzell se reveló como un excelente vendedor de humo. Recorrió con la idea Indiana, Illinois, Iowa y las dos Dakotas, colocando participaciones entre los incautos granjeros que buscaban rentabilidad para sus ahorros. El timo se irí­a extendiendo con el tiempo a territorios como Nebraska, Kansas, Missouri o Texas e incluirí­a entre sus ví­ctimas a jueces y damas ociosas de la alta sociedad norteamericana.

Rayner analiza a fondo los aspectos que hicieron posible un timo de esas dimensiones y encuentra en la base esa “inagotable capacidad americana de creer, especialmente en los poderes redentores, casi religiosos, del íéxito y la riqueza”. “El optimismo –afirma Rayner– es el oxí­geno de Amíérica; la confianza, su riego sanguí­neo; la permanente franqueza e incluso la inocencia, dos de sus rasgos inalterables”. En este caldo de cultivo de codicia e ingenuidad sin lí­mites, los años precedentes a la Gran Depresión fueron una autíéntica orgí­a de timos. “El dinero fácil –escribe Rayner– era el sermón de la íépoca (…) Norteamíérica ofrece una visión optimista de sí­ misma y de las posibilidades de la vida, en especial de las oportunidades de hacerse rico, y en la díécada de 1920 este descabellado convencimiento alcanzó cotas de delirio”.

Un timador checo llamado Victor Lustig viajó por toda Norteamíérica y amasó una fortuna vendiendo máquinas que, supuestamente, hací­an billetes de mil dólares. En la Bolsa aparecí­an cada mañana nuevas empresas creadas con el único propósito de sacar las acciones al mercado para desaparecer poco despuíés volatilizándose los ahorros de los críédulos inversores. Al hablar de los timos de la Bolsa dicen que hasta el propio Al Capone llegó a afirmar: “Es una mafia; esos tipos de la Bolsa son unos ladrones”.

En un contexto así­, el Legado de Drake se ofrecí­a como una posibilidad razonable que era todo lo que podí­a exigir un potencial inversor en aquellos tiempos. La gente parecí­a tener prisa por ser engañada. En algunos casos hasta se lo merecí­an pues, como decí­a John “Yellow Kid” Weil, el más famoso de los timadores norteamericanos (en íél está basado el personaje de Robert Redford en la pelí­cula El golpe), “querí­an algo a cambio de nada y yo les daba nada a cambio de algo”.

Tras una encarnizada lucha por el control de la estafa, Hartzell desplazó a sus jefes del negocio y no sólo lo continuó con gran íéxito, sino que además lo reinventó contratando nuevos equipos de abogados y genealogistas y proporcionando a la patraña nuevos elementos de sugestión. Se inventó un nuevo linaje del pirata minuciosamente documentado. Pero la clave estaba en mantener la ilusión retardando el momento del cobro con nuevas y convincentes excusas de por quíé hasta el momento no se habí­a logrado recuperar el legado.

Una supuesta “Comisión del Rey y de los Lores” se encontraba periódicamente con algún inconveniente para emitir su informe final. Siempre habí­a una firma pendiente de última hora que se retrasaba por una nueva y necesaria auditorí­a y tasación sobre la autíéntica dimensión del legado que incluí­a no sólo oro, joyas, tierras y dinero, sino ciudades enteras y amplias zonas de Londres. Entre las excusas destacaba, como cuenta Rayner, que “los ricachones de Estados Unidos se habí­an aliado con los poderes económicos británicos y estaban luchando con uñas y dientes para impedir que se entregara un capital tan inmenso y complejo que hundirí­a al Banco de Inglaterra y harí­a tambalearse la estructura económica mundial”.

Hartzell supo explotar muy inteligentemente todos los recursos que se le poní­an a tiro, manejó hábilmente cierta prensa y se aprovechó al máximo de las circunstancias. El crack del 29, por ejemplo, lejos de terminar con el timo sirvió para darle nuevos brí­os, pues la gente estaba dispuesta a creer lo que fuera, sobre todo si ya tení­a dinero atrapado en el asunto. La picardí­a de Hartzell logró convertir a John Maynard Keynes en un involuntario aliado de su causa. En octubre de 1930 Keynes publicó un famoso ensayo titulado “Posibilidades económicas para nuestros nietos” en el que ensalzaba las virtudes de la inversión estatal para salir de la Depresión. En íél hací­a referencia a Sir Francis Drake y al tesoro que le robó a España. “Keynes –recuerda Rayner– vinculaba directamente el resurgimiento de Inglaterra como poder mundial con el buen uso que la reina Isabel hizo de aquel dinero”. Con esta casual referencia y el uso que de ella hizo Hartzell, “era como si Keynes hubiera respaldado el proyecto, ¡y en las páginas del Saturday Evening Post!, la venerada biblia periodí­stica de la Norteamíérica provinciana”.

Cuando las autoridades empezaron a tener las primeras sospechas de que el llamado Legado de Drake era una patraña en la que estaban siendo timados decenas de miles de ciudadanos del medio oeste, se encontraron frente a una amplí­sima red de recaudadores y a miles de confiados inversores que preferí­an seguir creyendo en el dinero fácil a presentar denuncias que diesen al traste con todo el montaje. Como hicieran con Al Capone, que acabó en la cárcel por problemas fiscales, las autoridades tuvieron que recurrir a una utilización irregular del Servicio Postal para poder hincar el diente a Hatrzell.

Los abogados de Hartzell desplegaron en su defensa casi tanta imaginación como su cliente. Charles Goltz, un abogado de íéxito, alcohólico y extravangante (“cuando jugaba al golf con otros tres jugadores insistí­a en que hubiera un quinto caddy para que llevara el whisky”) dirigió la estrategia. Con tono de indignación se dirigió al Jurado con argumentos sorprendentes: “Permí­tanme decirles que la gente de Iowa tiene tanto derecho a invertir su dinero en un proyecto para presentar una reclamación sobre un antiguo legado, sin tener en cuenta lo imposible que parezca, como la gente de Nueva York a invertir su dinero en Wall Street”. Despuíés de comparar a los inversores con “la gente que ayudó a Colón en su expedición”, continuó: “Pero el Gobierno dice que no debemos intentar tales cosas. Debemos quedarnos en casa, en nuestras granjas, y cavar, cavar y cavar para que Wall Street pueda quedarse con todo nuestro dinero”.

Lo escalofriante de esta historia es que se sigue repitiendo un siglo más tarde, con patrañas diferentes y niveles similares de sofisticación. Todo inversor bursátil deberí­a leerla para moderar sus impulsos y evitar a tiempo que su particular “Legado de Drake” se volatilice. Y tener siempre presente esa frase de Platón con la que inicia Rayner su libro: “Puede decirse que todo aquel que engaña, fascina”.

saludos y suerte en las inversiones...


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carlos88

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Re: El timo del tesoro del pirata inglíés
« Respuesta #1 en: Noviembre 06, 2008, 02:24:37 am »
buenas ocin, buen articulo, largo pero entretenido y ameno y sore todo curioso
saludos
corre, corre , que te pillo